L’eau de la Seine (1983), de Teo Hernández.
Las hebras de luz
acribillan la superficie del agua [sí
todo muy celaniano].
La piel del río corrompe las formas
y el inmerso ojo mecánico
recibe in
formación calada.
--Otro filme no es posible
aparte del que recoge ese
ojo: no blasfemo contra el Sol.
Tomas furtivas
iluminaciones hirientes
haces tasajeantes relumbran…
Mi ojo segundo
es decir
el de agua y carne
siente cómo los cuchillos
de la vida lo hieren y lo nutren.
Y ¿qué dios de sombras calmará
al espectador y su enrejado de razón?
El espectador
pedirá una diégesis
un desarrollo reconocible…
Se irá a su casa empapado de luces podridas.
Anthology (1980-1983), de Barbara Hammer.
Dentro de la alberca
las luces engordan y forman emplastos
de sentido que no salen a flote; las
columnas y frisos del palacete
se ven como borroneados
por una memoria aun
más vil que la usual
[Siempre habrá
un resto de confianza
no te aflijas siempre un relato
que dé consistencia a las cosas quebradas.]
La cámara alterna
tomas internas y externas
mientras el flujo errático del agua
taladra estos oídos hechos para el verso [y
a quién le importa un yambo ahora
seguir con las pobres esferillas
de la música atónita].
La nueva verdad
afluye así en el ritmo del agua
germina en los delicuescentes intersticios
donde luz y lente copulan muy húmedos…
Esa verdad sin sentido bella como el alga
y que es más hermosa todavía
porque no sirve para nada.
Kosmos (2017), de Narcisa Hirsh, Rubén Guzmán y Robert Cahen.
Metamorfosis es el nombre
que nuestro cerebro da a la ilusión.
Mudanza, dice Borges: un
tigre es un rayo es un pez es
una piedra brillando
en la laguna
y la laguna es waka es ichu es…
Etc.
Pero resulta que el hombre
no deja de ser hombre [“así nomás
somos” dice la mujer sabia
que limpia la casa].
¿Pediremos mesura a la energía
renovadora a la gama
de imágenes
penetrando en la mente
mientras miente
el falaz imperio del poder?
Si he visto bien (y
visto bien) suponemos
demasiadas cosas y soñamos
cuán poco percibimos
muy mucho
una realidad diversa
cambiante
inasible
Etc.
Tal vez Māyā sólo sea
esa forma peculiar de medrar
en el cambio y olvidar
el olvido…
[Ah!
Por ello las aguas del río
empapan los planos del filme.]
Begotten (1990), de Edmund Elias Merhige.
Comprendo:
el ojo cercenado es nada*
ante el ojo que mira la muerte…
¿Es esta
una teología maleva
el génesis emético de los seres?
--El torturador se corrompe
en su tortura la turba
multa ajusticia nadas—
Sea siempre este milagro:
dios y el hombre se espían
a través de las cortinas del ser.
El hombre no ve nada.
Dios ve la nada suya.
Todo lo demás es señorío
del magnífico horror de estar aquí.
*Referencia al manso caniche de Buñuel.