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Jinetes Nocturnos (1974/75)

Ulises Varsovia


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1. Aguas

Como esas aguas que corren bajo el cielo y las tragedias,
ciegas, locas, dispersas, en su unidad desbandadas,
atropellando sus huellas, gritando en su estéril idioma,
ay, sin tutela de besos, rechazados sus lamentos,
cada vez más alejadas, y siempre, siempre más lejos,
solitarias en su multitud indestructible,
como su infinita orfandad que sólo escribe el invierno,
su propia vida allí expresada, su ritual aislamiento,
deshojadas por una mano que no olvida ni perdona.

Yo leo sus estrellas, yo alimento sus palomas,
nada de lo que en el luto ocurre me es ajeno.
Aguas sin fin muriendo, viviendo en toda la muerte,
sólo los pájaros vienen, y los ávidos animales.
Porque ya llegando el hombre ha llegado lo extranjero,
y hay una flor que no entiende, una harina traicionada,
los trigos sagrados del cielo desobedecidos,
violado su designio fúnebre por un dios demente.

No hay propósito de mal en mi aflicción secreta,
ni reniego de mi especie que la edad ha construído.
Mi estructura acata el clima, la forma, la ansiedad humana.
Pero miradme las aguas donde el orden se desploma:
la búsqueda, la fuga, la lejana lejanía,
el origen cabalgando con un grito tras mis pasos,
una dulce voz que llama, ay, mis delitos secretos,
todos los ciclos de sombra como anillos a mi angustia,
las aguas locas, las aguas, los otoños del invierno.
Y siempre, siempre esa voz dulce que en vano me llama.

Hay invasiones, hay ruinas, hay olvidos en la tierra,
oraciones y misterios, hay oraciones abyectas,
hay amores desafiando la destrucción que me acosa.
Yo no olvido porque sigo, porque persisto en mi muerte,
siempre a las aguas adicto, a su extensión afiliado,
en su sucumbir interminable sollozando.
Y hay, además, no tristezas, no melancolías dulces,
sino un ancho movimiento, una convulsión cerrada,
un temblor temblando encima de su propio sacudirse,
vibraciones superpuestas de dolorosa manera.
Eso existe transcurriendo en las aguas de la tierra.

Llámame aún en la noche cuando todo se corrompe,
donde sucede más fuerte mi funeral de besos,
como un arma destruída al umbral de mi existencia,
como los hombres que rompen la virginidad del agua,
como esas mismas aguas, ay, las aguas, las aguas.

Llámame a mi sobresalto, a mi vigilia ferviente,
llámame a mi obscuridad llena de cruces negras,
porque sólo tú no dueles cuando la tierra combate,
cuando las flores combaten, y el aire lucha en el aire,
y la intimidad del agua conquista la existencia con su llanto.

 

5. Bajo la noche enemiga

Todo ha sido un despertar de obscuras amapolas,
hacia arriba elevaciones declinantes, agobiadas,
enfermas en su rapidez por lo infecundo acudida,
y rotos maderos incansablemente vencidos,
ya sin substancia de esfuerzos vegetales,
allí pálidos de piel, vacíos e inconsistentes.

Frente al mar, de noche cerrada y adversaria, nada.
O bien tal vez un incendio apagado me busca,
una llama que no siento me quema en lo insensible.
Porque de algún lugar salen mis gritos lamentables
como aves que han burlado su propio sometimiento,
y tratan ellas, no sé, tal vez intentan, y en la costa nada.

Desmesurada vastedad me entrega el tiempo y la tierra,
no puedo tanto ser con todo lo que tengo.
Porque si alguna vez, oh invasoras pertenencias,
oh avalancha inabarcable de incontenibles flores,
hoy para mí sólo un rapto, apenas en lo que existo,
y no ya lo que ya no sus insignes cantidades.

Se puede substituciones de efímera vigencia,
de lirio descontrolado a geranio en erupciones,
y en cada origen de miel perseverar otras alas,
no hacer ruido sobre oníricas y obscuras amapolas.

Pero en toda despedida hay un volver sollozando,
y sobre todo en el mar, bajo la noche enemiga,
hay un grito que responde y angustiado sobrevuela,
y picotea mi jaula por mis manos defendida.

 

7. Rotas espigas

A mi corazón que penetren el frío y el sueño,
a mis manos que lo estéril condecore de rechazos,
para mi piel defendida el asalto incontenible,
y que retire su alianza con pesar sobrellevada.

Porque se han dado los besos y los besos se han perdido,
porque una espiga me ha dado y su pan ha sido neutro,
y ya ha olvidado la tierra su substancia irremplazable,
sus pastos puros hundidos hoy en el tiempo.

Ahora sea lo desnudo por la noche socorrido,
por su refugio profundo cobijados los errantes,
y que en su metal inconsistente se desarrollen columnas,
habitaciones sin fin, construcciones despobladas
donde llevar a vivir lo que ha sobrevivido,
lo que viniendo de alturas profundas no pudo
en el vuelo despojarse de sus plumas funestas.

Sea entonces lo que existe por sí mismo defendido,
de su propia substancia confusa alimentado,
para que nunca más la libertad lo aprisione
entre sus dulces labios secretamente hostiles.

 

17. Exilio

Desde las cósmicas zonas secretas del alma,
como una tromba de pájaros heridos
agitando en lo infinito sus alas moribundas,
oh procesión de números crueles emerges.

En mis manos se han dormido las palomas,
y su sueño es un silencio de extensiones,
un reposo de hojas muertas en el bosque,
un instrumento quebrado cantando en la noche.

Puedes entrar como un arma y serás recibida.
Puedes cubrirte de espinas y serás amada.
Mi corazón se doblega: soy tu prisionero.
Haz restallar tu violencia en mis párpados muertos.

El interior de la luz es un recinto obscuro,
un ojo enceguecido que adivina,
y sobresalen sus párpados como una amenaza,
y es negado su designio por los músculos del agua.

Oh procesión de números naciendo
como el parto desgarrador del relámpago,
desde una densa humareda de hogueras remotas,
desde un incendio invisible que arde en la noche.

Cada cual tome su sitio en la hora que llega,
y nadie nombre mi ausencia que tiembla en el exilio,
nadie olfatee el sendero buscando mis pasos,
nadie escudriñe las zonas secretas del alma.

 

19. Hora de silencio

En esta hora que ha venido,
corazón, ya sabes a qué perteneces,
de qué color es el clima de tu desamparo,
y cómo debes amar lo que su amor te destina.

El su oquedad sin sonidos ni besos
te ofrece, su regazo en silencio
donde la sal es fecunda en recuerdos tristes,
en nostalgias que retornan por un río de llanto,
y viejos sueños dormidos apareciendo.

Allí heriremos la tierra buscando un tesoro,
una paloma enterrada que guarda los besos,
aquello que crepita en un frío abandono,
una llama cautiva en la boca del silencio.

Estamos solos, corazón, en un clima de muerte
donde el pétalo que nace ya escuchó el otoño,
y tiembla de un misterio que nutre sus contornos
como un agua de amenaza nublando los cristales:
la noche de los desamparados es nuestra.

En la oquedad de la hora del silencio,
un beso de paloma vuela bajo la tierra
abandonando nidos que el otoño visita:
no recojamos las hojas dentro de la tierra herida.

No escuchemos el temblor de sus pétalos desnudos
donde el agua centinela extiende su amenaza.
No callemos porque hay besos, hay un esclavo en nosotros
que espera crepitando en la boca del silencio.

 

20. Porque la noche escucha

Lloraremos esta noche de materia acongojada,
doblegaremos la frente ante su espada siniestra,
nada de lo que amamos podrá defendernos.

Muere de noche lo estoico, la épica resistencia,
los licores del violín que acompañaron la ruta,
y en los extremos del pájaro que cantó para nosotros
un ala de murciélago recoge el equipaje,
los ojos del carbón alumbran con violencia,
el sacerdote del silencio reza.

Esta noche cantaremos.
Los sagrados apotegmas exigen nuestros labios,
en cada ser que llora hay un oráculo en trance,
podríamos odiar, y nadie lo sabría,
o cometer un perdón que el castigo no castiga,
entrar como una flor demente amenazando,
nadie abriría los ojos abiertos humillados.

Una rapsodia que calla nos conmueve,
la ausencia del agua moja nuestras vestiduras,
y el frío que nos quema llora de impotencia:
alguien nos traiciona, alguno de nosotros no ha muerto.

Nada de lo que amamos ha venido,
y el luto forcejea herido en su victoria,
luchando contra un ángel que le es adicto.

!Callad!, nadie mire con odio la hora enemiga,
lloremos ciegamente con los ojos arrasados,
y aquél que traicionó revoque sus sonidos
porque la noche escucha, y reza su sacerdote.

 

21. Capitularia

Todo suceda de un modo que arrincone mi intelecto
en una región de ciegas luces invertidas,
donde un hálito letal sople, circule y someta
lo desatado que llevo y galopa sollozando.

Lo cruento sobre el aire de la atmósfera de besos
que allí se determine y al aire se reduzca,
vencido su elemento de fragor lácteo y terrestre
por un eclipse súbito de patas y metales,
y al labio que agoniza herido en su costumbre
la extremaunción del beso y el aliento no socorran,
y no sean acudidas por un agua de desorden
las dulces manos cóncavas de sed enardecidas.

Yo sufro de un sistema circular e intransgredible,
de una paloma marchita apenas volando,
de un día innumerable dividido en ceremonias
que arrastra como un río mis sobrevivencias
hacia el nocturno ascensor que en mis párpados espera:
allí vive lo ajeno, lo más mío que amo.

Allí comienza el pasto que acometo inútilmente
con manos detenidas y sed en suspenso:
se muere también el alma en zonas extranjeras.

Suceda todo sin tiempo ni nada que lo habite,
de una manera confusa que mi razón apague,
lo desatado que llevo allí su ira deponga,
y ya no escuchen mis labios el temblor de lo que crece,
y ya mi sed se resuelva en los frutos de la muerte.

 

23. Uvas vacías

No al corazón que tremola en penosos latidos
los labios brutales de la inteligencia pregunten,
no se interrogue con luz y equilibrio y transcurso
la piedra telúrica muda de tiempo y distancia,
el ojo apagado que mira alumbrando apotegmas,
la copa vacía que apaga la sed de la muerte
vertiendo su ausente brebaje sin nombre en pálidas gotas.

Creciendo está en uvas de origen y rumbo
el trágico antiguo racimo instaurado por labios perdidos,
por besos que al tránsfuga viento cayeron llorando
y allí se educaron nutridos por vagos preceptos.

En ceremonias de luto a que asisto y defiendo,
en flores nocturnas que adoro y colecciono,
vibro existiendo sin latitud ni horario.
Un ruido de mariposas irisadas vencería,
un violín enternecido quebraría mi instrumento:
en ceremonias de luto a que asisto sollozo.

La ruta sin estrellas ni claves perseverada,
el agua repetida que apaga los rastros,
la obscura simbología de pueblos revocados:
¿qué hay de fidedigno y señal definitiva?

Siguen cayendo mis uvas  a su sed inconsolable,
y el insomne embajador que disloca el raciocinio
monta guardia en la ventana que mira hacia el origen,
cela las puertas del tiempo y la geografía
discerniendo mariposas y sonidos infernales.


 

 

 

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