ÁTICO DE ÚRSULA STARKE
Por Isabel Gómez
Para muchos filósofos el ser humano llega a tener
conciencia de sí mismo cuando es capaz de desprenderse de su entorno,
de substraerse de él, es ahí donde se da cuenta del mundo y también
es capaz de objetivarlo, este retorno a la conciencia personal es
un acontecimiento que lo lleva de la existencia trivial a la existencia
propia o auténtica, todo esto es posible gracias a que surge en la
conciencia humana la idea de la nada, ya que a la conciencia de que
algo existe, se suma necesariamente la conciencia del no existir,
para estos filósofos, el ser en general es impensable sin el no ser.
Este discurso se hace vigente en Ático, textos
poéticos de Úrsula Starke, que viene a confirmar su profunda
voz poética. Observar la existencia desde el Ático, observarnos nosotros
mismos, en este ser que se presenta y se ausenta, que anula la presencia
del mundo para dar paso a los submundos y viceversa. La poeta nos
dice: “Eres la niña de nichos, cambias sangre de tu sangre, ensucias
el lugar que tienes en la mesa”, la poeta comienza a construir su
recorrido por las subjetividades y objetividades de la historia. Primero
las palabras se reencuentran con la infancia y es una infancia en
soledad, interrogadora, cuestionadora de todo aquello que la rodea,
porque “avanza la noche con su coreografía patética y tú ahondas en
el excremento de la conciencia en desesperada búsqueda de la lucidez
que extraviaste ese bello equilibrio que te conducía al castillo de
la vergüenza”, la lucidez se oculta como si a esta niña le costara
observar el mundo sólo desde lo racional, porque la conciencia lucha
por construir discursos en esta sociedad fragmentada , de seres asediados
por los rituales que impone el sistema.
Ático nos traslada a un viaje introspectivo
por el mundo, desde allí la historia se observa y se escribe desde
el último piso, o tal vez sea la poeta quien recoge su historia y
trata de armar otros mundos donde se articulan ciertas voces que dialogan
desde su voz, pero que sólo a veces pretenden ser propias, otras,
son las voces de aquellos que habitan en nosotros, “porque la lluvia
es rocío en los recuerdos yertos de la princesa”.
Desde su voz poética las palabras transitan en este
insomnio del vivir siempre atenta a esa voz creativa que habita en
ella, este insomnio pasional hace que transitemos por diversas tonalidades
de la existencia, diferentes concepciones de mundos, diferentes ritmos,
porque aquí el existir es
una experiencia que tiene que ver con reconocernos cercanos y ajenos,
oscuros y amigables, llenos de encuentros y desencuentros. Es por
ello que en Ático no sólo transita la autora sino también el lector
que se imagina agazapado observando y observándose desde sus propios
lugares de habla. Desde el cuerpo donde surgen las sombras que van
diseñando el ser y el no ser, la esperanza y la inesperanza, todo
esto impregna su discurso poético.
Son muchas las variantes que se presentan en nuestra
visión de mundos y también de submundos que se mirarán desde lo oscuro,
desde lo no libre. La autora trata de aferrarse a la memoria, para
que ningún detalle se olvide, que nada aquí se mueva inverosímil,
que todo se palpe como un tiempo personal que construye un tiempo
colectivo en donde se mueve el dolor, el sufrimiento y el desamparo,
como testigos fieles de nuestro transitar. Sin embargo, la palabra
es fuerte, poderosa, emancipadora y siempre termina construyendo un
discurso liberador, y la niña que, “no cree en los cuentos de hadas”,
es la misma niña que juega con las palabras, que construye mundos,
y son esos mundos los que enuncian el desamparo, lo lúgubre del discurso,
la dicotomía entre la vida y la muerte, la certeza de nombrar las
cosas tal cual son, sin eufemismos innecesarios, “porque sabía desde
el vientre que traía un pedazo podrido de alma en las venas...”
En estas páginas la poeta investiga cada categoría
de las cosas y los elementos que conforman los grandes temas de la
humanidad, aquello que constantemente interrogamos se actualiza, logrando
inquietarnos, a veces estremecernos sobre la levedad del ser. La visibilización
de la muerte se nos presenta como el contrario de lo eterno, de lo
sublime, la muerte está en la finitud de las situaciones de vida,
la muerte habla por los sujetos y es una suerte de permanencia y también
de ocaso, el principio y el fin, la realidad y el misterio, lo divino
y heroico, instalado en lo cotidiano, en los discursos que afloran
y se instalan con nosotros, en los discursos que vuelven a tener vigencia
como las cartas de Vincent van Gogh, porque la poeta piensa “en su
cara al ver que la vida se venía encima con toda su pomposidad cínica.
Y me gritas, desesperado, porque la muerte te lleva de a poco, como
le gusta a ella”.
Julia Kristeva nos habla de un conglomerado de fluidos
corporales y excrecencias, las cuales todas ellas son un testimonio
de destrucción, violencia y muerte, para entender esto, la autora
se debe adentrar al interior del campo primitivamente sagrado que
está siempre rodeado de prohibiciones, es ese espacio el que debe
ser transgredido, la autora considera que esta transgresión tiene
lugar en el arte y la literatura., expresiones de lo prohibido, lo
que se designa como impuro todo esto ha sido considerado como una
amenaza para un proceso civilizatorio ordenado. El arte y la literatura
siempre ha contribuido en la búsqueda de nuestro ser íntimo, y de
nuestro ser colectivo, y en esta búsqueda nada le es ajeno, ni los
tópicos más desgarradores, ni el feísmo ni la belleza, porque cuando
“el jardín se llenó de malezas y demonios/ y pena un muerto entre
las hebras transparentes de las arañas sobre el pasto largo brotan
hongos adormecidos por el canto de los demonios, las hojas se pudren
bajo los gorriones...”
El arte para Julia Kristeva, arrastra los testimonios
de crisis del sujeto y de su latente heterogeneidad. El arte en este
caso es el motor que agita nuestra voz más crítica y también la forma
de arrancar nuestro apocalipsis más íntimo. Úrsula conoce esas voces,
las seduce, las convoca, especialmente cuando camina hacia el Ático
y “Esta es su manera de ignorar la carencia. Esta es mi manera de
mentirles la carencia. Esta es nuestra manera de escribir la enciclopedia
geneológica omitiendo los errores de mi práctica”.
Ático es la conjugación de dos mundos que tratan
de convivir sin que uno impida ver al otro. Aquí en estas páginas
lo lúdico y lo mítico se instala, porque “la princesa evoca palacios
muertos. Las épocas viejas bullen sobre los tejados mohosos y bajo
ellos aparece el brillo de fantasmas y demonios rejuvenecidos...”
Las diferencias con respecto al mundo moderno y más
secularizados de la cultura, con todo lo que involucra al desarrollo
histórico, es representado a través de lo heterogéneo que somos, en
los cambios de nuestro carácter, en lo ambivalente de las situaciones
de vida y sus representaciones.
Hauser sostiene una teoría del instinto de representación
de la realidad basada en el miedo y la agresión inmanentes, en su
libro “The Philosophy of art History”, Nos dice “ El arte es una manera
de controlar un caos aterrador”, una idea que Hauser compara con la
manera del niño de dibujar y tener poder sobre las figuras representadas.
El niño y la niña en la medida en que se expresan a través de la imagen
logran vencer el miedo que les provoca esa imagen y existe una voluntad
para superarlo. Al amparo de esta teoría, el arte es visto como salvador
y protector en este mundo que es castrador y que cada vez se instala
con más fuerza un terror existencial, la anulación de nuestra identidad,
el caos, como nos dice la autora: “sabemos que no soy yo, no eres
tú, no es él, sino es una epidemia descompuesta la que nos angustia
y estruja nuestros estómagos con el cóctel asesino de pastillas y
abandono...”.
El filósofo checo Karel Kosik habla de una necesidad
del ser humano por transgredir los límites de su existencia, él nos
dice “El ser humano no está encerrado en la animalidad y en la barbarie
de la raza, los prejuicios y las circunstancias, sino que tiene una
posibilidad de superarlas en la dirección de la verdad y la universalidad”.
La poeta Ursula Starke da cuenta a través de su discurso poético de
esta tensión presente en los sujetos sociales.
Ático representa esa lucha como quien articula
a través de la palabra la existencia, porque nos sumergimos en su
lectura y nos sumergimos en la vida y cuando queremos avanzar y observarnos
desde el Ático, continuamos siendo los mismos seres humanos ensombrecidos
y nostálgicos, en busca de las escasas posibilidades de cuestionarnos
los patrones establecidos, subvertir la lógica, instalar en los discursos
cotidianos otra forma de racionalizar la sociedad y proyectar la libertad
a través de la escritura.