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Tomás Manuel Fábrega | Autores |


 

 





Caminar las primeras avenidas
Presentación de "Las primeras avenidas" de Tomás Manuel Fábrega. Ril Editores, 2022, 76 páginas
Librería Espacio Público de Libros.
16 de mayo de 2023

Por Xabier Usabiaga


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No puedo sino comenzar volviendo. Hace 12 años con Tomás nos leíamos con la altanería característica de la preadolescencia nuestros desesperados primeros poemas, que eran en realidad prosaicos espasmos de niños hambrientos y enamorados de Teillier, de De Rokha y de Matías Fernández. Después, todos los jueves, más colegas, lecturas miles y autoeducación. Sabíamos bien que en un tiempo íbamos a estar precisamente en esto, saludando un primer libro y recorriendo aún juntos las calles de nuestra ciudad. Imaginarán lo emocionante que es para mí que por fin me haya permitido hablar sobre Las Primeras Avenidas, pues las he caminado junto a él, tengo mi casa ubicada en una de sus esquinas y tengo amores con alguien que es casi de este barrio.

Van apenas 9 meses desde su lanzamiento. Hace un par de días Tomás me dijo, frente a un terremoto en el bar Estación 89, que los libros necesitan constantemente de una respiración de boca a boca para evitar que mueran. Si bien mis conocimientos médicos son escasos y fumo bastante, hoy le ofrezco mi aliento a estos poemas para que sigan su camino hacia una próvida vejez. ¡Veamos qué queda por decir! Como ocurre que ya otros han hecho crónica de su viaje por el libro -tengo la a un tiempo buena y mala fortuna de que se trata de grandes escritores como Rafael Rubio y María José Aravena- no me queda otra alternativa que entregarme a pensarlo sin ruta alguna, con la certeza de que en él las ideas no ocurren, sino que aparecen, como sucede siempre con la buena poesía.

Sin duda Las Primeras Avenidas opera como una cartografía, una delicada maquinaria por donde transitar a placer a través de la memoria de una ciudad. El poeta traza un periplo por un tiempo múltiple y quebrado, en donde las multitudes de 1940 festejan y se riñen con las de los 2000 en callejones familiares. Y si hay algo de lo que podemos estar seguros es de que este viaje es eminentemente físico; el hablante no canta sentado sino en movimiento. No imagina lo que ofrece, sino que se ha embestido vagabundo para tocarlo y traérnoslo. El libro se abre tal y como se inicia una caminata.

Después de leerlo un momento, fácilmente puedo prescindir de salir de casa. He caminado. Caminar es quizás la actividad más hermosa y enigmática que conozco. La religión más económica. Trágicamente, los automóviles la han reducido hasta prácticamente su extinción. Ya no es considerado un medio de transporte, y con algo de suerte entra a la categoría de entretenimiento. Al decir de Le Breton, no es de extrañar que el cuerpo sea percibido hoy como una anomalía, como un elemento que debe ser corregido y rectificado y que algunos incluso sueñan con eliminar. Dejar de caminar limita el campo de acción sobre lo real, volviendo la experiencia física una mera abstracción informativa. Las telecomunicaciones acentuaron aún más esta caricatura. Sin embargo y a mi juicio como uno de los gestos más radicales de su debut, Tomás vuelve esta actividad una parte fundamental de su procedimiento y lo incluye como textura y acción clave dentro del libro. El hablante participa en carne y hueso de las pulsaciones de su ciudad y la reconoce oliéndola, comiéndola y sobre todo bebiéndola.


AÑOS DE BRONCE

Buscaremos
hasta donde sea
aquellos barrios color sepia
y aquella esquina
en donde los niños intercambian revistas con historietas
en donde confluyan la ciudad de las cordilleras cristalinas
que sobreviven a dos cuadras de Santiago
como Alhué y San Juan de Piche
y la gran bohemia de los primeros años
porque si Santiago está por morir
es porque pasó quinientos años en parranda

Enfilaremos las calles de nuestra ciudad
para que todas puedan ser peatonales
o tengan carátulas de veredas

Pero
seguiremos
rasgando el pasado como enamorados de la muerte
viajaremos al centro del mundo
porque caminar será proyectar las primeras avenidas
y bordear un carril más por calle

Comeremos en los chinos
hasta que no estemos más que destinados
a abrir otra vez
una playa en el parque de los reyes

Entonces, los noctámbulos de tiempos remotos
volverán al menudeo
sus rucas serán casas que todos tomen por turísticas
y ganarán peleas televisadas en el Club México de avenida San Pablo

Al tiempo que nosotros, caminantes
caminantes del Santiago antiguo
iremos en busca de los fundadores de los tragos rosa
hasta enterrar el sedentarismo que asesinó a la generación
de nuestros padres.


Retomar esa tradición del flaneur, cara a Lihn, Maquieira y el chico Molina –por nombrar a algunos de nuestros botánicos de asfalto más avezados– es reivindicar una ética artística y política esencial para no sólo sobrevivir a una postmodernidad madurada sino que también proponer una silenciosa alternativa para su superación.

Hago una pausa para ir a comprar al Escorpión. El almacén está ubicado en frente de la casa en la que Los pata de chancho otrora organizaran un golpe de estado contra González Videla, la misma casa que en 1980 fuera el centro de madres de Yungay, la misma que hoy es, entre otras cosas, una sala de ensayo para un coro aficionado en Adriana Cousiño. Compro una empanada y me demoro un poco; tomo Herrera y bajo por Portales. Placer: hoy hay feria. La recorro sin nada que comprar.

Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Todo está dispuesto para saber exactamente dónde estamos. Es fácil el anonimato pero no el extravío. De hecho somos casi siempre anónimos, pero extraña vez vagabundos. El vagabundeo es tan poco tolerado como el silencio. Perderse es lo que requiere de práctica. Recorrerla como si se tratara de un bosque. De vuelta otra vez en casa, Benjamin completa la idea: los rótulos de las calles deben entonces hablar al que va errando como el crujir de las ramas secas, y las callejuelas de los barrios céntricos reflejarle las horas del día tan claramente como las hondonadas del monte.

Podría llegar a argüirse que la ciudad dibujada en Las primeras avenidas no está fuera del sujeto, sino en él, o que la una es proyección del otro, a la usanza romántica. A mí me parece que el valor de su postura reside en que está principalmente afuera, y el poeta asiste a su gesta colectiva. Sabe que es trascendido por su entorno, por eso le canta. Muy pocos poemas de mis contemporáneos tienen que ver con algo que no sea ellos mismos, pero evidentemente no es el caso. Caminar se propone aquí como la acción poética más efectiva y denodada para subvertir ese individualismo, proponiendo una actividad muscular -y no nerviosa como suelen ser las actividades individuales- que si bien puede ser solitaria, sitúa al sujeto en el mundo y no frente a él.

Dicho esto, debo sincerarme: lo intenté de varias maneras, pero no puedo evitar este punto, y es que caminar es también –y quizás por sobre todo– una forma de nostalgia, palabra ya vuelta bandera para el larismo y sus cultores. Bien conocemos la cruzada larista, la de resguardar la imagen y el mito. Bien conocemos también sus debilidades; alejar al mundo y reducirlo a su lamento. En Tomás yo veo, claro, larismo, pero además una alegría del derrumbe o algo como un carnaval de despedida, un regocijo por sobre todo, como si Rolando Cárdenas hubiese nacido en Venezuela y además de vino tuviese siempre un cuatro consigo y cantara joropos. Su nostalgia es peligrosa, porque al tiempo que se duele sobre algo que no ocurrirá pero que debiera ocurrir, levanta todas las evidencias que dan testimonio de su posibilidad; montones de aserrín en los días de lluvia, los pasos del padre alejándose de las habitaciones o un jarro rebosante de sangría. No es la nostalgia baudelairiana, que es hastío, incluso hartazgo, esos primeros síntomas de una urbanidad despersonalizante. Las primeras avenidas lloran chicha con harina, apuestan la vida en los tragamonedas y hacen repicar los portones con pelotazos infantiles.

Yungay es como es por sus infancias. Un barrio sin niños es un fallo teórico. Tengo un vecino de 9 que inventó un idioma y me lo enseñó. Baradim salam es Hola. Carachimbi noé es cómo estás. Pacanca, bien. Zapoto, mal. Les confío estos neologismos secretos porque creo que la propuesta de Tomás se completa no con la pérdida de la infancia, sino con su búsqueda como estado afectivo. Agamben es genial y categórico en esta materia: como infancia del hombre, la experiencia es la mera diferencia entre lo humano y lo lingüístico. En otras palabras, que no hayamos sido desde siempre hablantes, que hayamos sido y seamos de cierta forma aún in-fantes, es lo que constituye la experiencia humana. Lo que no puede ser dicho es en realidad infancia. Y vuelvo a citarlo:la experiencia es el mysterion que todo hombre instituye por el hecho de tener una infancia. Así, la poesía como fenómeno es imposible sin infancia, en tanto pretende una expresión que emerja desde la experiencia. Tomás no sólo retrata a los niños y niñas con tasos, cartas Mito y pelotas pinchadas -importante ejercicio documental si se tiene en cuenta el impacto de internet- sino que adopta su estado para mirar la aldea como si fuera una primera o una última vez.

La aparición de este libro es el inicio de una obra mineral, que estoy seguro será consistente y prolífica. El conocimiento que Tomás tiene de su genealogía literaria y de las necesidades actuales de la poesía latinoamericana le han permitido madurar un tono personal que abre nuevos caminos para pensar ciudad, identidad y medioambiente.

Para mí ya era un gran poeta, pero ahora tengo la alegría de que todos y todas lo sepan. Estoy contigo incluso en los próximos años de desierto.

 

 




Xabier Usabiaga y Tomás Manuel Fábrega durante la presentación.

 

 

 

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Ril Editores, 2022, 76 páginas
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