Migraciones, de Víctor Coral
Por Santiago Bullard C. (*)
Hay novelas a las que no parece que les bastara la literatura: cierta exigencia interna, cierta voluntad oscura y profunda, parece exigir, desde su núcleo, una dosis mayor de valor de sus autores: el temple para atreverse a recorrer caminos quizá más espinosos para llevar la obra –ese hijo cruel y bello– a buen término. Eso es, precisamente, lo que sucede con Migraciones, la más reciente novela de Víctor Coral: una obra que, insatisfecha con lo puramente ficcional, empuja a su autor por otros senderos.
Novela y ensayo a la vez, alimentada por una fuerte vocación de lector y por una dosis exacta (que no se derrama por los bordes) de estilo autobiográfico, Migraciones es el relato de algo que está más allá de sus personajes y escenarios: el de una búsqueda íntima y desesperada del hombre por su propio rostro, oculto detrás de un sinfín de máscaras. Como El día de todas las almas de Nooteboom o El mar de Banville, Migraciones es una suerte de Odisea contemporánea, donde Ítaca es el equivalente a un rostro que se observa ante el espejo, y donde los viajes se han convertido más bien en estados mentales o “espirituales” de un personaje.
Vale la pena dar un rápido vistazo a su argumento: Bruno, un joven literato con vocación de escritor, se debate para sobrevivir por su cuenta entre las calles de Lima. Habiendo fracasado en el amor, y sabiéndose un mediocre en todo lo relativo a relaciones sociales y académicas, decide encaminar su búsqueda hacia el hundimiento: alcohol, drogas y bohemia son los ingredientes de una vida desaforada y a destiempo de poeta de tabernas, entre intelectualoides fracasados y musas dudosas. La desventura (o, en cierto modo, la aventura) parece no tener fin, y la amenaza del vacío absoluto parece cernirse sobre él hasta que, de pronto, algo sucede: un nombre clave en la dedicatoria de un libro, que llevará su búsqueda por un nuevo camino: el de Leopoldo María Panero. Empiezan los viajes y las nuevas lecturas, así como la correspondencia con el poeta español. Una luz parece advertirse en el horizonte negro.
Si quisiéramos ponernos un poco más teóricos, podríamos afirmar de arranque que la novela propone un paralelo existencial: de un lado se encuentra el mundo poblado por los hombres y las noches, gris y gastado, resacoso y ebrio. Del otro, tenemos una realidad distinta del “yo”: una realidad a la que podríamos llamar poética, un plano en el que el personaje, ya lacerado por la existencia, cree poder encontrar su verdad y su voz, encarnadas en la poesía. Esa, pues, es la verdadera migración (y toda migración es una búsqueda): la que va de un plano al otro; la que se arranca del mundo para buscar la poesía. De ahí los homenajes a Oquendo de Amat, Martín Adán y Leopoldo María Panero, poetas todos ellos que, de alguna forma, parecen haber llegado a completar esta travesía imposible.
Pero porque la vivencia mental no puede arrancarse del mundo (y en esto la novela tiene un par de guiños para Heidegger), los escenarios tampoco son casuales: contra el ritmo frenético y tortuoso de la ciudad, que “languidece sin siquiera poder esperar la muerte, como un enfermo crónico con la única esperanza de rumiar su enfermedad y dejar que el tiempo pase”, se levantan escenarios como el de Puno, donde Bruno llegará al borde del tan ansiado reconocimiento al borde de las aguas azules del Titicaca, como luego en Lima, cara a cara con el rostro de la posguerra del terrorismo.
Migraciones, pues, no es un título gratuito, y a lo largo de todas las páginas estas migraciones no dejan de seguirse unas a otras como distintas posibilidades de existencia que se buscan a sí mismas, tomando forma aún en la misma narración de los hechos, que es una migración hacia el pasado, donde yacen los fragmentos de todo este camino.
Lo que Víctor Coral ha conseguido con Migraciones es, en fin, una novela que se revuelca sobre sí misma, algo que más que un guiño, es un testimonio y una reflexión sobre la propia condición humana que –seamos honestos con nosotros mismos– nunca deja de preguntarse si realmente está satisfecha, si no hay algo más del otro lado del horizonte. Lúcida, desgarrada, cruel y divertida a la vez, Migraciones lleva impresa la voz de la experiencia, la poesía y la duda. Recorrer sus páginas es, más que un entretenimiento, una invitación a cuestionarse a sí mismo. Pese a su brevedad, es una obra ambiciosa, y queda en el juicio de cada lector el decidir si logra alcanzar estas metas. A mi humilde parecer, sí que lo logra, y con creces.
*Estudia Filosofía en la Pontificia Universidad Católica del Perú, y ejerce el periodismo.