Casa paterna
La casa paterna diseminada
en el remolino de las edades,
dispersa en fechas y domicilios
cuya fachada una débil impronta
de rostros furtivos en la memoria.
Lluvia el invierno propagatorio
repartido entre los agrestes cerros,
cuando julio en marcha desbordándose
hacia la vecindad de las vertientes,
y el mar rugiendo indomeñablemente
desde sus hostilidades salobres.
En su follaje húmedo el hogar,
en el azar de las direcciones
atadas al talante de los vientos,
bajo cualquiera de los tejados
confundidos entre las techumbres
asimétricas del conglomerado.
¿En cuál de tus guaridas colgantes,
en cuál de tus moradas roídas
por el viento y la metralla de la lluvia,
en cuál de los módulos anárquicos
de tu indisciplinada arquitectura,
Puerto, mi primer hogar, la casa paterna?
¿Y quién el que de pie en cubierta,
con su ronco vozarrón de mando
y su perfil de guerrero de piedra
asumiendo la paternidad,
borroso en la niebla de los años?
En el remolino de las edades
la casa girando, girando,
diseminada en el rudo desorden
de una ciudad de abrupto relieve
navegando por el océano,
perdiéndose en el horizonte.
2007 (inédito)
Desde ultramar
De ultramar el proscrito
envuelto en bruma boreal,
amortajado en esencias
de bosques tutelares,
veloz en la astronomía
de noches vertiginosas,
en la hélice de constelaciones
de metal estelar encendido.
De ultramar con su exilio
de rumores patrios,
arrancados a una porción
de indómito territorio
sacudido aún de saurios
y precámbricos cataclismos.
Madre en alguna ventana
sacudiendo el viejo pañuelo
de amarga tela tribal,
madre en algún cerro
con sus ojos sin sueño,
con sus ojos sin tiempo
esperando al hijo errante
por los mares de la mar.
Madre en la torre más alta,
madre en el balcón más viejo,
madre en alguna ventana
agitando su pañuelo
de húmeda fibra raída,
de trama testamentaria.
De ultramar el proscrito
con su séquito de ruidos
marítimos crujiendo,
con su ajuar oceánico
prendido a su identidad
en los cruces de la sangre.
Y madre en alguna ventana
con su pañuelo extinto,
madre con su vida extinta
agitando el corazón,
agitando sus lágrimas
en sus ojos extintos.
(De. Memoria tribal.2000. Inédito)
Lárica
En algún lugar haber nacido,
en algún lugar haber visto la luz
por vez primera, y haberlo olvidado,
y recorrer después serranías,
recorrer praderas, pampas, desiertos,
mesetas, valles, desfiladeros,
cruzar océanos, fondeaderos,
islas, golfos, archipiélagos,
sólo por volver a verte, lugar,
hogar natalicio, donde la luz
tocó por vez primera mi retina
dándome la bienvenida en este mundo.
En algún lugar mi vagido
estremeció por la primera vez
el aire, la atmósfera, el vacío,
en algún lugar prorrumpí en llanto,
y dejó su impronta mi gemido
estremeciéndose en el espacio.
A ese lugar han de regresar
mis pasos cansados al atardecer
después de buscar por toda la tierra,
y han de volver a reconocer
el terruño, la ciudad, su gente,
los ruidos del mar irreproducibles.
(inédito)
Para no morir
Me acerques, Chile, tus huesos sombríos,
me acerques tu umbrosa osamenta
de siglos de cruda intemperie
entre el océano y la nieve.
¿A quién reconocer en ellos,
a quiénes llamar mis hermanos
de sangre, de perfil, de letra,
de actitud, de dialecto terrestre
torcido en la impar desinencia
de voces naciendo de la tierra?
Me acerques, Chile, tu escultura
de espuma volcánica hecha piedra,
con los pómulos sobresalientes
de nosotros, tus hijos silvestres,
tus hijos puros, madre institutriz,
populosos tus senos de desgarro.
Sea desde el norte calcinado,
sea por las frías dispersiones,
sea por los espejos del agua,
por las uvas de luz diáfana,
o por tus ásperos tamarugales,
siempre la misma vestal nutricia,
siempre la misma madre abnegada,
tejiendo un manto de lana chilota,
o un poncho de alpaca de la montaña.
Me acerques, Chile, tus huesos filiales,
me acerques tus copihues húmedos,
me acerques tus mejillas cálidas,
me acerques tu faz desgreñada,
para no morir, para llenarme
de tu magnitud de madre en vela
por mí, por ti, por todos nosotros
dispersos y atados a tu regazo.
(2010. Inédito)
Regresar
Llegar alguna vez del tiempo,
llegar algún día de los días
por la niebla marina amortajados,
y abrir mi sorpresiva presencia
en medio de los ausentes congregados,
en mitad del vacío absoluto
habitado por difuntos y viajeros.
Arribar desde lejos, muy lejos,
desde calendarios dehojados,
desde llantos hacia el horizonte,
desde cartas nunca recibidas,
cruzar el umbral como un fantasma,
soplar el polvo de las alacenas,
mirar el mar desde la ventana.
Alguna vez regresar, de pronto,
detenerme bajo el dintel, llorando,
y acostumbrar los umbrosos espacios
a mi presencia largamente ausente,
a mi silencio anónimo vertido,
a mi entidad de pasos fugitivos.
Y nada decir en el tumulto
de antiguas voces recriminatorias,
de pupilas airadas acusando,
de manos heridas por el tiempo,
tendidas con el perdón a mi rostro.
Llegar al atardecer, borracho
de enormes distancias apuradas,
de oxígeno marino reverberante,
de aromas láricos respirados,
y detener mi atónita presencia
en medio de los ausentes congregados,
en mitad del gastado vacío
habitado por difuntos y errantes.
(De:Memoria tribal.2000. Inédito)
Sitio postrero
¿A cuál de tus cerros,
Valparaíso,
a cuál de tus castillos
tocando el cielo
debo regresar ?
¿Dónde debo buscar
el sitio postrero
para mis huesos,
mi hogar final ?
¿Dónde depondrán mis años
su oceánica carga,
de bardo del alba
en ti despertado
un día invernal ?
¿Dónde, amada ciudad,
besarán un pedazo
de tu tierra mis labios
y se dormirán ?
¿En cuál de tus reductos
ondeados por el mar,
se le dará hogar
a mis pasos sin rumbo
un día cualquiera ?
¿Dónde, madre primera,
acogerás mi obscuro
destino en el arrullo
de tu voz marinera ?
¿Y quién dirá los rezos,
quién dirá una plegaria
por la errante alma
de tu hijo viajero
vuelto al hogar ?
¿Quién vendrá a sellar
mi sitio postrero
bajo todos los besos
de la materna mar?
Tus poetas, madre
¿Y qué de tus poetas, Valparaíso,
dónde en toda la inmensa tierra
se apretujan tus callados hijos
a la noche extraña y temblorosa,
llenos de tu maternal substancia?
¿Qué de aquellos que en el Placeres,
por Cordillera, por Santo Domingo,
qué de quienes en Ramaditas,
en Porvenir, en el Mariposa,
en toda tu retorcida geografía
soñando, corriendo en el viento,
trepando tus arduas escaleras,
elevando al cielo sus volantines?
¿Dónde están ahora, madre amada,
dónde yerran sus pasos errantes
indisolublemente ligados
a tus calles inverosímiles,
a tu arquitectura revuelta,
a tu costa de olas en estampida?
¿Será que estamos ciegos, madre,
será que vamos con nuestras vidas
sin dirección por la tierra toda,
y sólo en tu abrupta presencia
despertaremos de nuestro exilio,
se encenderá la luz en el alma?
En La Matriz, de repente, silencio,
silencio de voces declamatorias
pronunciando su amarga poesía,
y un cirio por cada poeta errante,
un cirio encendido por tus ausentes,
por tus hijos ciegos, Valparaíso.
Tutela oceánica
Hogar las húmedas evocaciones
de la sal en el aire construída,
en el aire su formidable alcázar
de indestructible vaho marino.
Una irreprimible ola de vapor,
una irreprimible marejada azul
rodeándome de sus ruidos quebrados,
rodeándome de sus alas exhaustas
cayendo de bruces contra la costa,
y recogiendo su vuelo tutelar.
Tutela oceánica para el desvarío
de mi sueño convulso sacudido
de láricas emanaciones de sal,
del lárico aullido del viento tribal
persiguiendo en el aire el agua prófuga,
elevando y rompiendo su alcázar de sal.
Un madero de olorosos bosques,
una nave silvestre de alta mar,
sin velamen, ni jarcias, ni timón,
para éste, tu delirante náufrago,
para éste, tu vástago de la sal
zozobrando entre arrecifes nevados,
encallado en su arrecífica prisión.
Hogar las evocaciones del nauta
sumido en el tiempo de nunca pasar,
de pie bajo el espacio inaccesible,
golpeado de ráfaga y sal procelosa,
húmedo de lárica linfa tribal.
(Inédito)
Verte por última vez
Verte por última vez, patria amada,
llegar hasta tu orilla eléctrica
con mis habitantes extraviados,
posar el pie sobre tu arena pura,
y oler tu penetrante olor a estiércol
de aves oceánicas custodiándote.
Remecer tu atmósfera salada
a gritos de vástago errante,
a aullidos de náufrago ciego
reconociendo en el tacto tu veste
de vestal oceánica erguida
en el cruce de tiempo y geografía.
Por última vez tocar con mis manos
el polvo de tu telúrico desorden,
y recoger de tus secretos caminos
mi propia huella allí perpetuada,
el polvo de tus hijos innumerables.
El náufrago tuyo desde un exilio
de planetas inhóspitos gravitando,
húmedo de corrosiva humedad
y tatuado de estrellas boreales,
apenas reconocible en el dialecto
de su alfabeto nocturno desatado.
Sagrado hogar de humildes maderas
resistiendo el embate de vientos
oceánicos sobre ti vertidos,
sólo por última vez verte y morir,
sólo una vez más llegar a tu arena
y oler tu estiércol de aves marinas,
y oir tus olas azules quebrarse,
y desatar mi dialecto nocturno
sobre tu geografía de sal y ceniza
(De: Memoria tribal.2000. Inédito)
Vigilia infructuosa
¿Y es que nunca más vendrá,
es que nunca más veremos
su muda figura omnipresente,
sus ojos veneros de luz
saciando la sed de la vida?
¿Es que se ha ido, tal vez, para siempre,
es que no es sólo un largo viaje,
una ausencia de uvas o castañas?
¿Es que su oceánica fuerza,
es que sus raíces vitalicias,
es que su humanidad de siglos...?
Madre indestructible,
recia encina de recias maderas
erguida en mitad de la prole a tientas,
intemporal matriz de existencias
forjadas a carencia e intemperie,
dinos que no, que no te has ido,
dinos que has hecho un largo, largo viaje,
que tu piel crepuscular arde todavía,
que volveré a mirar en tus ojos mi vida.
Dinos que ni edades ni cataclismos,
dinos que ni el frío ni el asedio,
que tu corazón imperturbables latidos,
que tu existencia más grande que la muerte.
Dinos que volverás, que no es cierto,
que no es cierto que bajo la tierra,
que no es cierto que nunca más, madre,
que nunca más el venero de tus ojos.
Erguidos en la infancia del otoño,
con el corazón húmedo de niebla,
todos los sentidos en el bullir de las uvas,
atisbando el regresar de las castañas,
desesperadamente espectantes.
(De: Cuando las blancas alas II. Inédito)