
        Poseía  (2005-2010) : la fascinación por el  vacío
        Víctor Coral, Paracaídas Editores 2010
        Por  Sophie Canal*
        Detestaba  la palabra “poesía”. 
          
          Pero  esa mañanita de primavera regresaba cansada de Santiago de Chile y  todo volvió a cambiar con una frase de Martin  Heidegger, pronunciada por mi amigo Víctor, de todo corazón, y como de  bienvenida, en la puerta de mi casa limeña: “Es posible y a veces incluso  necesario, un diálogo entre pensamiento y poesía”.
          
          Aunque  mucho tiempo después Víctor me contara que, al final, todo su libro se podía  resumir a aquella frase, mi estado de ánimo del momento necesitaba de un título  alumbrador para que la mañana se vuelva realmente prometedora. La entrega de  Víctor al día siguiente de su elegante libro de portada rosada cumplió: encima  navegaba un título-barco, “Poseía”.
          
  “Título-barco”  porque parecía anunciar la posibilidad de un nuevo viaje, abriendo  otro camino entre dos continentes  ancestralmente opuestos e irreconciliables, como lo ha planteado toda la  filosofía occidental desde los griegos, entre los dioses Apolo y Dionisos,  entre el demonio de la poesía y el de la  razón, entre el reino de la posesión y el del poseer, entre ser y tener; ida y  vuelta ofrecía ese título-barco, sin parar, quizás, ¿por qué no?, con compañía  y fines de lucro. Todo con un cambio de letra. ¡Buen publicista!, pensé. Y  decidí subir al barco nuevamente. 
  
          Sin  embargo, esto no es todo. Una vez definido el espacio, al título-barco se le  imponía un territorio de tiempo: (2005-2010). Ah, entonces el viaje del cual se  iba a tratar allí, ya había terminado, y al comandante del barco se le iba a  poder imaginar fumando tranquilo en su balcón y observándome  a lo lejos, empezando a soñar con la  conquista de su descubrimiento, mientras luchaba el lector para entenderlo.  Buen augurio. Él estaba tranquilo por dos razones sutilmente anunciadas desde  el fanón de su embarcación: “Ya no poseo nada, me  libré de tener”, y también “Encontré una  nueva forma de  ser, cancelando el  lenguaje gracias a la inversión de la palabra”: ¡poseía! Bandera pirata por  excelencia. La aventura prometía ser picante.
          
  ¿Carné  de viaje entonces, capitán Coral? 
  
          Al  igual que Marco Polo, Magelán, Colón, hasta el Che o el mismo Heidegger en “Les  chemins qui ne mènent nulle part”, los 31 textos enganchados como botines por  la ligadura “&”, abren 31 ríos que se difunden en el océano inexplorado de lo  no pensado.  El que escribe describe,  contabiliza, clasifica, hace listas, pinta, define el contorno de las ideas que  menos tenemos en nuestra posesión: las desconocidas, las de la no existencia,  las de la ausencia; al final, intenta dibujar el mapa de un territorio salvaje,  haciéndolo decible, oíble.
          
          Y,  ¿cómo lo logró usted, capitaine Coral? ¿Cómo hablar de la ausencia si la ausencia, injustamente, no existe?  Allí viene el método, la mejor arma del pirata: la contradicción asumida entre  razón y corazón. El que habla trata de no razonar, y el que razona no habla,  prefiere las anécdotas, las lecciones, “el logos espermatikos”, los colores,  las formas, las variaciones musicales acerca de Stockhausen, el mantra, “sonido  de la mente del poeta silenciado”. El que habla calla, dejando hablar la  ausencia en su única manera: “callando a lo existente (incluido a sí misma); y  no es todo…”. Porque “Las palabras ocultan las cosas”, “el verbo no soporta tantas  palabras”, entonces en los tres puntos parece residir todo lo que no se puede  (¿debe?) hablar: en lo indecible está la esencia de las cosas, la palabra del  poeta.
          
          Por  ahí me cayó lo metafísico encima, pero como recompensa. En la energía (y no la  tradición) a penas oculta de la voz nietzscheana, en la alegría de las  contradicciones, el poeta se vuelve funámbulo y camina con equilibrio sobre la  cuerda de una verdad substancial, una esencia purificadora que genera humo  desde su abismo profundo: callar para que aparezca el verdadero habla; faltar  para que surja la presencia y lo permanente; olvidar para que renazca lo  realmente memorable, interesarse en el no ver para que se revele “un ojo que  mira detrás de la ausencia”.
          
          A  veces, y como todo buen aventurero, hay que estar listo para enfrentarse con lo  terrorífico. Por eso los verdaderos viajes demoran tanto. Por las amenazas de  la pérdida del equilibrio y de la fascinación hacía el vacío. Allí, el capitán  se disfraza de Ulises y canta sus combates contra los peores enemigos, como  cuando consiguió pasar entre Charybde y Scylla. Él advierte: los grandes  monstruos no son los que pensamos.  A  veces, lo peor no es la muerte o la desaparición de las cosas, sino los seres y  las cosas cuando “vuelven a su estado natural”.  A veces, “lo contrario de la presencia no es  la ausencia, sino la medianía del habla”. 
          
  ¿Entonces,  podrá la filosofía sobrevivir a la perdida de  la Razón como  medio y objeto de su pensamiento, y podrá la poesía despertarse y dejar de  roncar, luego del interminable sueño de la ego manía?
  
  “Poseía”  cuenta y contesta todo con su título y su frase de epígrafe, pareciéndose a  estos mantras que por la puerta dejan entrar el techo: “una nada tan sólida  como un barril de kilitos”, lo dice “lgv”, el poeta cubano Lorenzo García Vega  en “Mantras de Stockhausen”, quien actúa de copiloto fantasma en la embarcación,  a lo largo del viaje.
  
  “El  mantra es la campana que repica en el silencio donde no hay campanas”, y hace  que estos versos logren pensar lo poético y poetizar lo pensable.
  
          Así  que, gracias al capitán Coral estuve viajando de nuevo llegando a mi puerto,  ese tipo de viajes que nunca terminan por que han elegido la forma que más  conviene a su imposible destino: el círculo virtuoso.
          Lima, enero del 2011
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        *Sophie Canal es filósofa, narradora  y editora. Actualmente graba un disco con canciones en homenaje a sus amigos,  junto con su esposo el músico y periodista Gabriel Gargurevich.