Proyecto Patrimonio - 2017 | index | Teresa Wilms Montt | Autores |





 

TERESA WILMS MONTT: LA VISCERALIDAD COMO ACTIVISMO

Por Cecilia Macón
Universidad de Buenos Aires
Revista Revista 452ºF. N°17 (2017)


.. .. .. .. ..

Resumen
Es usual señalar que el debate sobre las emociones como parte de la acción política solo pasó a formar parte del feminismo en los últimos años. Sin embargo, es notoria la referencia en la literatura feminista de la primera ola al espacio de lo íntimo en términos de una colisión de emociones profundamente política que puede ser definida en términos de «visceralidad». El presente trabajo se enmarca en un proyecto que tiene como objetivo final señalar el modo en que la transmisión de los afectos formó parte fundamental de la constitución del feminismo. Este artículo se ocupa de analizar la producción de la escritora chilena Teresa Wilms Montt, muy particularmente su primera obra, Inquietudes sentimentales (1917). No se trata meramente de argumentar la presencia de la dimensión emocional, sino de indagar en la especificidad de ese momento de su escritura donde la categoría de «intimidad» se torna central a la hora de establecer principios feministas. Son las características de su recorrido —donde entran en colisión las emociones más diversas— y el vínculo que establece con las luchas políticas del feminismo de corte anarquista las que abren la posibilidad de entender esta etapa, dando cuenta de la constitución de una geografía afectiva para el activismo. Una geografía marcada, centralmente por el desafío a «estructuras del sentir» patriarcales a través de intervenciones que sacan a la luz el papel político de la visceralidad en tanto acción.

Palabras clave || Wilms Montt | Visceralidad | Feminism | Afectos | Activismo

Abstract
It is often said that the debate on emotions as political action has only become an essential part of feminism in the last years. However, in the first wave of feminist literature there are plenty of references to the sphere of the intimate in terms of a deeply political collision of affects which can be characterized in terms of “viscerality”. This paper is part of a project that aims to discuss the ways in which the transmission of affects was crucial for the constitution of feminism. In this context, it analyzes writings by Chilean Teresa Wilms Montt, and particularly her first book Inquietudes sentimentales (1917). Rather than merely note the presence of an emotional dimension, my interest is to delve into this moment of her writing, when “intimacy” became key to establish feminist principles. The main features of her itinerary—in which many emotions collided—and the links established with the political struggle of anarchist feminism, open up a possibility to understand this early stage of activism, through the constitution of an affective geography for activism. A geography framed by a challenge to patriarchal “structures of feeling” by means of interventions that express the political role of the visceral action.

Keywords || Wilms Montt | Visceral | Feminism | Affect | Activism

 

* * *

0. Introducción[1]

«Cuando quisieron encerrarme, busqué libertad.
Cuando me amaban sin amor, yo di más amor.
Cuando trataron de callarme, grité. Cuando me golpearon, contesté».
(Wilms Montt, 2014: 46-48)

Estas palabras escritas por la poeta chilena Teresa Wilms Montt (1891-1921) en 1918 obligan en una primera escucha a recordar que el activismo feminista —aún antes de que existiera tal término o ante la ausencia de una militancia formal como es el caso de nuestra escritora— se construyó alrededor de una tensión central insistente: la que se abre entre la razón asociada a lo público y la supuesta locura femenina construida a través del desborde emocional, merecedora de la reclusión en el orden de lo privado. A partir de aquellas palabras es inevitable también evocar estudios fundacionales como The Madwoman in the Attic de Susan M. Gilbert y Susan Gubar (1979) o The Female Malady: Women, Madness, and English Culture, 1830–1980 (1981) de Elaine Showalter, donde se estudian en detalle el modo en que la irrupción subversiva de la voz de las escritoras mujeres construyó su espacio a través de un tono emocional único. La evocación de figuras contradictorias —madre, bruja, monstruo, diosa— en la construcción de lo femenino (Gilbert y Gubar, 2000: 2140) establece un arco de estereotipos revisitados por muchas de las propias escritoras más allá de la mera inversión literal. De hecho, el despliegue de los mecanismos de subversión del orden patriarcal se produce, como veremos en nuestro caso, en términos de la introducción de una matriz afectiva alternativa destinada a disolver el patrón sobre el que justamente se constituyen aquellos estereotipos.

Dice Wilms Montt en algunos de sus versos más citados:

Fui crucificada, muerta y sepultada, por mi familia y la sociedad.
Nací cien años antes que tú sin embargo te veo igual a mí.
Soy Teresa Wilms Montt, y no soy apta para señoritas.
(Wilms Montt, 2014: 1226)

Es en estos como en otros versos donde queda en evidencia el modo en que estas instancias fundacionales del feminismo dan cuenta del papel centralmente político que tiene la dimensión afectiva[2] en su despliegue: ante una serie de intentos ejecutados por su familia y la sociedad por disolver su propia presencia perturbadora, Wilms Montt responde con la provocación de buscar cómplices en lectoras que desprecien ser identificadas como «señoritas» reproductoras del estereotipo dócil. Es más, entiendo —y este es el eje central del presente trabajo— que en estas instancias germinales del feminismo queda en evidencia que el activismo y la escritura feministas —si es que son dos cosas distintas— necesitan desarmar una «estructura del sentir» patriarcal —en tanto matriz emocional de la experiencia histórica de una época[3] — sostenida en la adjudicación de emociones específicas a las mujeres y la expulsión al orden de lo intratable —brujas, monstruos— en los casos en que se rechaza tal adecuación. A cambio, el feminismo busca refundar otros múltiples órdenes del sentir contingentes, contradictorios, desafiantes donde lo que prima es una dimensión visceral capaz de sacar a la luz la relación central entre afectos y cuerpos refigurando aquella supuesta monstruosidad: se trata entonces de disolver la estructura del sentir patriarcal para así presentar una de carácter radicalmente distinto. Donde, además, se ejecuta con consistencia una operación política consciente de que desmontar un orden político para instituir otro obliga a discutir su dimensión emocional y así formular una de carácter alternativo. Y es allí, en ese elemento puntual pero esclarecedor, donde la escritura anárquica de Wilms Montt se torna esencial. Desde una periferia que es geográfica, pero también política y personal, las palabras de la escritora chilena ayudan, tal como argumento a continuación, a esclarecer ese momento clave en la constitución de una perspectiva de género.


1. Teresa y su inquietud sentimental

Es seguramente un lugar común señalar que el debate sobre los afectos en términos de su papel agenciador y no meramente en tanto una dimensión a obturar en tren de destacar la racionalidad femenina, solo pasó a formar parte del feminismo en los últimos años, particularmente como efecto de la llamada «tercera ola». Al respecto basta recordar las ya clásicas reconstrucciones llevadas a cabo por Raia Prokhovnik en Rational Woman (1999) y por Susan Mendus en Feminism and Emotion (2000) donde se da cuenta de la lucha política por romper la dicotomía patriarcal entre mujer y razón y hacer a un lado el argumento de la opresión de género sostenido en la supuesta emocionalidad femenina. Este camino tendiente a señalar un interés reciente del feminismo en la complejización de la dimensión afectiva es, tal vez a su pesar, una suerte de autolegitimación insistente que suele apelar a la retórica de la excepcionalidad del presente en tren de buscar miradas atentas. Efectivamente, la interpretación de, por ejemplo, los textos de Mary Wollstonecraft en tanto refractarios al rol de las emociones —como reconstruyen las canónicas lecturas de Barbara Taylor— no es más que un modo de expresar una narrativa progresiva del feminismo (Hemmings, 2011)[4] destinada, tal como ha analizado brillantemente Hemmings (2011), a culminar en este tiempo presente que encarna el análisis certero de, entre otras cuestiones, la dimensión afectiva. Sin embargo, es notoria la referencia en la literatura feminista de la primera ola o incluso en lo que podríamos llamar ciertas precursoras asistemáticas y hasta marginales o «primitivas» como Wilms Montt —para usar la expresión de Eric Hobsbawm—, al espacio de lo íntimo en tanto una colisión de emociones que resulta, sin duda, profundamente política por sus características disruptivas. Una colisión expresada en términos tales que obliga a señalar la centralidad de la dimensión «visceral» del feminismo en sus primeras etapas como parte esencial de sus modos de intervención. De hecho, el presente trabajo se enmarca en un proyecto que tiene como objetivo final refutar aquella hipótesis progresiva de la historia del feminismo, tomando como punto de partida el modo en que la transmisión del afecto (Brennan, 2004)[5] formó parte fundamental de la constitución del feminismo en América Latina a partir de los debates alrededor de la intimidad generados en otras latitudes sobre los que volcó toda su capacidad resignificante, sea en tanto reflexión o como activismo.

Puntualmente, en el desarrollo de este artículo, me centro en analizar la producción de la escritora chilena Teresa Wilms Montt, muy particularmente su primera obra Inquietudes sentimentales publicada en Argentina en 1917 durante su primer viaje a Buenos Aires —ciudad donde se editará toda su obra—. Se trata de un momento revulsivo en el que el feminismo latinoamericano estaba en proceso de constitución en términos de lo que Rosenwein llama «comunidades emocionales» (Rosenwein, 2007: 27)[6], en tanto comunidades creadas por las emociones, que distaron de ocultar la colisión de afectos que las conformaban. Por el contrario, creo que esta etapa se caracteriza justamente por sacar a la luz mapas afectivos en tensión que, teniendo en cuenta el rol asignado a la dimensión corporal, pueden ser entendidos más en términos de visceralidad que de meras emociones: sea la rabia (Wilson 2015: 5), la inquietud o la melancolía, el amor o el odio, la visceralidad refiere a «la experiencia de sentimientos o respuestas afectivas altamente mediadas por el cuerpo que se manifiestan a través de reacciones emotivas y corporales» (Torotici 2014: 407). No se trata solo entonces de argumentar la presencia de la dimensión afectiva en estas producciones —operación que puede ser generada sobre cualquier artefacto cultural—, sino de indagar en la especificidad de ese momento de la escritura de Wilms Montt —anterior a sus viajes a España y Francia—, cuando la categoría de «intimidad» se torna central a la hora de establecer principios feministas en diálogo de alguna manera con los desarrollos de corte fundamentalmente anarquista. Son las características del recorrido de Wilms Montt, donde entran en colisión los afectos más diversos, estableciéndose un vínculo complejo con las luchas políticas del feminismo libertario —que no se aviene estrictamente a ser llamado feminismo—, las que abren la posibilidad de entender esta etapa temprana del movimiento al margen de las lecturas lineales que interpretan la intimidad como mero refugio en plena contradicción con la vida pública. De lo que se trata aquí es de dar cuenta de un caso representativo de la constitución de una geografía afectiva para el diverso arco del activismo feminista latinoamericano en un momento en el que ya no resultaba anómalo que una mujer fuera escritora (Gilbert y Gubart, 2000: 93). Un momento, además, en el que la ruptura subversiva de esos límites a través de ejecución de la alteración del orden afectivo se sostuvo en la irrupción de la imagen de la «mujer prisionera» bajo la exigencia de autonomía (Gilbert y Gubart, 2000: 58), una ruptura expresada por Wilms Montt en términos de, justamente, «inquietudes sentimentales».

Recordemos que Teresa Wilms Montt llega por primera vez a la Argentina en 1916, después de haber tenido acceso en Chile a los debates y a las luchas de los trabajadores de corte anarquista, muy particularmente en su paso por Iquique, ciudad donde publica sus primeras intervenciones públicas y donde traba relación con el libertario Víctor Domingo Silva. Allí es también donde conoce a la feminista española Belén de Sárraga —con la que incluso compartió hospedaje— que había llegado a Chile para dar una serie de conferencias de alto impacto. Se trata de un acercamiento al anarquismo que, como en muchos otros casos, se cruza con la adhesión a la masonería y al espiritismo. Como es sabido es en compañía del poeta Vicente Huidobro que llega a Buenos Aires tras escapar de la reclusión en un convento donde había sido encerrada por su familia. Es él entonces quien la integra a los círculos intelectuales porteños de la época, marcados, justamente en 1916, por el ascenso al poder del radical Hipólito Yrigoyen, primera ruptura con el orden conservador imperante hasta entonces. En ese contexto se acerca al núcleo constituido alrededor de la ecléctica revista Nosotros, compuesto entre otros por sus fundadores, Alfredo Bianchi y Roberto Giusti, pero también por Leopoldo Lugones, José Ingenieros y Alejandro Korn. Es precisamente en la editorial Nosotros donde Wilms Montt publica Inquietudes sentimentales, su primer libro. Resulta necesario recordar que es también en esos años cuando el feminismo argentino de raigambre anarquista cobra un impulso especial. En el marco de los reclamos por el sufragio femenino, el anarquismo[7] —principalmente a través de su periódico La voz de la mujer fundado en 1896 y extinguido un año después— excede en sus demandas esta exigencia para involucrar la dimensión entendida como privada: sustancialmente el control de la natalidad (Barrancos, 2007: 123), la libertad sexual (Barrancos, 2007: 132) y la asociación del matrimonio con la opresión. Así, guiadas por el lema «Ni Dios, ni patrón, ni marido» el anarcofeminismo arrasó con las barreras entre lo íntimo y lo público de manera visceral. Recordemos además que el feminismo de corte anarquista —que es al que Teresa accedió en primera instancia y que tuvo un rol clave en el Cono Sur— se asienta sobre un orden revulsivo donde la ironía y el insulto (Bacci y Fernández Cordero, 2006/7: 194) son centrales. Donde, claramente, las exigencias de moderación de los afectos femeninos, son insistentemente devastadas. Esta afirmación no implica que el feminismo de corte liberal haya sido ajeno a la introducción del debate en torno a la dimensión afectiva a la hora de objetar la opresión femenina —basta recordar los textos de Susan Anthony o de Elizabeth Cady Stanton en el caso norteamericano o de Elvira V. López en el argentino—, sino que entendemos que esa estrategia revulsiva propia del anarquismo es expresada a través de un cuestionamiento al orden afectivo patriarcal de tal frontalidad que resultó incluso el germen de sus disputas con el anarquismo masculino.

Si Teresa accede a los círculos de la élite porteña con los que compartía en algunos casos un origen de clase alta, también encontró en la expresión y el ejercicio de su sexualidad un camino para barrer con estereotipos patriarcales. El hilo del planteo de Wilms Montt implica justamente sacar a la luz el rol político de la intimidad para derribar la lógica patriarcal. Ya a fines del siglo XIX algunas anarquistas habían planteado temas como el amor libre, el divorcio y las denuncias de violencia familiar, que cobrarían relieve público décadas más tarde. Es que la concepción del patriarcado como sistema opresivo no refiere necesariamente a una dicotomía entre varones privilegiados y mujeres infelices, sino justamente a un régimen de control social que implica la adjudicación de ciertos afectos supuestamente positivos y moderados a las mujeres[8]. Anticipando el lema «lo personal es político» desplegado por las feministas en la década del sesenta, se exige aquí la disolución de esos límites apelando sustancialmente a la dimensión afectiva.

En el marco de estas discusiones, ciertamente el «maternalismo» con su inevitable referencia a la esfera afectiva cumplía un papel central a la hora de reclamar derechos: el argumento de que alegar el rol de las madres como primeras educadoras —tanto en lo emocional como en lo intelectual— era el camino central a la hora de exigir el acceso a la educación y al sufragio (Barrancos, 2007: 127) fue ciertamente eficaz. Pero el camino elegido por Wilms Montt no es precisamente la persuasión. Más bien se trata de cuestionar un orden afectivo que no ha logrado más que reproducir estereotipos.

Es en este contexto que me gustaría presentar aquí un breve y embrionario análisis del primer texto de Teresa. Allí, como veremos a continuación, se pone en evidencia una concepción notablemente disruptiva del amor, como paradigma de una emoción considerada positiva y contemporizadora. De hecho, la lectura que propongo aquí se enmarca en una hipótesis más general: los primeros momentos del feminismo se sustentan, no en un reclamo por hacer a un lado la identificación de las mujeres como seres emocionales y por ello irracionales e incapaces, sino en uno aún más revulsivo: desarmar el modo en que son pensados los afectos en su potencialidad política aboliendo la distinción entre lo público y lo privado y haciendo de la visceralidad un aspecto clave de la política.


2. Amor y crueldad

Es notable constatar que a lo largo de un texto que, como Inquietudes sentimentales, pone ciertamente en primer plano la dimensión afectiva alterando cualquier estereotipo que se pueda tener sobre la lógica de su funcionamiento, hay un par de pasajes que resultan clave en términos del modo en que el sufrimiento individual es introducido como punto de partida para la constitución de una comunidad afectiva. Dice Wilms Montt:

No soy feliz ni podría serlo; porque,
entonces, no sería hermana de los
miserables; porque no tendría el alma
ilimitada de indulgencia. (Wilms Montt, 2015: 170-171)

Si enmudeciera el globo terrestre y dejara de
rodar por los espacios, la fuerza de mi dolor
lo haría reanimarse, como se reanimaría el
lago muerto, si desembocara en él un río. (Wilms Montt, 2015: 302-303)

El sufrimiento, si bien como veremos refiere también a una dimensión individual, resulta impuesto por la hermandad, por un registro arrollador de lo colectivo. Incluso, por la posibilidad de que el dolor propio reanime lo muerto en el otro. Hay infelicidad obligada por la presencia perturbadora y potenciadora de lo ajeno, pero siempre superpuesta a una experiencia radicalmente individual del dolor. En sus palabras:

Si lloro mis lágrimas se congelan. Ya saben
ellas que nadie vendrá a enjugarlas. Si
desespero, yo sola me consuelo,
imponiéndome tiránica voluntad. (Wilms Montt, 2015: 110-111)

Aquí, el dolor une y separa a la vez, aísla y comunica. Es que es ese mismo dolor el que funciona en Wilms Montt como punto de partida para la empatía en tanto posible generadora de un espacio de activismo compartido, pero también de conflictos más o menos latentes. Tal como señala Pitts-Taylor (2016: 93) la instancia de corporización compartida originada en la exhibición del dolor como algo que nos enlaza contiene la tensión entre lo común y lo que nos diferencia del otro: es el pedido o la recepción de la empatía como consuelo, pero también como posible enfrentamiento generador de soledad. Estos fragmentos de los poemas de Wills Montt expresan justamente ese rol clave para el dolor encarnado en el cuerpo: es constituir lo común y lo propio borrando las distinciones, pero también exacerbándolas. Sin embargo, no se trata de una excepcionalidad que señala meramente al sufrimiento en su rol tensionante. De hecho, el amor también implica un punto de partida para salir de lo individual mientras a la vez impulsa un movimiento hacia lo propio. Dice Wilms Montt:

Apareciste, y hubo en mi alma un estallido
de vida; se abrieron todas mis flores
interiores y cantó el ave de los días festivos. (Wilms Montt, 2015: 116)

Anuarí, tú que encarnas solo en ojos todo lo
que yo soñé, todo lo que yo hubiera podido amar.
En el corazón de la noche me daré a ti, con la
beatitud que un artista se entrega a su obra,
y con el entusiasmo agradecido con que
aquélla se entregaría a quien la creara. (Wilms Montt, 2015: 294-296)

El amor es entonces lo que saca del ensimismamiento, de la fractura que supone la mera introspección, pero también lo que hunde en la soledad como resultado de la falta de respuesta. Así, los límites entre lo íntimo y lo público —cuestionada centralmente en la constitución del feminismo— se reconfiguran continuamente, sin por ello abolir diferencias que se tornan contingentes.

Es importante notar que no se trata solo de exponer el modo en que amor y sufrimiento conectan y dividen a la vez lo propio y lo ajeno, sino que además una de las operaciones centrales del texto consiste en presentar afectos considerados positivos[9] junto a los llamados negativos en una suerte de enredo que los vuelve indistinguibles: hay un deseo abrumador, pero también su ausencia, hay sentimentalismo y tragedia. El modo en que Wilms Montt pone en escena esta superposición es ciertamente brutal. Me limito entonces a reproducir algunos párrafos clave:

[…] Escribo como pudiera reír o
llorar, y estas líneas encierran todo lo
espontáneo y sincero de mi alma. (Wilms Montt, 2015: 36-37)

Una campana impiadosa repite la hora y me
hace comprender que vivo, y me recuerda,
también, que sufro. (Wilms Montt 2015 40-41)

Nada tengo, nada quiero; mi cabeza
dolorida, enferma del extraño mal, se
abandona sobre la mesa, pesada como block de mármol.
(Wilms Montt, 2015: 59-60)

Y vivo, porque es cobardía morir; y oculto
mis llantos porque el siglo no comprende
esos sentimentalismos histéricos. (Wilms Montt, 2015: 247-248)

¡Anuarí! ¡Mágico espíritu de mi vida!
Anuarí, dulzura ignota que te has dado a mí
en un rasgo de generosidad que te
agradeceré de hinojos.
Anuarí ¿por qué eres cruel? ¿No ves, acaso,
mi martirio? (Wilms Montt, 2015: 312-313)

Aquella superposición aparece también en estas líneas en relación con la exhibición de la experiencia del amor cuando excede el amor erótico, incluyendo una descripción del amor materno que dista aquí de poder ser asociada a cualquier estereotipo al estilo del maternalismo citado más arriba: es el deseo y la dicha, pero también el dolor y la tortura. La tensión entre afectos contradictorios en un área tan apegada a los estereotipos emocionales opresores como el amor maternal es tal vez una de las zonas de despliegue más revulsivas de los textos de Wilms Montt. En sus palabras:

Oigo risas de niños. Siento pasitos de seda
correr por la alfombra...
Todo es ilusión; no encuentro en parte
alguna la dicha.
¡Profundidad, profundidad! ¡Ahógate,
espíritu en las profundidades! ¡Corazón!
¡aprende a vivir; no te conmuevas!
¡Corazón! ¡Qué enorme es el precio de tus
grandezas! Pides el ser. Solo en el dolor
puedo saciar mi sed de infinito. ¡Dolor! Me
torturas, pero sin ti no podría vivir; se
helaría mi pensamiento, como piedra petrificada. (Wilms Montt, 2015: 298-301)

Wilms Montt ciertamente trastoca aquí la concepción puramente positiva del amor maternal[10]: hay ilusión y falta de dicha, pero también tortura y necesidad de que el corazón no se conmueva. De hecho, obliga a preguntarnos: ¿por qué resulta tan difícil aceptar que el amor no es necesariamente un sentimiento positivo, sino uno que también puede involucrar violencia y asimetría? ¿Es la idealización del amor una limitación para entenderlo no ya en términos de «puro amor», sino por el contrario como una experiencia compleja destinada a superponerse con un arco muy amplio de afectos?

Resulta inevitable aquí evocar el modo en que Judith Butler a través del análisis de dos textos hegelianos —«Amor» y «Fragmentos de un sistema»— da cuenta de las complejidades a veces indigeribles del amor presentes, por ejemplo, en los perturbadores versos de Wilms Montt: «cercanía» y «malestar» son descripciones con las que es necesario dar cuenta de un afecto fatalmente idealizado donde las evocaciones a la propiedad, el sacrificio (Butler, 2015: 95), vida, muerte, separación, inequidad, subordinación (104), hostilidad y melancolía se superponen continuamente. La naturaleza paradójica del amor queda aquí en evidencia. Aún si admitimos que el amor es una forma de unión entre pares (98-99), el debate introducido por Judith Butler saca a la luz su inevitable opacidad. Señala así por ejemplo que, desde el momento en que «el amor tiene dentro un elemento hostil» (104), puede expresar inequidad y subordinación. ¿Podemos asegurar, digo, que el amor está ausente en una relación sádica? ¿No puede el amor enlazarse con afectos destructivos y aun así persistir? ¿Por qué el amor debe ser considerado un sentimiento impoluto? De hecho, a contrapelo del argumento maternalista del feminismo más moderado citado más arriba, Wilms Montt va dar cuenta del amor maternal de una manera igualmente desafiante:

Mías, son también tus miserias, míos,
tus infinitos dolores de madre;
mía, la cuna de Momo y la guarida de la Muerte. (Wilms Montt, 2015: 56-57)

Es la exhibición de la ansiedad asociada a la escritura y a la maternidad, ya desplegada en su vínculo por Mary Shelley (Gilbert y Gubar, 2000: 2310), la que está en juego aquí. Una ansiedad que resulta condensada en la metáfora del título en términos de «inquietud sentimental» y que remite indefectiblemente a cierta desorientación corporal (Ngai, 2005: 237), a cierto caos de tensiones no articuladas (246), pero también a una futuridad que superpone diferimiento y anticipación (210) para la acción. Una ansiedad que, en los términos de Ngai, «no es una emoción llena, sino una emoción expectante que apunta menos a un objetivo específico del deseo que a la configuración en general o a las disposiciones futuras del yo» (2005: 209). Sostenida entonces en una futuridad en un punto difusa, pero no por ello menos potente, la ansiedad se superpone aquí con la melancolía: un arco afectivo que, aun cuando está sostenido en un retiro del mundo, ha sido señalado a partir de ciertos análisis como una oportunidad para encarar la acción política de manera ambigua, pero también creativa (Flatley, 2008: 6). No se trata de resignarse a la parálisis, sino de aceptar un modo alterado, dislocado, imprevisible y frecuentemente despreciado de encarar la transformación del mundo.

Se torna inevitable apuntar aquí que Wilms Montt saca a la luz el modo en que ciertas instancias del feminismo —tanto las anarquistas como las liberales o las socialistas— resultan marcadas por rasgos clave del Romanticismo. El rol cumplido por la melancolía y la rabia, la indignación y el dolor, la ansiedad y la aflicción exhibe la marca que este movimiento estético ejerció en la fundación de la teoría y el movimiento feministas (Mellor,1992). Y allí, el grito de Wilms Montt atravesado por cada uno de estos arcos afectivos en tensión, resulta capaz de lanzar a la discusión esos rasgos románticos que perviven en feminismos de marcas ideológicas muy distintas.


3. Tripas

«De tanta angustia que me roe,
guardo un silencio que se unifica a la entraña
del océano». (Wilms Montt, 2014: 172)

Esta línea clave de Wilms Montt muestra el modo en que su escritura se ocupa de expresar aquella angustia —que también es inquietud, ansiedad o desajuste— de un modo, no solo revulsivo, sino inmediatamente capaz de remitir a los afectos en su fuerte relación con la dimensión corporal: no se trata de emociones abstractas ni inmediatamente verbalizables, sino de instancias que exhiben la tensión radical entre el sufrimiento experimentado por el cuerpo propio y la necesidad de comunicarlo; es la entraña del océano que se unifica.

Wilms Montt muestra, por ejemplo, no solo que el amor no está limitado a su descripción en términos de una emoción compasiva, simple y humana, sino también que su combinación con el odio, la violencia y la rabia no necesariamente borra sus características centrales: la necesidad de permanecer cerca de quien se ama.

Y es allí, en la manera en que saca a la luz la naturaleza conflictiva de la dimensión afectiva, que se permite delinear el modo en que lo visceral —más que lo estrictamente emocional— forma parte desde los inicios de los reclamos de género y no meramente de los desarrollos desplegados en los últimos años. Se trata de una visceralidad que pone ciertamente en primer plano la dimensión corporal (Wilson, 2015: 3), pero en un rango de descripciones que obliga a pensar esa misma actitud visceral como modo que expresar/experimentar la política en términos de lo instintivo. Aquí, el amor, la ira, la agresión, lo abyecto, lo indigerible del mundo, están estrechamente unidos al deseo, al apego, a los apetitos. Es la experiencia carnal, casi sanguínea, la que tiñe la reacción al orden patriarcal. En términos de Ngai lo visceral «es algo sentido por dentro, en tanto dentro de los órganos del cuerpo» (2015: 33), es lo que obliga a lidiar con emociones crudas o elementales a la hora de enfrentarse a un orden (38). En las de Wilms Montt:

La sombra de mi cuerpo corre a mi lado
y lleva mi inquietud. (Wilms Montt, 2015: 259)

Hay en el ambiente una inquietud erótica,
y en todo el jardín un deseo cálido de posesión. (Wilms Montt, 2015: 261-262)

La inquietud señalada aquí refiere ciertamente a un arco de experiencias incapaces de ser entramadas en una narrativa apaciguadora, pero que insisten en buscar expresión a través de las palabras. En un punto la inquietud —que no puede ser reducida a la angustia— es la marca de lo que excede a cualquier domesticación discursiva, es decir que expresa lo esencialmente visceral. Es la imposibilidad de la permanencia, de autonarrarse, de adherir a alguna versión de la teleología (Colebrook, 2008: 88). La inquietud implica así tanto el displacer que atraviesa emociones como el miedo, la envidia o la vergüenza como otras asociadas al placer como el amor, la esperanza, o incluso la alegría fugaz (Roinila, 2012: 188). Repele sin dudas a la intencionalidad o a cualquier otro patrón orientado a un fin (Ahmed, 2010: 26). Al amenazar tan fuertemente la cohesión la inquietud resulta fácilmente integrada a la melancolía en tanto aquel retiro del mundo citado más arriba que, al no necesariamente paralizar (Flatley 2008: 15), se abre a su posible politicidad.

Las palabras de Wilms Montt ayudan a figurar un momento germinal y, justamente por ello, tensionado para el movimiento[11], establecido de manera explícita a través de la Declaration of Sentiments, proclamada en la fundacional Convención de Seneca Falls de 1848. Nos enfrentamos aquí a una instancia temprana donde se objeta fuertemente la legitimación de la opresión femenina a través de cierta construcción de su sentimentalidad, pero donde simultáneamente se atenta contra la estructura del sentir patriarcal para introducir una lógica alternativa e inesperada sobre el horizonte afectivo en toda su potencialidad política. Es precisamente allí donde se definió el corazón de la revulsión feminista, antes aún de que hubiera una autoconciencia expresada en esos términos: la vocación por demoler la estructura del sentir establecida por el orden patriarcal y la pretensión visceral —y no meramente emocional ya que exhibe a pleno su marca corporal— de imponer su reemplazo por una estructura alternativa solo parece posible mediante la puesta en funcionamiento de la esfera afectiva expresada en términos donde las inestabilidades de lo corporal, que exceden el cada uno, se tornan centrales en su orientación a la acción. Si la visceralidad es clave en esta reconstrucción es porque así quedan en evidencia tanto la dimensión corporal de los afectos como la manera en que aquella inestabilidad, inquietud o ansiedad conlleva la acción.

Tal vez esta insistencia en demoler una determinada estructura de sentimientos mostrando a la vez el modo en que la dimensión afectiva y revulsiva de lo visceral son necesarias para sostener un proceso emancipatorio esté entre las marcas más perdurables de estos momentos precursores. Al menos en el caso de Wilms Montt, esas señales distan de ser marginales para transformarse en el punto de partida para la acción y para el desenmascaramiento de un estado de cosas legitimado a través de matrices emocionales. Así, en parte de sus orígenes —primitivos, oscuros, asistemáticos— el feminismo no impugnó el rol de los afectos como posible motor de sus reclamos, sino que, por el contrario, impulsó una reestructuración de los afectos que implicó un avasallamiento desafiante a un orden patriarcal sostenido justamente en una construcción de la emocionalidad femenina de acuerdo a sus intereses. Se trata de una visceralidad que pone ciertamente en primer plano la dimensión corporal (Wilson, 2015: 3) —Wilms Montt hace referencia constante al modo en que su cuerpo cumple un papel en el camino de sus reflexiones—, pero en un rango de descripciones que obliga a pensar esa misma actitud visceral como modo que expresar/experimentar la política en términos de lo instintivo en su orientación a la acción. Tal como otras precursoras no sistemáticas del feminismo —Mary Wollstonecraft y Olympe de Gourges en Europa, Gabriela Mistral, Magda Portal o Elvira V. López en Latinoamérica—, Wilms Montt, lejos de objetar la presencia de los afectos, ayuda a alterarlos hasta desplazarlos de cualquier estereotipo posible y volverlos así carnales y críticos a la vez. A la manera de la canónica reconstrucción de la historia del feminismo por parte de Joan W. Scott (2012) donde se exhiben las paradojas fundacionales del movimiento, aquí nos enfrentamos a una tensión adicional: la refiguración de la estructura del sentir patriarcal, no a través de su mera inversión o del puro reclamo de racionalidad para las mujeres, sino de la exhibición problemática de un arco afectivo contradictorio que jaquea cualquier estereotipo establecido sobre la distinción entre afectos positivos y negativos mientras no teme exhibir el papel del cuerpo en esta aventura política radical.

 

 

* * *

Notas

[1] Para la realización de este trabajo resultaron fundamentales las sugerencias y comentarios de Constanza Ceresa, Silvina Cormick, Alejandra Costamagna, Laura Cucchi y Macarena Urzúa. Agradezco también el debate generado a partir de la lectura de una versión previa en el Congreso Chile Transatlántico, realizado en Santiago de Chile en agosto de 2016.
[2] En este artículo utilizo indistintamente las nociones de «emoción», «pasión» y «afecto». Soy consciente de las diferencias conceptuales que conlleva cada una de estas palabras, pero se trata de distinciones que no alteran el eje central de este texto. Es necesario sin embargo aclarar que mientras «pasión» es una opción actualmente descartada por entender la cuestión en términos de mera pasividad, a partir de las teorizaciones de Brian Massumi muchos investigadores (Gould, Ahmed) señalan que, mientras que los afectos son desestructurados, auténticos y no lingüísticos, las emociones son la expresión de tales afectos atravesados por la dimensión cultural y la lingüística (Macón, 2013). Sin embargo, esta distinción terminológica — que implica importantes desafíos metodológicos— no resulta siempre trasladada a la discusión de los debates específicos. Entiendo que la noción de «visceralidad» saca a la luz claramente el vínculo con la dimensión corporal, incorporado a la discusión gracias al debate alrededor de la idea de «afecto» generado por el llamado «giro afectivo». Es que si bien la filosofía política se ha ocupado extensamente de discutir el rol público de las emociones —Hobbes, Spinoza, Smith— y las teorías de género se han venido dedicando también a la cuestión desde su propia perspectiva —basta recordar los trabajos de Nussbaum, Mouffe o Young—, lo cierto es que el giro producido en los últimos años ha redefinido su objeto al caracterizar los afectos primordialmente en términos de una instancia donde la distinción entre razones y pasiones se disuelve y donde cuerpo y mente son pensados como una unidad. Así, Hardt señala que «los afectos se refieren tanto al cuerpo como a la mente, involucran tanto a las pasiones como a las acciones» (2007: 34-37) haciendo que «la perspectiva de los afectos, nos fuerce constantemente a dar cuenta del problema de la relación entre mente y cuerpo con el supuesto de que sus poderes constantemente corresponden de algún modo» (43-44, 46-49). Cabe aclarar que, sin bien en gran parte de la literatura dedicada a la cuestión se utiliza la idea de afecto en singular —como en el caso de Brennan o Massumi—, lo cierto es que en otras discusiones —Michael Hardt— se opta por el plural, una alternativa que, no solo acentúa su diversidad, sino que además en la lengua español evita su asociación exclusiva a la mera expresión positiva de los afectos. En relación a la delimitación detallada de cada una de estas nociones y al despliegue del giro afectivo, véase Macón (2013). Para una reconstrucción histórica, véase Dixon (2012).
[3] Me refiero aquí al ya clásico concepto desplegado por Raymond Williams para dar cuenta de la matriz emocional de la experiencia histórica de una época. Existen, por cierto, «estructuras del sentir» que actúan en tensión con la cultura dominante en términos de tensión, desplazamiento, latencia. Véase Williams (1977: 157).
[4] He discutido puntualmente estas cuestiones en Macón (2017a).
[5] Teresa Brennan ha desplegado un argumento central en torno al rol que cumple el afecto —en tanto emoción abrumadora— a la hora de constituir un salir de sí a partir de la circulación de energía afectiva. Se trata de entender la transmisión del afecto en términos de una experiencia que excede la meramente individual (Brennan 2004: 4 y ss.).
[6] Una comunidad es, de acuerdo a Rosenwein, un grupo de personas con una apuesta común en términos de valores y objetivos que ponen en funcionamiento un determinado rango de términos emocionales que los hace distinguirse de otras comunidades: son las familias, las congregaciones religiosas, los vecinos, los gremios, las escuelas vistas desde un punto de vista que intenta indagar en sus sistemas de sentimientos (2007: 25).
[7] Es importante recordar que, dentro de este movimiento, las tensiones entre anarquismo y feminismo no resultaron menores. Al respecto, véase Molynaux (1986).
[8] La distinción entre afectos positivos y negativos se origina en la perspectiva estoica que destaca el papel de los afectos positivos y suaves en contraste con las perturbaciones del alma. Años después esta distinción fue retomada sistemáticamente por Silvan Tomkins en términos de afectos que impulsan la acción y aquellos que la obturan. Para una reconstrucción de esta diferencia véase Dixon (2012).
[9] Véase nota.
[10] He discutido la noción misma de «amor maternal» en Macón (2017b).
[11] En relación a estas tensiones basta recordar las paradojas del momento fundacional del feminismo analizadas por Joan Wallach Scott en términos de la aceptación y rechazo simultáneos de las definiciones dominantes de género (Scott, 2012: 13).

 

* * *

Bibliografía citada

- AHMED, S. (2010): The Promise of Happiness, Durham: Duke University Press.
- ALVARADO CORNEJO, M. (2010): «Ni aristócratas, ni rebeldes, ni tristes, ni contentos: Escritura y Revistas Literarias de Joaquín Edwards Bello, Teresa Wilms Montt y Vicente Huidobro», Literatura y Lingüística, 21, 29-44.
- BACCI, C. y FERNANDEZ CORDERO, L. (2006/2007): «Feroces de lengua y pluma. Sobre algunas escrituras de mujeres anarquistas», Políticas de la memoria, 6/7, 190-196.
- BARRANCOS, D. (2007): Mujeres en la sociedad argentina, Buenos Aires: Sudamericana.
- BRENNAN, T. (2004): The Transmission of Affect, Ithaca: Cornell University Press.
- BUTLER, J. (2015): Senses of the Subject, Nueva York: Fordham University Press.
- COLEBROOK, C, (2008): «Narrative Happiness and the Meaning of Life», New Formations, 63, 82-102.
- COSTAMAGNA, A. (2012): «Teresa Wilms Montt: De tumba en tumba» en Guerrero, L., Los Malditos, Santiago de Chile: Ediciones UDP.
- DIXON, T. (2012): «“Emotion”: The History of a Keyword in Crisis», Emotion Review, vol. 4, 4, 338-344.
- FLATLEY, J. (2008): Affective Mapping: Melancholia and the Politics of Modernism, Cambridge: Harvard University Press.
- GILBERT, S.M. Y GUBAR, S. (2000): The Madwoman in the Attic, New Haven: Yale University Press. Edición Kindle.
- HARDT, M. (2007): «Foreword: What Affects Are Good For» en Clough, P. T.(ed.), The Affective Turn, Durham: Duke University Press, Edición Kindle.
- HEMMINGS, C. (2011): Why Stories Matter: The Political Grammar of Feminist Theory, Durham: Duke University Press.
- HOLLAND, S., OCHOA, M. Y WAZANA TOMKINS, K. (2014): «Introduction: On the Visceral», GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, vol. 20, 4, 391-406.
- MACON, C. (2013): «Sentimus ergo sumus: el surgimiento del “giro afectivo” y su impacto sobre la filosofía política», Revista Latinoamericana de Filosofía Política, vol. II, 6, 1-32.
- MACÓN, C. (2017a): «Ansiedad, indignación y felicidad para la emancipación: el camino de Mary Wollstonecraft» en Losiggio, D. y Macón, C. (comps.), Afectos Políticos. Ensayos sobre actualidad, Buenos Aires: Miño y Dávila.
- MACÓN, C. (2017b): «Resiliencia como agencia o de la maternidad como desposesión» en Abramowski, A. y Canevaro, S. (comp.), Pensar los afectos, Buenos Aires: UNGS. En prensa.
- MELLOR A. K. (1992): Romanticism and Gender, Londres: Routledge.
- MENDUS, S. (2000): Feminism and Emotion, Londres: MacMillan.
- MOLYNEUX, M. (1986): «Ni Dios, ni patrón, ni marido: el feminismo anarquista en la Argentina del siglo XIX», Latin American Perspectives, vol. 13(1), 48, 119-145.
- NGAI, S. (2005): Ugly Feelings, Cambridge: Harvard University Press.
- NGAI, S. (2015): «Visceral Abstractions», GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, vol. 21, 4, 33-63.
- PITTS-TAYLOR, V. (2016): The Brain’s Body, Durham: Duke University Press
- PRISLEI, L. (1996): «Nosotros. Revista de letras, arte, historia, filosofía y ciencias sociales», en Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina, Caracas, Fundación, Biblioteca Ayacucho.
- PROKHOVNIK, R. (1999): Rational Woman, Manchester: Manchester University Press.
- ROINILA, M. (2012): «Leibniz on Hope» en Ebbersmeyer, S., Emotional Minds, Berlín: De Gruyter.
- ROSENWEIN, B. (2007): Emotional Communities in the Early Middle Ages, Ithaca: Cornell University Press.
- SCOTT, J. W. (2012): Las mujeres y los derechos del hombre, Mastrangelo, S. (trad.), Buenos Aires: Siglo XXI.
- SHOWALTER, E. (1987): The Female Malady: Women, Madness, and English Culture, 1830–1980, Londres: Virago Press.
- TOROTICI, Z. (2014): «Visceral Archives of the Body», GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, vol. 2, 20, 407-437.
- WILLIAMS, R. (1977): «Estructura del sentir» en Marxismo y Literatura. Buenos Aires: Península.
- WILMS MONTT, T. (2014): Lo que no se ha dicho, Santiago de Chile: Mago Ediciones. Edición Kindle.
- WILMS MONTT, T. (2015): Inquietudes sentimentales. Amazon Digital Services LLC. Edición Kindle.
- WILSON, E (2015): Gut Feminism, Durham: Duke University Press.


 

 

 

Proyecto Patrimonio Año 2017
A Página Principal
| A Archivo Teresa Wilms Montt | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza.
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
TERESA WILMS MONTT: LA VISCERALIDAD COMO ACTIVISMO
Por Cecilia Macón
Universidad de Buenos Aires
Revista Revista 452ºF. N°17 (2017)