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A sangre y a fuego. Selección (2013)

Ulises Varsovia


 


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A sangre y a fuego

Grábate a sangre y a fuego
en la memoria de tu pueblo,
 grábate con tinta roja,
 grábate con sangre de tus venas,

esculpe con tu letra noble
una escultura ingrávida      
de inédita progenie 
asediada por los siglos,

cava en la cantera viviente 
con tu elán de alígeras alas,          
cincela y pule cada palabra
hasta darle la forma perfecta,
 y vuela a la eternidad, demiurgo,
vuela a la lentitud de los siglos,
grabado tu nombre a sangre y a fuego               
al pie de la memoria de tu pueblo.

 

 

Lapso

Sean las insólitas de la tarde,       
cuando el búho su callada aparición
imponiendo silencio en el bosque,
 y en casa emergiendo la penumbra,
 desplegándose hacia cada rincón,
 hacia cada vano de la escalera,  
infiltrando su aliento en el desván,

sean, pues, en ese lapso sin nombre
donde el agente temporal ciego,  
y lo que somos o parecemos
oculto en su habitáculo humano,   
temeroso de caer al vacío 
y perder su entidad insuficiente.

A eso de las más tarde aún,
 o de las más temprano, por Dios,           
en la incertidumbre de las esferas,
 el humanoide asomar su rostro   
y contemplarse en toda su ruindad
disperso por los fríos minutos.

A quién confiarle, entonces, a quién
pedir perdón a gritos y sollozos,   
mientras los relojes imparciales   
lejos, al otro lado del tiempo,
 y lo que somos o parecemos       
ahogándose en la penumbra,
 en los vanos, en los vacuos rincones.

 

 

Muchedumbre de luz

Muchedumbre de luz
entrando a raudales
por mi ventana,

si solamente entraras,        
si llegaras solamente,        
muchedumbre de luz,
hasta mi alma,

y alumbraras, antorcha,      
mi tenebroso interior,
si lo iluminaras,

para llegar hasta mí,
 para encontrarme conmigo,         
muchedumbre de luz,
 cara a cara.

 

 

¿Sangraría la rosa?

¿Sangraría la rosa  
si mi alba palidez,
 si mi faz desvahída,
sangraría la rosa?

  
¿Sangraría ella, roja,
 si mi enferma lividez,
 si mi color exangüe,
 sangraría para mí?

Y si ya en la agonía,
y si ya cercano
a la muerte artera,   
¿sangraría la rosa?

¿Sangraría para mí?          
Para mi faz lívida,    
para mi piel pálida,             
¿sangraría la rosa?

 

 

Carga de silencio

¿Y ya no cantarás, poeta,  
ya no escucharás las voces
misteriosas extasiándote,  
cuchicheándote al oído?

¿Ya no irás por las calles solas,
 bajo la caricia de la lluvia, 
o de las hojas huérfanas,   
soltando al aire tus palabras,
 musitando embriagadores versos?

¿Es que se ha dormido tu estro,  
es que tu interioridad          
duerme un sueño sin término,       
ha enmudecido para siempre?

Detenido en el tiempo girante,      
escuchas cantar los arroyos,         
sientes en torno la brisa rapsoda,
 oyes el susurro de los bosques,

Y desde tu interior dormido
lucha el poeta por sacudirse         
su pesada carga de silencio.

 

 

Utensilios del canto

Los utensilios del canto      
dispersos sobre el escritorio,
 mudos, exhaustos de tanta
travesía por las palabras.

O bien de las interferencias
de jinetes encapuchados,  
galopando a todo redoble 
por las riberas del sueño,  
asustando el fluir del canto.

¿Cuándo volveréis, decidme,       
viejos, amados objetos,
 cuándo volveréis a erguiros,        
a derramar sobre el cuaderno      
los trazos del andante lírico?

Él callado en su celda monacal,               
él la mudez del desconcierto,
 escuchando el rumor confuso      
de voces ininteligibles        
al otro lado de los barrotes.

Lo hallaréis al romper el alba,
 girando en círculos en torno
de sí mismo, de su instrumento,   
rotas sus mágicas cuerdas.

¿Quién vendrá, quién ha de venir,
 quién romperá el sortilegio,
 empuñando en su mano gnóstica
los utensilios del canto?

 

 

Sonambularia

Con cualquier licor de cualquier hierba               
soporífera o estupefaciente,
 con cualquier droga anonadante 
de la flor del campo de la luna,

oh, con cualquier beso de vírgenes
difuntas velándome el sueño,        
o la voz dulce, embelesante,                     
de sirenas cantándome al paso   
de mi bajel por islas encantadas,

de cualquier, de cualquier modo, cofrades,
 que mi psiquis sea atada al mástil,
 y enloquezca escuchándolas cantar,
 o desnudar las vírgenes su cuerpo          
ofreciéndolo a mis armas rotas, 

cuando ya el equinoccio de otoño
acercándose a los racimos,          
y ebrio mi atributo de poder terrestre,
 atado al mástil hasta la locura.

 

 

Testimonio

¿Y si tan sólo uno, amor,                
si tan sólo uno de mis poemas     
irguiera su título
orgulloso en la maraña       
de lenguas, y testificara,

si solamente una,    
si tan solamente una
de mis pobres criaturas,    
elevara su voz lírica 
entre las voces mundanas,
y testimoniara,                     
y testimoniara?



 

 

 

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