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Wilms Montt: la turbulenta vida que ocultó su talento
Por María Jesús Espinosa de los Monteros
Publicado en https://elpais.com/ 3 de Octubre de 2017
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De entre las muchas novedades que han llegado a las librerías este mes, hay una obra escueta y sencilla —Preciosa Sangre. Diarios íntimos (La Señora Dalloway Ediciones)— que redescubre a una olvidada escritora que merece ocupar el lugar que su escritura forjó. Se trata de Teresa Wilms Montt (Viña del Mar, 1893–París, 1921), una autora que nació en una familia de la élite mercantil y política de Chile, cuya vida, turbulenta y rebelde, representó un desajuste extremo con el mundo que habitaba. “Cuando empecé a investigar su obra y su vida, me di cuenta de que lo que se conocía de ella era sobre todo el mito. La caricatura de la femme fatale, el estereotipo de la mujer hermosa que además escribía. Una visión muy sexista, además de superficial”, explica la también autora chilena Alejandra Costamagna, encargada de escribir el perfil y el prólogo de estos Diarios íntimos.
Wilms Montt descendía de la estirpe de cuatro presidentes de la República chilena, fue lectora precoz, trilingüe y anarquista. Su primera publicación la firmó bajo el seudónimo de Tebac. Desarrolló “intuitivamente”, según Costamagna, un potente discurso feminista y anarquista, inspirada por el discurso de la feminista Belén de Zárraga y el chileno Luis Emilio Recabarren. A los 17 años se casó con Gustavo Balmaceda Valdés, funcionario de Impuestos del Estado, sin el consentimiento paterno y tuvo dos hijas. Un hombre que resultó ser celoso, violento y dado en exceso a la bebida. Teresa, fiel a sus pasiones, se enamoró locamente del primo de su marido, Vicente Balmaceda, Vicho. Él es el destinatario de la mayoría de entradas de estos diarios fatalistas y fogosos.
Es acusada de adulterio por su marido, separada de sus hijas y confinada en el convento Preciosa Sangre, donde escribe gran parte de estos diarios. A los pocos meses del ingreso en el centro, Teresa intentó suicidarse por primera vez sin conseguirlo. ¿Su delito? “Teresa aceptó y expresó sus deseos —nunca contempló la posibilidad de podarlos— y eso es algo que puede verse en sus escritos”, explica Carmen G. de la Cueva, una de las editoras de La Señora Dalloway. Gracias a la ayuda del poeta Vicente Huidobro huyó del convento en dirección a Argentina.
Allí conoció a la intelectualidad bonaerense con Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo a la cabeza. Tras presenciar el suicidio de uno de sus enamorados argentinos —al que dedicó su poemario Anuarí—, se marchó a Nueva York para trabajar en la Cruz Roja. Tras ser confundida con una espía alemana, viajó a España, donde se codeó con la bohemia madrileña —Azorín y Romero de Torres, entre otros—. “De qué mundo remoto nos llega esta voz extraña”, se preguntaba Gómez de la Serna al leer las obras de Wilms Montt.
“Es curiosa la manera en que la vida de una autora como ella perdura por encima de su escritura. Esto es algo que ya ocurrió con Anne Sexton y Sylvia Plath, por ejemplo. Aunque se conocen mucho más sus escrituras que la de Teresa, ambas fueron poetas suicidas, hermosas y tan magnéticas como la chilena”, comenta De la Cueva.
La obra de Wilms Montt no es extensa, pero sí penetrante, ardiente: Inquietudes sentimentales, Los tres cantos, En la quietud del mármol o Lo que no se ha dicho son sus principales obras. “Su escritura es un reflejo de lo que fue su vida: una historia de talento y pasión, pero también de violencia”, explica la editora. Costamagna, por su parte, cree que algunas de las características más fascinantes de su obra son “su ánimo disidente, la incomprensión del medio, su inconformismo latente y cierto desfase entre los deseos y las normas, que la llevarán finalmente al suicidio”. Este tuvo lugar en París, la Nochebuena de 1921. Una sobredosis de somníferos acabó con su vida. Tenía 28 años. Tiempo atrás, en su diario de iniciación, ya había dejado escrita esta entrada premonitoria: “Morir debe ser una cosa deliciosa, como hundirse en un baño tibio durante las noches heladas”.
Imagen sup. Teresa Wilms Montt retratada por Julio Romero de Torres.