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Lacrimal de Tamara Orellana
(Trizadura Ediciones, 2018)
Por Sebastián Alvarado Fuentes
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Tamara Orellana en Lacrimal (Trizadura Ediciones, 2018) nos propone la evolución de un proceso amoroso enraizado, al comienzo, en una ambigüedad atravesada pero a la vez impulsada por la advertencia de la caída. Se nos presenta la opción de tomar una belleza maldita, lo que nos hace comprender que la capacidad de elegir, que la elección racional ante lo estético, liga al pensamiento con la esfera de lo erótico-tanático. El desarrollo de la elección se particulariza en la necesidad de encontrar una razón aun superior, en la vinculación entre amor e infelicidad (notoria relación espejo de la primera dicotomía), en la entrega incompleta, secreta; en la búsqueda elegiaca demarcada por la demora en la aparición de un ideal en apariencia inexistente. Ante la primacía de la imposibilidad los poemas hacen que nos sumerjamos en la visualidad, en juegos de colores y símbolos que conforman una imagen onírica: los ecos blancos, la permanencia en las ruinas, el resplandor, los vapores dorados; la contemplación armando un espacio donde se puede residir por encima del universo de la causación y de lo nominal. En este sentido, pareciera ser que desde el amor se desprenden imágenes de una dimensión sagrada, que resiste –no sin su carga de tristeza– a partir de la esperanza de un milagro (el encuentro de los amantes) los embates del sin-sentido. Esta dimensión, donde priman figuras como el bosque, el alba y la niebla, es con la que termina fusionándose la poeta a partir de la pérdida de sus colores: se extingue cromáticamente en ella, trasciende, en cierta forma consolida una victoria.
