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Oeste oriental, de Pedro Favarón: “Rústica lujuria de la lengua”

Por Víctor Coral

 

Aunque reconoce que diversas escrituras coexisten en la actualidad de la poesía latinoamericana, Eduardo Milán identifica en su prólogo a la antología Pulir huesos (Círculo de lectores, 2007) algunos rasgos axiales de lo que podríamos llamar poesía neobarroca. En primer lugar destaca una “autoconciencia explícita del lenguaje como materia”; luego, un ejercicio de memoria de un poema inicial ausente, pero invocado desde una suerte de margen; el uso de recursos y estrategias propios de la vanguardia experimental (paronomasia, escritura por parentesco fónico); finalmente, hay un doble desplazamiento, tanto del poeta respecto a su posición tradicional central con respecto al discurso poético, como del texto, que opera y/o se establece en los márgenes de lo que sería un discurso tradicional, incluso vanguardista.

Pedro Favarón, en Oeste oriental (Colección piedra/sangre, 2009), cumple con estos requisitos con una frecuencia deliberada, pero a su vez con ello da constancia de una búsqueda lingüística inusual y refrescante dentro de su generación, que parece haberse asumido como “la del 2000” por esta colección.

Estamos frente a 69 poemas numerados, sin título y “centrados” solamente por una seña topográfica (“Montevideo”, “Tarma”, otros) en ciertas ocasiones. Sorprende desde los primeros poemas un afán de reescritura o secualización poética, como en el poema 4, dedicado a un misterioso “R.L.R.P.” y que juega con un famoso poema de Vallejo:

Sé que dulce Rita anda con otro
Sus trenzas ahorcando mi olor
(…)
Alcoholizado de rímel y Bizancio
(…)
He de sentarme solo a la mesa
(…)
Resonando eco dios inexistente
No lluvia no casa y primor niégase

Sin embargo, la cita, la recontextualización, el cover poético no son los recursos más frecuentes en el libro. Con enorme libertad la voz se ampara en una visión descreída y árida de lo real, donde a los sonidos enervantes de lo citadino, y a los páramos desolados de los desiertos costeros, se opone el fragor de la naturaleza y, en especial, cierta vivacidad de la Sierra peruana. En esa línea, de un gran rol de personajes citadinos (“empresario”, “hijos de bien”, “niñas de familia”, “congresistas”, et al.) dirá nuestra voz poética que

son rapiñeros, cínicos, diestros en caer parados
(…)
Nubes los gestaron pusilánimes, temblando en bajo valle.

Pero va más allá de estas melopeias denotativas el poeta. Con frescor engarza, en algunos poemas, el verso castellano con expresiones quechuas que no solo logran mantener –precariamente a veces, sí– una continuidad semántica, sino que mantienen hasta cierto punto la ilación eufónica, y esto último es más importante en el caso.

Qasilla qawaykamuy días ahogados, gritando
Mascanayku pacha. Pues perdido nada vuelve:
Retornando ¡kashanchisraqmi!, seguir caídos.
Espera alba, tayta wamani, wiphala primero
Suyashan en mí, sapan runa adolorido…

Esta la médula del poemario; una propuesta de recentralización de lo andino en perspectiva de la lectura etimológica de lo que significan oriente y occidente –expuesta en el inicio del poemario, en una larga cita de Cirlot sobre el tema– originalmente, y donde lo andino parece tomar ese lugar-no-lugar de lo oesteoriental dentro de un mundo recompuesto o, mejor aún, puesto de pie.

En cuanto al lenguaje poético, Andrés Ajens ha dicho en su peculiar estilo NeoB, que:

Allende la adversidad y eventual reversión del versus, su concisa y extrema pétrea entrecesura, este Oeste abre y airea a bocanadas lo idiom(á)ntico en camino, co-marca y rastrea tal geo-grafía (amorosa) de la lengua, grave o riente a la danza, a lo que toca.

 Por cierto, Oeste oriental no está exento de excesos; es más, diría que su natura interior está transida naturalmente por estos, de manera que con alguna frecuencia el leve hermetismo que caracteriza el libro cede lugar a un cripticismo que llega a desvincular algunos textos del gran conjunto. La ascética búsqueda lingüística a que se somete la voz poética, además, lo lleva por despeñaderos semánticos difíciles de salvar, en ese camino de elevación de la lengua (“rústica lujuria de la lengua?”) que simula la ardua ascensión a un apu imaginario y especialmente inextricable.
Vayan como logros –y no pequeños– la capacidad esporádica de resumir en unos versos la condición histórica del hombre, donde sus proyectos y utopías (“piedras futuras”) no pueden modificar, o salvarnos de ser, lo que somos (“sernos el mismo”), frente a lo cual se pregunta la voz si la salida es “volverse crudo al grito”; pero también la vigorosa asimilación del neobarroco latinoamericano (Perlonguer, Kozer, Jiménez, tal vez Deniz) y los puentes subterráneos con Martín Adán y cierta poesía quechua (además del dominio de alguna poesía oriental, especialmente la sufí).

Oeste oriental, de Pedro Faverón, pese a la necesidad no resuelta de un último recorte textual, quiere proponer una topo–grafía ontológica donde sus auspiciosas “estrella y música inaudible/emancipadas surcan tumbas”. No se frustrará el lector si espera a chaska en el próximo firmamento poético de Favarón, y que su música se haga más audible y sutil. 

 

 

 

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Oeste oriental, de Pedro Favarón: “Rústica lujuria de la lengua”.
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