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Respuesta a Felipe Ruiz y a Héctor Hernández
Víctor López /
Christian Aedo
No sorprende ver el reduccionismo histórico que desde hace un tiempo se ha visto afectada la supuesta “generación del 90”, no sorprende si uno lo piensa como una cuidada estrategia política de posicionamiento desesperado de nuevas generaciones, que apelan con una facilidad a decir que los escritores del 90 son escritores con “miedo”, escritores “fomes”, escritores “academicistas”, este discurso que desde hace un tiempo se viene repitiendo en varios poetas de esta generación, o mejor dicho se viene “transmitiendo” ya que no existe un proceso investigativo o una tesis clara que defina estas afirmaciones. Por eso es interesante preguntarse cuales son las definiciones que tiene Hernández de miedo, ya que como sabemos el miedo es una emoción paralizante, dado por una amenaza que impide dar una respuesta adecuada al medio. ¿Acaso el libro METALES PESADOS de Yanko Gonzáles es un libro miedoso, acaso LA INSIDIA DEL SOL DE LAS COSAS es un libro imposibilitado por el terror de su autor? me parece que estas y otras afirmaciones son más que gratuitas, ya que los 90 es un periodo de profunda reflexión sobre el trabajo poético, en el que el lenguaje canónico y experimental están en continua investigación, además de la inclusión de diferentes tradiciones poéticas venidas de nuevas traducciones.
Si uno piensa detenidamente, todas las estéticas responden a ciertas necesidades de su época. El golpe militar no solamente vino a instalar un aparato represivo sobre el lugar social que ocupaban la mayoría de las instituciones en este país, sino que instala o impone un nuevo lenguaje con diversas operaciones y sistemas lo que en alguna medida es recogido por algunos poetas de esa época. Se podría decir que la llegada de la democracia abre un nuevo lenguaje en este país, un lenguaje cruzado por las ideas de la democracia (la alegría ya viene y todo ese tipo de pancartas). Durante esos primeros años de la democracia los poetas de los 90 tuvieron que trabajar con ese nuevo sistema, sistemas que además exigió una amnistía para todos los violadores de los derechos humanos, que inclusive hoy en día ejercen cargos públicos en una que otra municipalidad de la Región Metropolitana. Desde este punto de vista hasta ahora la escena de los poetas de los 90 ha cambiado mucho, pero no ha cambiado gratuitamente, sino porque los cambios políticos así lo han requerido. Mucho de esos libros que se escribieron al principio de los noventa, claramente son muy diferentes de los que se escribieron después de los noventa por ejemplo: Ejercicios de Enlace de David Bustos (2007).
Lo peligroso está en querer reducir una escena que igualmente fue muy prolífica y con poetas que aun hoy siguen trabajando como: Germán Carrasco, Andrés Andwanter, Javier Bello, Yanko Gonzáles, Kurt Folch, Leonardo Sanhueza, Damsi Figueroa, Alejandro Zambra, Cristian Gómez, David Bustos, Jaime Pinos, Verónica Jiménez, Héctor Figueroa etc., tan solo para nombrar algunos, ya que son muchos más y sus propias poéticas han ido variando con el tiempo, ajustándose a las necesidades de este nuevo milenio, además la mayoría de los libros publicados por estos autores de los “90” están publicados después del 2000. La pregunta sobre estos libros es ¿qué es lo político? ¿Qué es lo que define una poesía política según Ruiz? ¿Acaso un poema que habla de niños pobres, de militares violadores, es un poema político? No creo que sea tan fácil, ¿acaso un poema se transforma en político al agregar la imagen de Víctor Jara, o nombrándonos como latinoamericanos malheridos? ¿Se puede crear una poesía política trabajando solamente con el lenguaje y no con estas imágenes que parecen salidas de un supermercado (aunque tristemente sean reales)? Estas son preguntas interesantes de desarrollar en cualquier debate de poesía nueva que lamentablemente no se ha realizado y tal vez por eso se caen en falacias que los medios escritos avalan sin ningún punto crítico.
Hernández Montesinos en su reciente entrevista en LA NACION tacha a los 90 como academicistas, pero es realmente irónico, abrir un libro de Hernández Montesinos es encontrarse en su biografía con una cantidad de títulos académicos insólitos para un libro de poesía, además de su eterna candidatura a Doctor, pero es más irónico aún encontrar por ejemplo en su libro COMA antes de empezar cada sección una cantidad enorme de citas de autores academicistas como: Foucault, Deleuze, Guatari, Kristeva, que respaldan teóricamente los escritos de Hernández Montesinos y que están ahí para instalar su trabajo en un circuito académico. Aquí justo aquí cabría preguntarse por el miedo que tanto recrimina este autor a los 90 y la marginalidad de la que tanto ostenta y habla HH. Una necesidad vergonzante de blindarse y prestigiarse, una clara muestra de inseguridad y debilidad de discurso crítico de este autor. Con el gentil auspicio de X y el patrocinio de Y. No hay tanta diferencia entre un emprendedor de una empresa y la de este autor y toda su externalización. Algo así como un pequeño Falabella o un supermercado Jumbo.
Pero si algo ha conseguido claramente la novísima, es instalar su trabajo en los medios y crear el MERCHANDICING POETICO, esto aparte de la supuesta calidad de la obra de Hernández y Paredes que nos parece importante dentro de la producción nacional. Pero eso no es realmente lo relevante sino las declaraciones graves de un critico (o supuestamente un critico) que avale tal discurso y al grado de decir frases tan notables como POR PRIMERA VEZ HAY MOVIMIENTO SOCIAL ¿Acaso Ruiz y Hernández piensan que los estudiantes leen su libro ARQUERO y GUION?
La poesía desde hace un buen tiempo ya no es la punta de lanza de ninguna revolución cultural ni social, la poesía ha pasado a transformarse en el babero cultural de las otras artes, y desde ese lugar precario pero igualmente importante se puede empezar uno a preguntar por el futuro de este oficio y por las prácticas que lo marcan en el presente, sin llegar a opiniones totalizantes (por no decir nazis) como “fumigar el paisaje poético”, por que si algo hay que fumigar es la ignorancia, el autoritarismo, el narcicismo, la ausencia crítica en que este trabajo se ha visto envuelto. Los escritos desesperados de Felipe Ruiz son parte de esa crisis, un síntoma del neoliberalismo y hay que comprenderlos desde esa óptica ya que el capitalismo y sus leyes económicas y sociales crean a sujetos aspiracionales, con visiones de expansión y discursos vacíos, enfermedades de la cultura de estos tiempos y de los que vendrán a no ser que de una vez, dejemos de lado un rato las ansiedades y los delirios de grandeza y construyamos con generosidad y reflexión una nueva visión de hacer poesía.