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Los Ataúdes/Las erratas Be-uve-dráis Editores,
Santiago, 1999. 129 y 116 páginas. POR RODRIGO
PINTO
.......... Armando Uribe Arce,
don Armando, publicó en 1998, tras muchos años de silencio, uno de los
libros de poesía más notables de esta década, Odio lo que odio, rabio
como rabio (Universitaria), que, con sus magníficas páginas sobre la
muerte y sobre el país en que le tocó vivir, sonaba indudablemente a
testamento. Sin embargo, pocos meses después reincidió con Imágenes
quebradas (Dolmen), completa antología que reunió poemas anteriores,
traducciones, artículos y una sección de poesía absolutamente inédita.
"lo que no tiene nombre", que prolonga la temática del primer libro
citado. Pareció, entonces, que Armando Uribe, con esta completa muestra
de su trayectoria poética, cerraba la puerta y se despedía.
.......... Pero no. Bajo su
propio sello editorial, con una energía ciertamente envidiable e
ilustraciones de su autoría, ha publicado en 1999 ya tres libros: Los
ataúdes y Las erratas, en un solo volumen que se lee en dos
direcciones, y Las críticas de Chile, que incluye al final
algunas páginas en blanco para que el lector continúe la
lista.
.......... La poesía de
Armando Uribe es lapidaria, y ello debe entenderse tanto en sentido
literal como figurado. En la portada de Los ataúdes, se lee: "Estamos
viejos y no estamos muertos / es un estado incómodo", y la nota con que
se inicia resume lo que podría lamarse su poética:
"¿Para qué fue escrito? Porque sí, por no
dejar, por la pura, por fregar y barrer delante de la casa.
Quedan los desperdicios en la cuneta. Pero hay cunas adentro
de la
casa".
.......... Ciertamente, con su
impresionante capacidad de mirar de frente la muerte que lo espera (como
a todos, por cierto, pero él se siente más cerca), apunta también, con
un escepticismo radical, a lo que significa la vida:
"Qué
terrible es estar vivo. Pavoroso y terrible es estar
muerto. Unos riman con huerto. Los otros con olivo. ¿Y a
eso nos han traído? Polvo para la tierra. Cuya boca se
cierra cuando nos han
comido".
.......... Pero no sólo la
muerte asoma en estos libros feroces que parecen presididos por el ánimo
de ajustar cuentas con todos y cada uno, con la historia, con la
política, con el sexo, con la vida social, con la Iglesia, con los
niños, con los necios, con los asesinos. Los versos brotan a torrentes,
los más felices, uno que otro poco afortunado; y en esa despiadada
cartografía va construyendo la imagen pura y dura de nuestras pobrezas y
debilidades, con un lenguaje de riqueza extraordinaria. Tan breves como
precisas, cada estrofa o poema pone un clavo más en estos ataúdes que a
punta de metáforas ventilan malos olores, podredumbres, miasmas y
fetideces. Con todo, no se crea que la lectura de Armando Uribe puede
ser deprimente. No hay vejez más digna que la que mira de frente su
suerte ( y la de todos, que es la muerte). Más aún, una secreta alegría
recorre los textos de punta a cabo, una alegría subterránea y rara vez
visible, pero ahí está: la alegría de saldar las cuentas sólo consigo
mismo, de no deberle nada a nadie, de tirar la basura delante de la casa
y no debajo de la alfombra. Así, Uribe se convierte en el fenómeno
poético más notable de los últimos años, agregando páginas y páginas a
un testamento que debería ser leído en voz alta en todas las
esquinas:
"Comamos y
bebamos que mañana moriremos. Cras, que es mañana, moriremos.
Cras, como una bandada de cuervos. ¡Cornudos del ramaje de
los ciervos!, comamos, que mañana moriremos, bebamos, que
mañana moriremos. (Vámonos en la barca sin
remos)".
en Revista CARAS, 15 de
octubre de 1999
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