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EL MIEDO A LA MISTRAL

Por Úrsula Starke
Agosto 31/ 2009
http://ursulastarke.blogspot.com/

Ayer leí con el pecho comprimido, en los instantes desocupados que encontraba en mi trabajo, los fragmentos de las cartas que la Gabriela le escribió a Doris y que publicó El Mercurio, como adelanto del libro “Niña errante”.

Más allá de la belleza literaria de las cartas, lo que me conmovía -y conmueve- profundamente, era que estaba siendo testigo de una belleza humana. Ahí estaba la Mistral única y llana, la Mistral sin luces mediáticas que se revelaba a sí misma, como nunca han querido los señorones y señoronas decimonónicos, que se cubrieron sus rostros sonrojados al darse cuenta que su leyenda se les venía abajo.

Es que aparte del contenido evidente y maravilloso de las íntimas cartas, lo impresionante es la reacción beata de muchos intelectuales y críticos chilenos, quienes aún se niegan a aceptar que la Mistral fue una mujer real y apasionada, que tuvo una relación con Doris Dana, tan caótica como intensa, que la llenó de vida y esperanza en los últimos años de su vida. Y que también pudo tener relaciones con otras mujeres -lo más seguro que así haya sido- que figuran en la historia oficial solo como sus "grandes amigas", restándole toda posibilidad erótica a su persona, como si la poeta solo se hubiera rodeado de grandes amigas toda su vida.

Lo que ocurre es que se ha edificado a la Mistral como un emblema patrio de alcance internacional, como a una matrona asexuada, como a la “madre de América” echada en su poltrona con rostro duro, acariciando en su falda a los niños descalzos, pues con este fetiche han lucrado y lo siguen haciendo los religiosos caballeros y señoras del status quo literatoso y de otras índoles de corte capitalistas.

En Chile se le tiene miedo a gozar a la Mistral tal como se presenta, pues es ella misma quien se encarga de destruir las fábulas que se han creado en su nombre.

Entiendo que Pedro Pablo Zegers, el editor del libro, se mantenga al margen del asunto explícito de la sexualidad mistraliana, ya que actúa como conducto objetivo. Sin embargo, si su intención hubiera sido completamente alba, ¿porqué publicar un libro únicamente con las cartas de Mistral-Dana?

En el diario de hoy vienen las infladas “reacciones” post publicación del Artes y Letras. El único sensato es Armando Uribe, quien afirma “Lo importante es que se aclaran dudas de una relación que fue más que una amistad. No hay que escandalizarse”. Y listo. Ni siquiera Jaime Quezada, presidente de la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral, se atreve a hablar más allá y solo argumenta una “Amistad con A mayúscula”. (Bien, la verdad es que yo no le escribo cartas así a mis amigas). Sonia Montecino se escuda en la protección a la intimidad en un país farandulero como el nuestro. Pero si hubiera querido realmente, el albacea de Mistral, resguardar esta intimidad, no se mantendrían intactas hasta hoy estas cartas. Las hubiera eliminado, como se supone hizo con las propias. Cedomil Goic prefiere no ahondar demasiado en el contenido de las cartas.

Miedo a la Mistral. Un miedo bien chileno, conservador, clasista y machista. Miedo a que la "indiecita" haya sido lesbiana, miedo a decir que fue lesbiana. Miedo a leer sus poemas de amor como textos promovidos por la real pasión por un otro, por una otra, que existió y tuvo nombre. Miedo a sacarla de su nicho maternal, miedo a ver sus pechos como un objeto distinto que grandes fuentes dadoras de leche. Miedo a reconocerla, a amarla.

Es de esperar que las nuevas generaciones no carguen con tanto lastre prejuicioso.

 

 

 

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