2. Alguien espera
En un lejano, lejano puerto
encallado en los mares del Sur,
habitado por fantasmales rostros,
por rostros de oceánica estirpe.
Rostros como mi borrosa efigie,
soplados por vientos, por difuntos,
por espíritus domésticos
habitando porfiadamente
la desquiciada arquitectura,
las casas clavadas en el aire.
¿Quién espera de cara al mar,
de cara al delgado horizonte
gastado por viajes, por barcos,
por tempestades, por sueños,
quién espera, quién sigue esperando?
Cientos de tormentas desde entonces,
cientos de pulmones eólicos
soplando su gigantesca ira,
hundiendo barcos, arrojando
al fondo de la mar airada
a los hijos de la alborada.
¿Quién aún allí, qué figura
de perfil como mi efigie,
de casi irreconocible faz,
sentada frente al océano,
esperándome, esperándome?
Más allá del tiempo, viajero,
más allá de las tierras arduas,
de islas, istmos, archipiélagos,
más allá de las constelaciones,
de timones, hélices, sextantes,
y más allá aún, tramontana,
detrás de enormes cordilleras,
de enormísimas masas terrestres
rodeadas de extensión salada,
oh, más allá de la vida
y de la muerte, sin sitio,
sin memoria ni domicilio,
colgando del azar y del sueño,
tú, tu presencia itinerante,
tu identidad apenas visible
en papeles de letra muerta,
en fotografías borrándose,
en pisadas hacia el olvido.
¿Quién te espera, entonces, sentada
frente a la inmensidad oceánica,
con sus ojos de niebla clavados
en el horizonte testimonial,
en la línea de delgada bruma?
Tal vez sólo el viento errante,
tal vez tus fantasmas filiales,
tal vez la sombra del primer amor,
tal vez el sueño, tal vez nadie.
Tal vez ese puerto una nave
encallada en tu infancia, hundida
en tu irrecuperable memoria,
sepulta bajo un océano astral
4. Eucaristía
La temprana mañana de julio,
húmeda aún de la recia resaca
arrojada a las calladas playas.
Toda la noche la furia temporal
sus bramidos de apocalípticas fieras
girando en soplido oceánico,
gimiendo por quebradas y cerros.
Ya la familia en marcha, reunida
a bordo de la nave inmóvil,
bajo el velamen del palo mayor.
Eufórica de bríos la tetera
humeando hacia cada mañana
de pan caliente en la mesa,
del cálido tazón ceremonial.
Capitán, la filial tripulación
extenuada en la gran travesía
por infernales mares, por islas
sin mención en cartas ni en leyendas,
perdidas en la bruma onírica.
Escalofriantes monstruos, gorgonas,
gigantescas serpientes marinas
silbando horrísonos alaridos,
y las olas de insólito vértigo
levantando murallas de espuma,
sepultándonos bajo su furia.
A babor las márgenes de finisterre,
y a estribor las pesadillas náuticas
de todos los antepasados muertos.
Pero ahora la familia reunida
en torno al duro pan de cada día,
y en el sacramento del tazón humeante
las manos en unción aferradas,
los labios las palabras rituales,
los rostros cabiszbajos, el perdón.
5. El Pozo
Si arrojas una piedra al pozo,
y esperas, y esperas, y esperas,
esperarás en vano, esperarás
toda una vida, todas las vidas
de quienes allí estuvieron, de quienes
bebieron, como tú, del agua,
bebieron del agua y testimoniaron,
atrapados en la complicidad.
Allí en el fondo, donde tu imagen
quedó atrapada, con las imágenes
de quienes allí se asomaron,
de quienes se inclinaron a beber,
y bebieron agua, ansiedad y dolor,
y bebieron sucios secretos de amor,
bebieron imágenes habitadas.
Alguna vez, en sumo sigilo,
te acercaste al pozo, al atardecer,
o más tarde aún, cuando la luna
lucía hipnótica sobre el agua,
y asomaste tu rostro iniciático
al abismo de la iniciación,
y allí estaban, allí estaban ellos,
reunidos en el silencio lunar,
yuxtapuestos hasta el primer día.
No sólo el agua, varón inconcluso,
no sólo la linfa vital
arañada de la dura tierra:
allí también la unidad tribal,
el ajuar de llaves y contraseñas,
el secreto libro generacional.
Ahora regresas a la edad,
te acercas en sigilo a la noria,
te inclinas sobre el gastado brocal,
y arrojas una piedra al fondo,
y esperas, y esperas, y esperas.
Así esperaras toda una vida,
así esperaras todas las vidas
de tus cómplices allí ahogados,
de tus deudos en la conjuración,
esperarías en vano, hermano,
esperarías una eternidad.
El agua está aún allí, callada,
pero esa agua ya no es el agua,
tu imagen vuelve allí a reflejarse,
pero esa imagen ya no es tu imagen,
la luna te mira desde el fondo,
pero esa luna ya no es la luna.
Si regresas al hogar, viajero,
y llamas en alta voz, en los cerros,
y golpeas con ira las aldabas,
y repites las señales secretas,
y te acercas al pozo taciturno,
y arrojas una piedra a sus aguas,
nadie te responderá, viajero,
nadie reconocerá tu voz,
ni reaccionará a tus señales.
Porque ya no eres el que se fue,
ni ellos son los que se quedaron,
y el pozo ya no es el pozo.
15. Ciclón
Desde la Oceanía
vientos titánicos en marcha
con su eléctrica carga
de arracimados protones,
girando en su campo magnético
a la inaudita velocidad
de la luz fosfórica en llamas,
desde la abierta Oceanía
avanzando en ciclos girantes,
en una sola masa
de isótopos vertiginosos
revolviéndose en furia física,
desplazando su amenaza
contra la costa raída
de un deslgado país vesperal,
de una región sola en el mundo.
A las cualquiera en punto el ciclón
sus alas de luto abatidas
sobre la ciudad insomne,
sus invisibles tentáculos
remeciendo la mar, izando
en vilo su febril espuma,
ensortijando su alta marea,
arrojándola en loco galope
contra la costa despavorida.
Indescriptible en la tempestad
el bramar de humeantes cetáceos
sacudidos, golpeados,
alzados de súbito en vilo,
y caídos de nuevo al combate
de las olas contra las olas,
del viento huracanado
debatiendo su masa informe
en torno a su ojo giratorio.
Habitantes de los altos cerros,
población crepuscular dormida
en un brebaje de paico y matico:
rezad de hinojos frente al océano,
quemadle incienso y algas secas,
clamad a grandes voces al cielo,
y arrojad al mar vuestras hijas,
doncellas en flor, desnudas,
vírgenes de filiación astral.
Sangre de vuestra sangre,
vástagos de vuestra simiente
para tu ira olímpica, océano,
para tu furia de deidad
ofendida, inyecta en aullidos,
inyecta en cólera, en tempestad.
Ahora descanse en dádivas,
ahora repose en tributos
tu majestad inmisericorde,
y aplaque el viento horrísono
su bramar de cetáceo herido,
y deponga la marejada
su asalto de sal corrosiva.
Ciclón de la Oceanía,
a la Oceanía tus protones
saciados en vértigo abismal,
saciados de velocidades,
saciados de sangre litoral.
22. Calles
Entretejidas en un ordinograma
de locas direcciones dispersas
al azar de los vientos, al azar
de la loca estratigrafía,
fijas a las sinuosidades
desquiciante de tu terreno,
calles innumerablemente,
interminablemente sin fin,
zigzagueando entre una arquitectura
de prodigiosas alas combadas,
bifurcándose de súbito,
torciéndose y retorciéndose
hacia inverosímiles escondrijos
en los nudos ciegos del viento.
Vieja ciudad de viejos mástiles,
recorrería nuevamente
tu intrincada red de conductos,
cansaría mis pies hasta romperlos
caminando sin fin al azar
por tu inaudita planimetría,
sólo por sentir bajo mis plantas
otra vez la misteriosa voz
de tus gargantas oceánicas,
de tus náufragos y sirenas,
de toda tu población marina
sonando bajo el empedrado.
Volvería, Valparaíso,
a deslumbrarme, extasiado,
en el laberíntico diagrama
de tus calles infatigables,
infatigablemente andadas
y andadas por mis pies sonámbulos.
Volvería a subir Chorrillos,
descendería por Carampangue,
cruzaría nuevamente Errázuriz
hacia Bellavista, fascinado,
o torcería, desde Levarte,
hacia Pedro Aguirre Cerda, en lo alto,
y redoblarían mis pasos
persiguiéndose por Lecheros,
o trepando por El Peral,
o por Cummning, hacia Plaza Bismarck.
Extenuaría mis resistencias
por el zig-zag escabroso
de Camino Cintura, atando
los cerros indisciplinados,
o subiendo Almirante Montt,
y dispersándome en los cruces
hacia todas las direcciones,
hacia toda tu vertebración
incomprensible, Valparaíso.
Irían mis pies por Santos Tornero,
por Santa Elena, por Avenida Francia,
por Gran Bretaña, por Baquedano,
por Quebrada Verde, Altamirano,
por Monte Alegre, por Yerbas Buenas,
por Aduanilla, Bustamante, Clave,
Serrano, Esmeralda, Urriola,
Avenida Brasil, Prat, Condell,
Papudo, Uribe, Artillería,
La Matriz, Valencia, Mesilla,
Avenida Alemania, Larraín,
Obispo Villarroel, Plutarco,
Portales, Subida Placeres,
Ramaditas, Washington, La Cruz,
por todas tus calles diasporales,
en cuya mágica atmósfera
se deslumbró, Puerto, mi infancia,
y cuyos navíos a vela
me persiguen aún en el sueño,
me llaman desde tu congregación
de rutas atadas en el desorden.
28. Cementerio
Cementerio a orillas del mar,
sobre el recio acantilado
donde el mar eleva sus lenguas
y conmociona el aire de ruidos.
Lápidas verticales, cruces,
nombres de quienes en el sueño
ya no escuchan el viento silbar
desde el océano ondulatorio.
Tal vez murieron en el otoño,
y bajaron al sitio final
envueltos en niebla marina,
con hojas secas testimoniando
la otra muerte, nuestro ciclo vital.
O llovía, y el cortejo fúnebre
subía la gran explanada
tras la nave obscura, llegando
a puerto final, en el misterio.
Aquí también Madre dormida,
sin que mi beso sobre su frente
ardiera y velara su sueño
de matriarca sin fin en el tiempo.
Tal vez murió pensando en mí,
tal vez quiso recordar mi voz,
y buscó en su archivo de sombras
sin encontrarla, entre tanta mudez.
Porque si te llamara desde aquí,
si gritara ahora tu nombre,
y siguiera gritándolo, Madre,
por todos los siglos de los siglos,
no me escucharías otra vez,
no despertarías de la muerte.
Y si cavara con mis manos,
y hallara tus huesos amados,
y pusiera mi beso en tu frente,
ya no ardería su ardor filial,
ya no podría velar tu sueño.
En un tiempo sin fin tu vida,
y hasta el final de mis huesos,
Madre, duerme tu sueño de cristal,
tu sueño límpido, cristalino,
en la doble mudez del agua.
Cementerio a orillas del mar,
sobre el tronante acantilado
donde tanto silencio filial,
donde tantos huesos callando,
donde tanta mudez natural.
Edit. Apostrophes : www.apostrophes.cl