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Un amor más poderoso que la muerte
Selección (1979-1980. Inédito)

Ulises Varsovia



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Un amor

Un amor más poderoso que la muerte,
un amor de las raíces hasta el cielo.
No llegar jamás a él, no conmover
su santo reposo con llantos y besos.

No tocar siquiera el ala de sus sueños:
quizás no volaron nunca, no florecieron.
Se quedaron esperando como una novia.
Nadie los quiso, nadie preguntó por ellos.

Sagrado como la muerte tu patrimonio.
Devuélveme los besos: soy el tiempo.
Pero no temas: jamás existimos.
Tú eres la que no fue, y yo el que ha muerto.

Hija de tanta inclemencia, cómo pudiste,
cómo no vino a romperte la vida el invierno.
Te veo bajo la lluvia, y tus hijos tiemblan.
Nadie ampara en la ciudad el dolor de tus huesos.

Un amor más poderoso que la muerte,
un amor de las raíces ascendiendo.
No la toquéis: viene cansada.
Duerme la pobre un dolor de tan lejos…

 

Cerradura

Abrir la cerradura
con una sola mano a tientas,
con un ojo fantasma
que deje la sombra en la sombra,
que no recupere los besos heridos.

Detrás, detrás de los años,
muy lejos mover las cenizas,
llamar con un susurro temeroso,
girar trepidando la llave enmohecida.

En el misterio de los calendarios
la paz de los muertos florece.
En el misterio los días, el tiempo imparcial
una flor destruida levanta y opone.

Al anhelo interrumpido
de los deseos difuntos,
a la vigilia tenaz del varón ardiente,
el héroe roto regresa y solloza.

(A la luz criminal de la ira
han caido los besos obscuros,
la piel hambrienta con cólera y llanto).

Una llama azul y roja se eleva con furia.
Detrás, muy lejos, en cenizas
el ardiente varón espera todavía.

 

Oficio terrible

Toda la noche busqué las palabras
para este poema,
recorrí el alfabeto uniendo, mezclando,
atento como un tigre a la escala de sonidos.

Pero emerjo esta mañana de un océano obscuro,
ciego en mi regreso del gran manantial.
Y me pregunto si no será mentira,
si mi acecho en la espesura no erró los horarios,
o mi instinto no sabe las claves del bosque.

Ay, es oficio terrible mi discipulado,
la soledad tiene voces que aún no conozco.
Y cómo perseverar si mi unidad se quiebra,
si llevo tantos caminos que no se encuentran.

Sé que es amor, sé que es amor la corona de espinas,
lo que doliendo acontece y perdura.
Acojo su harina, sus granos dispersos
de cuya substancia sabremos licores.

Pero emerjo esta mañana vacío,
ciego y hambriento, y pregunto,
pregunto si no será mentira,
si no será inútil mi perseverancia.

Y sin embargo me busco,
regreso al silencio y penetro
buscando sin fin la unidad de mi canto.

 

Avatares

Son muchos los seres que llevo conmigo
a través de imperceptibles avatares,
muchos que aman, odian o duermen,
o crepitan pidiendo su libertad,
como si mi vida fuera una cárcel cuyo amo
no escuchara pasar el tiempo.

Oh Señor, mi unidad se extravía
entre tanto clamor de habitantes rebeldes que llevo.
Les escucho exigir el mandato
de mis decisiones, y tiemblo,
tiemblo en la hora crucial de los actos.

¡Qué terrible llevar sobre mí tantas vidas
de seres que se fueron sucediendo!
No murieron de olvido, desprecio o desuso:
a cada acción acuden con todas sus fuerzas,
y llevan el sello mis actos de muchas edades.

Y en su recinto secreto, en la noche,
donde no me pertenezco ya,
oh Señor, ¡qué antiguas imágenes vuelven!,
¡qué voces siento sonar en mi abismo!

Seres míos que llevo irrevocablemente,
edades cortadas a pique por los sucesos,
venid a mí de golpe en una sola hora,
venid con vuestras míseras miserias y rencores,
venid a la unidad desde las viejas celdas,
y como arroyos dispersos o errantes por la noche
caed en este río para tocar la aurora.

 

Indefinible

Algo quiere definirse en mi interior,
algo busca asilo en mi memoria
como un ave enferma.

Apenas reconozco su color perdido,
sus ojos que me miran
para reconocerme.

Del subconsciente a la fría conciencia
hay aún largos paseos por las playas solas,
un dato de pronto arrebatado al sueño,
despertando en su rota extension, sobresaltado,
viejas fotografías con cólera interrogadas.

Si un niño grita de espanto
en medio de la noche multitudinaria…
Si aúlla, si aúlla el viento
a través de las cicatrices de la arquitectura…

Si llueve en la gran ciudad,
si llora el agua en el mundo
inconsolablemente,
y no hay nadie, nadie que hable,
nadie que aparte el terror de la noche
apenas, apenas hablando…

(Entonces un sueño atroz lo arrebató del mundo,
e imprimió en su región más obscura
imágenes febriles de incontenible existencia).

He aquí los testimonios
con que ahora acusa y comparece.
Un hilo invisible me penetra
hasta lo más profundo de los huesos.
lo siento entrar en mí, llamar, buscarme,
crecer, abrir su vida en mi existencia,
perteneciéndose pertenecerse.

Pero dime quién fue, quién ha sido,
no cierres tus ojos por donde
debo mirar el antiguo escenario.

(Entonces un sueño atroz lo arrebató del mundo,
y una voz amada y temida
le ordenó silencio,
le cerró los ojos para siempre).

Alguien en mí se va y regresa,
me busca, me encuentra y huye,
alguien me llama y se esconde.

Del subconsciente a la fría conciencia
hay imágenes febriles en acecho.

 

Áspera sed

Dame fuerzas, Señor,
para olvidar que existo,
como existo en la tierra, destruido,
todo lleno de una gran pasion,
y todo deshabitado.

Del cruel exilio en que yazgo
estiro las trémulas manos,
y toco los frutos sexuales terrestres
apenas con tacto asustado y enfermo,
iracundo mi férreo poder tumultuoso.

Áspera sed delirante,
rumor de un torrente
que gime en su loco transcurso,
oh ciego galope de potros salvajes
cruzando como una tempestad
sobre mi vida,
¡dejad, dejad dormir mi lacerado deseo!

Dejadme en el sueño inmortal de las piedras
yacer sin conciencia ni tiempo,
dejadme volver a la tierra
donde me aguardan sus claros idiomas.

Pero aquí, Señor, tiempo y conciencia,
dame fuerzas para no morir
ni seguir viviendo mientras exista.
Dame fuerzas para olvidar que existe.

 

Rastro de tinta

Creo que el tiempo sostiene mi vida
sin mucha pasión, cansadamente.
En su interior apenas existo.
Una hoja suelta soy que se gasta
sin volver a la tierra a regenerarse.

Siento caer la lluvia ancestral,
y qué inútil su lenta amistad,
qué amargo su antiguo sabor que regresa.

En verdad, si juntara mis días enmohecidos,
y soplara el viento sin misericordia,
nadie sabría jamás que existí,
nadie escrutaría en mis viejos cuadernos.

Y aún lo que amé
de incendiaria conducta dotado,
¿oiría en el viento cruzar mis canciones,
mi lúgubre amor allí aprisionado?

Creo que apenas un rastro de tinta
de mí quedará cuando el tiempo me niegue.
Un rastro de tinta temblando en el tiempo.


 

 

 

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