En la búsqueda del origen de  Chile
        Por Úrsula Starke
         “Identidad y nación entre dos siglos” de  Bárbara Silva (LOM Ediciones, 2008)
         
        Acentuada en los últimos tres años y en  franco aumento, la fiebre conmemorativa producida por el bicentenario de la  independencia, ha llenado los anaqueles de las librerías de ejemplares alusivos  que abordan desde diversos ángulos y de diversas calidades, el problema de ser  Chile. El pasado, el presente y el esperanzador futuro son discutidos y  replanteados, aprovechando la efervescencia común. Pero ¿la  efervescencia de  quiénes? ¿Acaso todos los chilenos sentimos el mismo apego por la validación de  la nación? Y, además, ¿cómo se experimentó en siglos anteriores este  sentimiento colectivo?
efervescencia de  quiénes? ¿Acaso todos los chilenos sentimos el mismo apego por la validación de  la nación? Y, además, ¿cómo se experimentó en siglos anteriores este  sentimiento colectivo?
          
          En este libro, la joven historiadora, Bárbara  Silva –y recalco joven por la importancia que tiene el hecho de que las nuevas  generaciones trabajen en la reconstrucción del pasado- se analiza el complejo  proceso de edificación de la nación, concepto tan simbólico y abstracto como  material y vigente, que comprende elementos y sucesos que interactúan entre sí  y que siempre debemos revisitar.
          
          Bárbara Silva, realiza el ejercicio  de relectura de tres momentos cruciales: Patria Vieja, Centenario y  Bicentenario; cómo se armaba el ideario nacional en el periodo de la creación  misma de Chile, cómo este había evolucionado a principios de siglo XX y cómo lo  vivimos doscientos años después, “Al  referirse al proceso de construcción nacional, de inmediato se presenta la  premisa de que la identidad en cuestión no es esencialmente originaria, sino  que es producto de una voluntad, de un costructo, que en este caso es la  voluntad específica de un pequeño círculo dentro de una reducida elite”.  Es, entonces, la historia de la nación ideada por la elite, tomando en cuenta  que fueron ellos quienes construyeron Chile, quienes escribieron sobre su  construcción, quienes la celebraron a sus cien años y quienes están organizando  esta segunda fiesta. El Chile profundo fue analfabeto en su mayoría hasta bien  entrado el siglo XX y estaba confinado a un papel secundario dentro de este  oficialismo, donde en el personaje de “el pueblo” funcionó como un concepto  simbólico en la configuración de la nación, que pretendía aunar la imagen del  indígena y del criollo y negar todo pasado colonial. 
          
          A partir de este reconocimiento evidente, Silva elabora un relato  académico que será útil para quienes se relacionan con el estudio histórico y  están insertos en las actuales discusiones, desde donde se pretende, tal como  lo hace la autora, elaborar nuevas lecturas, nuevas investigaciones, aportar  desde el siglo XXI una nueva visión.
          
          El último capítulo, dedicado al bicentenario, es quizás el más  interesante puesto que el análisis crítico de los eventos resulta esclarecedor  y cotidiano, cuestionando profundamente los proyectos públicos y su importancia  con respecto a los procesos de una nación: “Entonces  es lógico preguntarse si ese nuevo rostro que han diseñado los ejecutores será  producto de una inmensa cirugía plástica, o si en algún momento se acompañará  de un relato consistente que ayude a reconfigurar los contenidos de nuestra  identidad”. La lúcida visión de la autora plantea una crítica contingente  que, a su vez, remite constantemente a los lazos originarios del proceso de  formación de la nación, como si esa idea de un Chile, de un país que no  existía, pensada por los llamados padres de la patria, siguiera todavía su  camino inconcluso y lleno de baches. Es el peso del pasado, de cada una de las  cosas que en él ocurrieron y se proyectaron, y que ahora, doscientos años  después, nos vemos obligados a reconocer y a sobrellevar. En palabras de la  autora: “Es cierto que hoy la realidad  dista mucho de la de 1810, pero aún se plantean básicamente los mismos  problemas”.