Ya nadie incendia el verso, solo
politizan sus tribulaciones conyugales, acusan
al mundo, a dios, a los hombres, a los hombres, a los hombres
de la mustia fealdad de sus vidas, ya
nadie incendia el verso, lo demuele o lo
lacera, se conforman con usarlo como si fuera un lápiz
labial
o una 9 mm que jamás osarán descerrajar, ya
nadie muerde, quiebra, triza el verso, se limitan
y también se limitan a cumplir con formatos de banco
para obtener su cheque mensual de poeta convencional, ¡no!
sí
se miran, se reconocen, se visten iguales y corren juntitos, juntitas
al recital, al barcito poeticoso, a la marcha que es excusa
esclusa para chupar y nada más, ya nadie
siquiera
considera en frío, imparcialmente al menos arriesgar una
arritmia, una dislocación metatarsiana, un humilde quiasmo.
Sí
solos, solas
se limitan a convertir la poesía en una ambulancia
de su propia mediocridad.
(Surco, 9 de setiembre de 2018. 7:43 a.m.)