Comienzo este domingo tan tenue y raro de inicios de junio leyendo un poemario del poeta peruano reconocido con el premio José Watanabe Varas 2023, Víctor Coral. Sonrío con una entrañable satisfacción, porque sin duda me he encontrado con una obra que refulge sobre las piedras de los días y sobre la cansina puntuación de lo monocorde en la poesía, para entregarnos a los lectores un memorable libro.
Es que el vate nacido a pasos de los alaridos marinos del mar barranquino y sus viejas casonas, está, como dirían las voces de estos tiempos, en su prime. Y qué mejor ocasión para los mortales amantes de la poesía, como es mi caso, para volver a sentir la palpitación única que entrega este sagrado arte. Por esa razón, y más, escribo este comentario.
Y es que, dentro de sus más de cien páginas, uno ahonda en los espacios infinitos y en el intervalo de los sempiternos puntos suspensivos que hay antes de poner el lápiz en la hoja o presionar el primer teclado ante el Word y ante la mirada del soberbio e imponente ordenador. Y es que el autor afirma que estos poemas están inspirados en el mismo hecho de la escritura, así como en la materia ígnea de la poesía, para llevar al lector a distintas escalas y latitudes del pensamiento y la imaginación. Pues no todo es inspiración, como popularmente se cree, sino por el contrario, hay a veces detrás un ejercicio que trasciende esa idea ‘mágica’, y acaso aquí se podría citar al famoso poeta chileno Pablo Neruda, para dar un marco al cuadro sobre esa idea: “La poesía nace del dolor. La alegría es un fin en sí misma”.
Pero dejarlo allí sería muy simple. Como el mismo título de esta obra remarca, se busca desmenuzar, extraer, sacar como un pescador al mar eterno de la poesía, cada uno de sus versos y sus palabras. El libro habla de cómo se talla o se cincela el poema en ese proceso solitario y, acaso por eso, casi indecoroso para el latente tiempo. Así se entrega el poema al ritmo, a la armonía y a las otras tonalidades y escalas con las cuales va en consonancia el pálpito del corazón.
El poeta se pone la piel del artista en la ardua labor de la palabra y su búsqueda minuciosa, lo que puede llevarnos a días caóticos para encontrarla, como Flaubert y la búsqueda constante de la palabra adecuada y como el hacha que rompe el mar helado kafkiano dentro de nosotros. En el caso de Coral, para romper el mutismo del escenario ensimismado, para en un santiamén entregar el alma y pronunciarse ante los senderos que truenan los acordeones de nuestro espíritu, como la cotidianidad y su letargo, el paso de los años, hasta el mismo desconsuelo del existir o el mismo acto de razonar, o hasta el amor y sus inacabables interrogaciones.
Muchos de estos poemas han sido escritos en los horarios primigenios del día, los mejores momentos, según el vate, para ponerse a escribir. He allí al secreto mismo de la obra: el describir en cada verso el momento (cuasi mágico como tortuoso), el ruido y la furia silente del limbo donde los tiempos alternan el significante de la palabra. Allí, donde se destruyen las letras con cada verso, donde se separan del cascarón de la imaginación para dar luz a la existencia.
Es la madeja que coserá el ovillo y luego será el tejido del poema que roza por la esencia de los cantos de Rilke, Kozer, Juarroz, Leminski, o los pasos sombríos del brillante Hart Crane. La violencia del tiempo y sus ritmos, como las armonías que tocan las puertas del alma.
He quedado deslumbrado con muchos poemas, como 'Poética del lápiz’ o 'Apacheta de la memoria’. Pero me quedo con uno en especial, 'Chhalla jaraui', por el espacio y el olvido y su inmisericorde andar. Como estos versos: ́Canción ligera/ del yo y del olvido/ (...)/ memoria mía: / siento tu huida/ y no me peso / no me mido / no examino mi mente/ o achuras: / leve sea esta canción mía/ cargada de dulce olvido...
Pues escribir es un atentado al tiempo, ya que el artista inmortaliza la palabra, dándole un jab al Alzheimer de la vida. Este enternecedor poema me rememoraría dos frases. Una que le dijo el gran Jorge Eduardo Eielson a Rodolofo Hinostroza: 'El tiempo es muerte, el espacio vida'. Y otra del maestro Jorge Luis Borges: ‘Cuando los escritores mueren se convierten en libros, que, después de todo, no es una encarnación tan mala'. Y es que ‘el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios’, del verbo del que vinimos y hacia donde vamos, con la palabra y el despertar.
Solo sé que al terminar esta obra he descubierto un poco más las olas donde el río profundo e inacabable del arte se encuentra, en este caso el de la poesía y su ignota piedra que al río cae siempre y que siempre regresa, con otros aguas y cielos regresa para aún dejar obras de arte como ésta.
*Novelista y poeta peruano. Autor de Generación equivocada (2022).
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Sobre "Aparejos para exhumar la poesía" (2024), de Víctor Coral.
Por Renzo Pariasca