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¿Qué es la poesía?
Viejos y nuevos valores

Por
Ulises Varsovia




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En diciembre de 1997 apareció el primer ejemplar de Káskara Marga, y de entrada lanzó, con premeditación y alevosía, la atrevida pregunta a resolver: ¿qué es buena y qué es mala poesía? Lo cual equivalía a preguntar: ¿Qué es la poesía?

La provocación surtió efecto, y varios lectores respondieron al desafío exponiendo sus particulares puntos de vista, ilustrados a veces con sus propias creaciones. De entre todas ellas, me he quedado con la opinión de Rafael Izuzquiza Montaner, de Manzanares el Real, el cual remite a las suites para violoncello de J.S. Bach: he allí la poesía, hay que dejarse llevar por esa música obscura y llena de secretas voces para sentir lo poético.

Pero aquí no se trata de consideraciones metafísicas, por muy a cuento que vengan, sino de algo más inmediato, y que está directamente relacionado con la forma y la manera como la poesía aparece ante el lector y obra sobre éste. Ese obrar, ese intervenir en el aparato cognoscitivo y sensitivo del lector, ¿a qué se debe? ¿De dónde arranca la facultad de la poesía de conmover, impresionar, encantar o sobrecoger, que sin duda posee? ¿Del caudal de impresiones que entrega, independientemente de la forma que asuma? ¿O es, más bien, la forma lo decisivo, digo, si viene bien estructurada en un canon definido: soneto, hexámetro, octava real ? En tal caso, lo poético propiamente tal emanaría del metro, la rima, la asonancia y demás virtudes que la vieja escuela dejó establecidas, desde Aristóteles.

Ello me toca directamente, y de allí mi afán por dilucidarlo. Sucede que escribo poesía desde mi mocedad, y de repente aparece un poeta de la vieja escuela y de sopetón sentencia: Lo que tú escribes no es poesía, sino prosa dividida en porciones, para que parezcan versos.

Mantengo correspondencia irregular por e-mail con Francisco Henríquez, el conocido editor de Carta Lírica de Miami, no necesariamente porque admire sus creaciones, sino porque admiro el tesón y el cariño con que difunde la poesía. Desde hace varios años le envío mis Cuadernos, y una vez accedió a publicarme un poema corto, lo cual le agradezco.

Esta correspondencia se hizo más intensa a raíz de un viaje que él hizo a Valparaíso, mi ciudad natal, precisamente cuando había yo publicado Madre oceánica, dedicado a la urbe marítima, que le envié, y que posiblemente le animó a hacer el viaje. Me comunicó su designio, y aproveché de preguntarle si pensaba publicarme otro poema, supuesto que encontrara alguno digno de su revista. Su respuesta: Primero debía yo escribir algo convincente. Su maestro habría tenido plena razón cuando decía: si quieres mostrar tu maestría como poeta, debes escribir un soneto. Allí se mide al verdadero vate.

Me apresuré, pues, a escribirle que aceptaba el desafío y le escribiría un soneto, para que me lo publicara, como efectivamente lo hice. Era a mediados de noviembre del 2000. Cuál no sería mi sorpresa y mi frustración cuando recibí por respuesta que el soneto en cuestión constaba, efectivamente, de "catorce renglones, pero no son catorce versos; no es lo mismo un verso que un renglón: el verso, sobre todo el endecasílabo, necesita sus acentos interiores para que sean versos. No te descorazones, pero yo no puedo aceptar versos que no son versos".

Yo no esperaba, naturalmente, que loara lo que yo consideraba un soneto. Pero tampoco pensé que fuera tan escabroso el camino del Arte Mayor. ¿No es así que numerosos poetas publican sonetos u otras linduras sin metro, asonancia ni consonancia? Y nadie se lo reprocha. El mío, en cambio, era rimado y medido. Lo expongo:

Tránsito

Esplendor de las bruñidas castañas
en el otoño boreal florecidas.
En el otoño boreal emergidas
a la luz desde una ruda maraña.

A la luz desde las mismas entrañas
que el áspero vino de uvas mordidas
de latitud, de intemperie aguerrida
bajo las constelaciones hurañas.

Esplendor de sus espesas harinas
madurando bajo un hostil cerrojo
en el tránsito de linfas y enzimas.

En el tránsito de los zumos rojos
de la tierra, coagulándose en mostos,
deviniendo gema vegetal bruñida.

Bueno, el último verso (¡perdón: renglón!) contiene no once, sino doce sílabas. Lo lamento, la verdad es que me devané lo sesos buscando una palabra que, respetando la rima y el metro, hiciera juego también con el sentido íntimo del poema. Al final, sacrifiqué el metro, sin saber que me exponía a una reprimenda de mi severo maestro. No era ésta, claro está, la única falta que me echaba en cara el sonetista insular.

La segunda reprimenda vino en enero, a propósito del recibo de mi nuevo Cuaderno Centinela. Mi poema Edades, efectivamente, era un buen ejemplo de cómo no se debe escribir la poesía. El problema fundamental era "la falta de ritmo. El verso octosílabo no entona con otros versos de sílabas impares; un octosílabo no entona con un verso de 7 o de nueve sílabas". Y cita la primera estrofa:

Tu edad un despeñadero
en la garganta sin bordes
de todos los gritos terribles,
un precipicio en brumas
en cuya gris hondonada
los años, los días amargos,
las estériles semanas,
los días sin Dios despeñados,
rodando hacia el infinito.

Análisis de Henríquez: "El verso 3 tiene 9 sílabas, el 4 tiene 7 sílabas, el 6 tiene 9 sílabas y el 8 tiene 9 sílabas, los otros 5 tienen 8 sílabas", lo cual yo también sabía, pero esta disparidad métrica "le quita musicalidad" a mis renglones. Y propone:

Tu edad un despeñadero
en la garganta sin bordes;
todos los gritos terribles
en un precipicio en brumas
en cuya gris hondonada
los años, días amargos,
las estériles semanas,
meses sin Dios despeñados,
rodando hacia el infinito.

En definitiva, serían el metro y la rima los que le confieren contenido, substancia poética a un poema: de allí emana la poesía. Y sentencia, lapidariamente: "Tú no escribes poesía, mi amigo Ulises: Tú escribes una especie de prosa que divides en cortos pedazos para que parezcan versos, pero eso no es verso, sino renglón, y un renglón y un verso son conceptos totalmente distintos. Lo siento".

Y bien, espero que sea claro que estamos frente a la disputa secular entre la modernidad y lo clásico, entre lo nuevo y lo antiguo, entre lo innovador y lo conservador. En lo que a mí respecta, respeto todo tipo de poesía, y así se lo comunicaba a Francisco en e-mail de 20 de diciembre de 2000: "Pienso que en la poesía hay sitio para todos, que tanto lo tuyo como lo mío es poético". Pero el viejo poeta se niega a dejar entrar al Parnaso a quienes no respeten las reglas de la Poética, de Aristóteles, y descalifica de una plumada lo que no coincide con su concepción de lo poético.

La poesía del tercer milenio no puede seguir referida a Bécquer, Darío, J. R. Jiménez y los poetas de la generación del ´27, por muy extraordinarios que hayan sido. No podemos seguir repitiendo los esquemas mentales que imperaban hace 100 años, como si nada hubiera pasado entre tanto. Si no, vamos a aburrir a los posibles lectores hasta que se cansen de la poesía y se vuelquen en la novela, que no es lo mismo, pero por lo menos se renueva.

De que existe una "buena" y una "mala" poesía, de ello no hay duda. El problema consiste en definir de qué base teórica, de qué fundamento estético partimos. Yo insisto en que en la poesía hay lugar para todos, siempre que se dé al César lo que es del César, pero sin descalificar aquello que no coincide con nuestros planteamientos. No hay nada menos parecido a una dictadura que la poesía.

 

 



 

 

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