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Siete poetas imprescindibles de la generación peruana de los ochenta

Por Víctor Coral*



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Acaso debido a la carencia de una propuesta de periodificación más consensual, la crítica literaria peruana, desde hace ya varias décadas, ha aceptado, un poco por comodidad, la política de dividir a los poetas peruanos en concordancia con las décadas en que su producción literaria comenzó a publicarse y/o llamar la atención de la crítica periodística o de la especializada.

Así, tenemos que Antonio Cisneros es un poeta de los sesenta, que Carlos Germán Belli pertenece a la generación de los cincuenta, y que Enrique Verástegui es un poeta representativo de los años setenta.

Como en este texto no es nuestro propósito plantear una forma de división de los creadores que mejore lo ya aceptado por buena parte de la crítica, tanto periodística como académica, cuando me refiera a “generación de los ochenta” estaré aludiendo a aquellos poetas que iniciaron su producción poética entre los años 1980 (o fines de los setenta) y 1989.


¿Por qué siete?

El lector se preguntará por qué siete poetas exactamente y no seis u ocho. Tiene toda la razón. Sin embargo, la respuesta es muy sencilla si nos atenemos al criterio central que hemos tomado en cuenta para esta selección: recogimos en este texto a aquellos poetas que mejor han resistido al paso del tiempo (repárese en que han pasado más de treinta años desde el inicio de aquella generación), y a quienes han trascendido los peculiares condicionamientos políticos, sociales y aun económicos que domeñaron toda la década de los ochenta en el Perú y en muchos otros países.

En pocas palabras, hemos querido adunar aquí a los poetas cuyas obras han prevalecido por su calidad literaria antes que por su coordinación con los tiempos violentos y desesperanzados que les tocó vivir. Otras visiones sobre la poesía de los ochenta en el Perú, por supuesto que son viables; pero esta es la que hemos elegido ahora para fundamentar nuestra selección.

Empezaremos simplemente nombrando a los siete poetas, para luego desarrollar brevemente sus poéticas: Rossela Di Paolo, Patricia Alba, Eduardo Chirinos, Oswaldo Chanove, Alonso Ruiz Rosas, Alfonso Cisneros Cox, Domingo de Ramos y Roger Santiváñez.

 

El haiku como principio y fin.

Alfonso Cisneros Cox (Lima, 1953-2011) fue un profesor universitario y estupendo editor que animó la discusión literaria peruana desde una revista de gran calidad llamada “Lienzo”. Paralelamente, desarrolló un genuino interés por el cultivo del haiku como una herramienta pero también como un derrotero para sus sutiles visiones poéticas. Incomprendido durante muchos años por sus propios coetáneos y por la crítica, recién es bien entrada la década de los noventa cuando los numerosos libros que publicó desde 1979 hasta un año antes de su desaparición, comenzaron a ser valorados. En sus poemarios no solo hizo aportes al haiku hispanoamericano, también ejerció otras formas clásicas de la poesía japonesa, e incluso incursionó en el verso libre.

Fiel a su estilo sobrio y alejado de la estridencia mediática de otros grupos de los ochenta, Cisneros Cox nunca hizo mucho por “venderse” como poeta o buscar el apoyo de los medios; sus vocaciones fueron la edición literaria y el cultivo ensimismado de una poesía formalmente irreprochable, con imágenes muy cuidadas y una sensibilidad especial. Actualmente su trabajo creativo está siendo cada vez más revalorado.

Claro remanso:
tendidas las huellas
de la noche


Bosque de piedras
tú también despiertas
sombras de amor


Bruma temprana
¿tantas palabras borra
el universo?

(“El agua en la ciénaga”)

 

 

El cómic y la poesía.

Nacido en Arequipa en 1953, Oswaldo Chanove militó inicialmente en un grupo poético que publicó una revista titulada “Macho Cabrío”, junto con otros escritores y editores como Óscar Malca y Guillermo Cebrián.

Su primer libro, “El héroe y su relación con la heroína” (1983), significó un estruendo amable dentro de la oscurantista y politizada poesía dominante en Lima. En ese poemario, y también en su tercera entrega, “El jinete pálido”, Chanove logra un equilibrio inusual entre la apropiación del lenguaje del cómic y la apuesta por un lirismo intenso y a la vez contenido. Destaca además en su poética, la puesta en escena de imágenes de gran poder impregnador en el lector, y un sentido atendible de la estructura, el juego con espacios y la combinación de versos largos y cortos dentro de un estro muy narrativo.

Sin duda, Chanove, a la luz también de sus poemarios publicados en años recientes, es una de las voces más originales y poderosas que ha dado su generación.


El Héroe y su relación con la Heroína (Parte I)

A ella la conocí en un bar: tocaba un grupo de trompetistas y la gente bailaba.
La gente giraba en torno como cuando se cae una botella: la vi deslizarse del grupo y venir.
La gente bailaba como cuando una botella se rompe.
Bailamos hasta el amanecer como si hubiésemos estado casados 25 años.
Escuché su historia:

-en la puerta la esperaba un caballo y una llanura
-en su casa su esposo la devoraba.
Grité que era mía y partimos en mi barco.
Pero el corazón me saltaba con el ruido del mar.
Y el corazón me saltaba mirando la luna.
Y el corazón me saltaba cuando nos batíamos a cuchilladas.

(“El héroe y su relación con la heroína”)

 

 

Un solo libro basta.

El caso de la poeta Patricia Alba (Lima, 1960) es tan singular que trasciende las fronteras del Perú. Con tan solo un libro publicado en 1988, de un título bellísimo: “O un cuchillo esperándome”, ha logrado mantener una vigencia que varios de sus compañeros de ruta de los años ochenta no han podido conservar con varias publicaciones. El poemario, pese a la oscuridad e intensidad de su propuesta –emanada acaso bajo la égida del poeta surrealista César Moro-, ofrece al lector cierto nivel de iluminación y asombro muy difíciles de hallar en generaciones posteriores.

A pesar de su prolongada negativa a publicar luego de ese gran libro, Alba ha anunciado recientemente la publicación de “Restos”. Este volumen reunirá su excelente primer poemario y los poemas inéditos conservados por la poeta desde fines de los ochenta. Patricia Alba, sin ninguna duda, es de las mejores poetas peruanas vivas luego de Blanca Varela.


Jueves nueve de setiembre

¿Esta es la soledad?
Los años van quedando atrás devorados
Por unas cuantas imágenes sin importancia

El peligro despertó en mí al bicho vil que no recuerda
-y podría decirte más o menos lo que está pasando
Lo que entiendo,
Pero la vergüenza y esta maldita confusión
Me impiden abrir los ojos y declarar
No equivocarme
Y de una vez por todas apuntar al enemigo.

(¿Cuál es la clase de injerto que prepara, cuál
El sentimiento que se copia?)

No existe sino una sola respuesta para aquel que entregó su vida
No existe sino un solo e inefectivo grito para quien
como tú
mira a los lados y aparenta serenidad.

(“O un cuchillo esperándome”)

 

 

Versatilidad poética.

Alonso Ruiz Rosas (Arequipa, 1959), diplomático de profesión y gastrónomo por afición, fue uno de los más entusiastas poetas del sur del Perú a principios de la década ochentera. No solo impulsó revistas como “Ómnibus” y “Macho cabrío”, también sentó las bases de una poética personal, muy preocupada por la historia peruana y con un nivel formal nada frecuente entre sus contemporáneos. Ello se puede rastrear con facilidad en sus tres primeros poemarios: “Caja negra” (1984), “Sacrificio” (1989) y “La conquista del Perú” (1991). Ruiz Rosas, descendiente de una familia ilustre de poetas, ha demostrado versatilidad, conocimiento de la tradición peruana e hispanoamericana y gran capacidad para encontrar temas acordes con sus potencialidades poéticas. Esto último se percibe especialmente en “La enfermedad de Venus”, poemario premiado y celebrado ampliamente por la crítica peruana.


El discípulo amado

 

            No estoy precisamente en Patmos, sino frente
                        al Pacífico
            Al fin de un espigón, ante las olas, bajo la
                        tarde fresca;
            Así como dormí sobre tu hombro
            Quisiera dormir hoy
                                      y yendo sin temor por el
                                      abismo
            Volver a tu ciudad

 

            Pero algo hay que se quiebra
            Y que se desmorona
            Aunque pones en mí tu dura mano diciendo que no tema
            Porque eres el primero y el postrero
            Y yo el amado
                             incluso si en la arena
            Como las olas frías desfallezco

 

            No creas que me olvido
                                         del anunciado día

            En que todos aquellos que no sean hallados en
                                               el Libro
            irán a dar al fuego
            Y el resto de las naves partirá

 

            Mas qué días
            Serán éstos
                           si en mis visiones simples
            Con aves naturales
            Espíritus sencillos y neblina
            Confundo a los bañistas con los muertos
            Y apenas si pregunto por lo eterno.

          (“Sacrificio”)

 


El tigre más poético.

Cuenta la leyenda que a fines de los setenta había un grupo de poetas de una universidad particular peruana, que se hacía llamar “Los tres tristes tigres”. Estamos hablando de Raúl Mendizábal, José Antonio Mazzotti y Eduardo Chirinos. De los tres, el que destacó sobremanera en poesía fue el último de los nombrados.

Hablar de la vasta y elaborada producción poética de Eduardo Chirinos (Lima, 1960) es una empresa casi imposible en un espacio reducido. Desde su primer poemario, “Cuadernos de Horacio Morell” (1983), hasta su premiado “Breve historia de la música”, pasando por “Archivo de huellas digitales” (1985) y “Rituales del conocimiento y el sueño” (1987), el poeta demostró que sus intereses temáticos excedían los de un simple “reflejo” de la violencia política que atravesaba el país en la década de los ochenta. Más bien se arriesgó a un enfrentamiento (pero también un diálogo) con la tradición poética occidental, en el camino de forjarse una línea propia de entendimiento y liberación a través del trabajo poético.

Hoy, luego de más de una veintena de libros publicados, varios premios internacionales en su haber y un puñado de traducciones y antologías claves realizadas, no exageramos un ápice si afirmamos que Chirinos no es solo el mejor poeta de su generación, pero también uno de los más importantes poetas peruanos vivos. Sus congéneres, en muchos casos, se extraviaron en condicionamientos de orden extrapoéticos. Aunque es posible que algunos de sus libros --sobre todo los de la primera etapa de su producción- no estén exentos de preocupaciones políticas auténticas.

Con Chirinos tenemos con seguridad una noble garantía: todo tema, toda indagación, toda forma que toque estará siempre impregnada de poesía de gran calidad. Sus textos lo refrendan.


Doveglion

SOLÍA PONER comas entre palabra y palabra.
«Para regular la densidad del poema», decía,
para saborear cada vocablo, como Seurat
saboreaba cada gota de color en el lienzo. No
era excentricidad, tampoco exhibicionismo;
el suyo era el más puro amor a las palabras.
Pude haberlo conocido: murió cuando llevaba
cuatro años viviendo en Nueva Jersey (él
llevaba sesenta viviendo en Nueva York),
pero jamás escuché su nombre. Los poetas
no tienen nombre. Sólo escriben unos versos,
se mueren como todo el mundo. Y se sientan
a esperar. Él esperaba en el segundo piso
de una librería, en una mesa de novedades
(que será mañana una mesa de saldos). Allí
estaba: paloma-águila-león escapado del
trópico, acogido por la más franca tiniebla,
sonriendo y sonriendo ante mi confusión.
«¿Es usted un poeta hispano?» No, me dijo.
En casa los más viejos hablaban español
y los más jóvenes contestaban en tagalo.
Pero yo prefería poner comas en inglés.

(“Mientras el lobo está”)

 

Lo neobarroso y lo neoborroso.

  
Roger Santiváñez (Piura, 1954) es un poeta de trayectoria vital sinuosa y producción poética irregular, con algunos grandes picos. Fundador del discutido grupo Kloaka, en sus primeros libros se entregó a una poética más o menos convencional, de la cual apenas escapa, por una singular propuesta culto-lumpenesca, “El chico que se declaraba con la mirada” (1988).

Sin embargo, es recién a principios de los noventa, con la publicación de “Symbol”, cuando el poeta logra destrabarse del lenguaje conversacional y se entrega a una experimentación que empata con la corriente neobarroca o neobarrosa (Perlongher dixit). Sin duda, “Symbol” es la cima mayor de la producción de Santiváñez, pero también el propiciador de una producción posterior errática, desordenada y borrosa poéticamente hablando. Todos los libros que el poeta ha publicado luego de aquella cúspide del lenguaje, han caído en el facilismo de la repetición, el autoplagio y la complacencia en juegos verbales y versales inconducentes. Al parecer, el paso de una vida entregada a los excesos de todo tipo, hacia la asunción de la vida académica en EE. UU., no contribuyó a mejorar la propuesta poética de Santiváñez, como todos esperábamos.


Ella la sin nombre la hija del poema y la poesía
la encerrada la sirvienta la esclava
la pasión más cierta de los grupos feministas
Con ella no veré más la luz de los ficus
ni el hedor de las calles llegará
hasta el refugio de tu concha feliz
tendidos día y noche cachando bellamente
como flores de un jardín helado en el verano
                      sol  canción mar
ANARQUÍA de M. G. P. silencio delicioso
de tu cuerpo cuando las das sensitiva
prostituida lindura calzón de seda
en la oscuridad de El Tiburón
nuestro sótano de putas y cabrones
cabros y manzanas california licor
macerado y muerte
                            D e c a d e n c i a
esta es tu canción

(Fragmento de un poema de “Homenaje para iniciados”)
    


Pastor de intensidades.

La poesía de Domingo de Ramos (Ica, 1960) ha mantenido un nivel de regularidad difícil de encontrar en otros miembros y allegados al grupo Kloaka. Es más, se diría que desde su primer poemario, “Arquitectura del espanto” (1988) su producción no ha hecho más que profundizar y radicalizarse en el sentido de asumir la intensidad poética como una bandera de lucha inalienable. Si bien para oídos que buscan sentido antes que significado --interesante diferenciación de Reynaldo Jiménez-, su poesía puede haber abandonado la experimentación; para otros, su proceso ha sido simple y honesto. Estamos frente a un poeta que valora más la expresión, la tensión extrema de su voz, que la exploración e investigación formales o temáticas.

Dentro de su trayectoria productiva, muchos coinciden en que “Pastor de Perros” (1993) es su poemario más equilibrado y logrado. En este libro De Ramos se divorcia naturalmente de la normatividad y aun de la lógica formal, no para entregarse a un extenuado surrealismo, sino antes a un realismo sucio con plenitud de imágenes poderosas, impactantes, y desgarramientos existenciales emanados desde lo más íntimo de una identidad migrante y escindida.

 

Del padre

Irremediablemente Faustino quebró su arco
Rebuznándose en la mar en su pequeño bote
orlado de anchovetas que le ceñían el pecho
mientras la espuma subía como alcatraz torpe
sobre las rocas y se fue partiendo percudiendo
como dos alas la ambarina luz del sol
gimiendo una imprecación inaudible
a modo de soplo como viene el hombre después de inundar
a la hembra a destrozarse con las aguas un día antes
en las resecas playas en que por primera vez
vi su negra elegancia
y ya no tengo memoria de él con su arco quebrado
sobre las hélices que suben y bajan en su pecho
Y que ahora duermen para siempre Fue mi padre un buen tiempo
en que no creía en ellos Oh consolá consolá me decían antes
los yerros de los vientos al dibujar mi sombra
Qué falsía qué fachada qué cacharro Esa la mía la venérea alta
con que se cubre el rostro de aquel que más quiero
Y qué sentido tienen ya las cruces del camino
qué de los pies áureos resplandeciendo incivilizados
bajo la tierra?
Ya su nombre no resuena no gotea. Y yo ya aprendí a cortar redes
a ser juerte como esposa y deslomado de oficios
golfeando en esta barca las entrañas de la luna
como un animal montaraz escupiendo a la multitud
No sé más que inclinarme en el largo viaje que me espera
Irremediablemente Faustino fue mi padre Irremediablemente
Yo lo Sentencio.
 
(“Pastor de perros”)

 

 

Entre la sencillez y la sutileza.

Rossella Di Paolo nació en Lima en 1960. Comenzó su carrera literaria a muy temprana edad, escribiendo cuentos para niños que se representaban en funciones de títeres. Al entrar a la adolescencia fue ganada por la poesía y respondiendo a ese llamado estudió Literatura en una universidad privada. Ha publicado cuatro poemarios: “Prueba de galera” (Antares, 1985), “Continuidad de los cuadros” (Antares, 1988), “Piel alzada” (Colmillo Blanco, 1993) y “Tablillas de San Lázaro” (PUCP, 2001).

La poética de Di Paolo tiene una posición insular dentro de su generación. Por lo menos en un plano inmediato y tangible, su producción poética está en las antípodas de la posición “comprometida” y politizada del grupo Kloaka y sus adláteres. Caracterizan su registro el cuidado formal, la economía verbal y un mood algo naïf matizado con una intensidad bastante dosificada. Poemas breves, casi como haikus profanos que rezuman una belleza eufónica y un leve misterio muy agradable y fresco al lector.

 

Cuadrivio

¿oyes ese ruido?
son ellos
ellos que no dejan de llegar interminables
por los cuatro costados
ojo descolgado   babas   el pie en el aire
y el ruido feroz que salta de sus manos
y los envuelve como fuego
puertas cerradas    ventanas cerradas   nadie en la calle
son la cohorte de los apestados   los mendicantes
los que hacen sonar entre sus dedos
poemas de amor no atendido
tablillas de San Lázaro

(“Tablillas de San Lázaro”)

 

 

*Víctor Coral (Lima, 1968) es poeta, narrador y crítico literario. Ha publicado cinco poemarios, dos novelas cortas y reseñas y ensayos en diversas revistas especializadas de toda Hispanoamérica, como Hueso Húmero, Letras Libres, Luvina, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, entre otras.



 



 

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