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21 CUENTOS SOBRE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ

Por Gustavo Montoya[1]



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De entrada, debo señalar que se trata de una publicación de lectura urgente en estos aciagos años ad portas del Bicentenario de la proclamación de la independencia en Lima, pues la guerra inexorable, con sus secuelas de  barbarie, heroísmo y traición habría de prolongarse hasta la capitulación de Ayacucho en diciembre de 1824. Son relatos más bien breves y ágiles, al alcance hasta del más despistado ciudadano de a pie,  para quien incluso el Bicentenario y la Independencia puede decirle poco o casi nada. Felicito por ello la iniciativa de los gestores de este proyecto editorial de PETROPERÚ.

El prologuista se encarga casi como advirtiendo a los historiadores, sobre las obvias distancias entre un relato histórico que se nutre de fuentes  documentales de la época y sujeta a las formalidades de la crítica heurística y las orientación hermenéutica; muy diferente al relato literario, ficcional y a esa suspensión de la incredulidad; a distinguir en suma entre la verdad histórica y la verdad literaria.

Los relatos se ocupan de personajes dispares y cubren escenarios y acontecimientos diversos y contradictorios que la guerra puso al descubierto.  Son imágenes cuidadosamente elaboradas que permiten ingresar a la subjetividad, las emociones y expectativas, sueños y pesadillas presentes entre la mayoría de grupos sociales. La guerra terminaría por impregnarse en la percepción de todos los actores políticos, militares y sociales de la época.

En conjunto, los narradores han logrado representar un fresco social entretejido con personajes que evocan aspectos muy puntuales de la guerra, con toda la carga subjetiva que posee la mirada individual de un acontecimiento cuyo desenlace tuvo proporciones continentales; de una coyuntura militar que convocó la presencia de soldados de toda Hispanoamérica; en suma, de un complejísimo proceso de tránsito y de aceleración del tiempo por la superposición de experiencias colectivas e individuales de toda índole. Y son en esas percepciones las que los narradores imaginan de sus personajes donde reside la riqueza cualitativa de los relatos;  lo que a menudo resulta bastante complicado reconstruir aun para el historiador experto de la época.

De la lectura del libro, se puede ensayar múltiples reflexiones referidas a diversos tópicos de la guerra, y comentar algunas situaciones imaginadas tanto por los autores y narradores de los relatos y referidas a las señas con que son representados los personajes de las élites y de los sectores plebeyos.

Una primera evidencia es que tanto las élites sociales como los sectores subalternos imaginaban desde intereses y expectativas diferentes lo que se avecinaba, por la certeza cada vez más creciente del arribo de los libertadores. La condición de haber sido el virreinato peruano el último bastión realista del continente, fue un elemento estructural que ejerció una influencia decisiva en las posturas, desencuentros y ambigüedades entre los extremos sociales de la época; sobre sus conductas o alineamiento, adhesiones a la patria o la apuesta por el régimen constitucional reinstalado durante el Trienio Liberal, y las mil posiciones intermedias que la propia dinámica de la guerra imponía. Ese complejo y casi inasible mundo de inestabilidad social y de conflicto entre sensibilidades tan variadas como el número de castas y matices sociales que entonces existían. Y esta es una de las deudas de la historiografía y una de las virtudes de este solitario libro.

La reciente historiografía peruana sobre la independencia aún no ha ingresado ni ha dado cuenta de ese complejísimo universo que son las mentalidades colectivas que antecedieron al proceso separatista y los matices de su alteración por efecto de la dinámica de la guerra entre todos los grupos sociales y étnicos.

Otro aspecto notable en la compilación es aquel que convierte a Lima en un personaje de la Guerra. Solo imaginar la ciudad atiborrada no solo de militares de América y europeos, sino de políticos, viajeros, espías y diplomáticos, agentes de comercio de las principales potencias, todos ellos entremezclados con cortesanos encubiertos y patriotas de última hora, sacerdotes y curas que cruzaban sin peligro los linderos ideológicos; una ciudad estragada por la presencia de hacendados provincianos, arrieros y todos esos tipos sociales y étnicos genialmente retratados por Pancho Fierro. Y, en medio de todos ello, la presencia perspicaz de un importante sector de aristócratas que aceptó la independencia como un hecho consumado. No es poca cosa tampoco imaginar a todos esos militares que arribaron con San Martín y Bolívar, portadores de una cultura política y una jerga militar que se había hilvanado a punta de sangre, pólvora y sables durante el previo ciclo revolucionario en la periferia.

El mundo popular y de los sectores subalternos también ofrece una dispersión sociológica que puede ahuyentar aun al más aplicado cronista de la época. Aquí nuevamente el historiador comprometido con el concepto de totalidad debe acudir al auxilio de la literatura, el arte, la memoria y las tradiciones orales. No solo se trata de las montoneras y guerrillas patriotas y realistas, o del bandolerismo social de cimarrones y esclavos. En un contexto de  guerra civil, de independencia y de crisis revolucionaria, todos los sectores populares fueron testigos o actores de un horizonte de expectativas libertario. De un horizonte utópico plausible como aquella respuesta que Ramón, el montonero andino que se enlista con el guerrillero Ninavilca, y que ante la pregunta de su mujer acerca del porqué se hizo patriota y cuya respuesta es la libertad  le responde: “ La libertad es como ese hielo que trae el capitán Ninavilca. Por ahora ese hielo está demasiado alto, pero el día que la tengamos, la vida va a ser diferente, y nos va a alcanzar para todos los veranos que nos queden”. 

Los cuentos que abordan aquel mundo dan cuenta justamente, de la existencia de una sensibilidad rebelde encubierta en la penumbra, y lo que significó para ellos la guerra, la patria o la independencia. No solo porque no tenían nada o mucho que perder, pues estos grupos humanos también racionalizaron la guerra desde sus intereses, y muy pronto, por instinto o por conocimiento, cayeron en la cuenta que el objetivo de los libertadores era conducir una independencia controlada. Es decir, alejar cualquier veleidad revolucionaria de parte de los dominados y explotados. ¿Qué podía haber significado la peruanidad, la patria o la independencia para estos seres humanos?

En el bello y fulminante texto de Iwasaki, el narrador del relato, precisamente un exesclavo, ensaya una explicación desde la posteridad a la independencia sobre lo enrevesado  que le significaba enunciar el contenido de la libertad y la peruanidad: “¡Bueno, pues! Ya sabes lo que es ser libre, ¿no? Yo le dí la libertá al Francisco Congo a cambio de la mía. Él no era peruano, era negro como todos los negros. Por eso lo maté, para que otros negros como tú soñaran con su libertá y porque, bueno…él era congo y yo terranovo”

La misma figura emerge del relato de D. Castro cuando traza  la figura épica aunque trágica del mestizo mulato San Miguel del Palanque, cuya marginalidad lo convierte en cimarrón y luego soldado de la patria. El héroe, atrapado por esa mezcla explosiva de superstición, fatalidad y gloria que caracteriza a los de su origen, enfrenta la muerte con una valentía sin límites; y es el inglés Guillermo Miller el que así lo retrata: “esa enfermedad mental que son las religiones y supersticiones, que si a ese hombre no se le rompe el maldito collar, tal vez al día siguiente hubiese actuado con la mínima prudencia que se debe tener en combate.  Lo recuerdo porque cuando se hizo el recuento de cadáveres, después de la victoria, al muchacho le habían propinado más de veinticinco heridas de lanza o sable en el cuerpo. Y son testigos sus compañeros peruanos que ese señor, del cual ni sé su nombre, antes de caer cercenó brazos, partió cráneos, mutiló manos, degolló y atravesó a cuantos realistas se pusieron a su alcance”

Los autores han incorporado en sus relatos al lado de los grandes personajes históricos, a una galería de actores colectivos anónimos que hacen parte de esas multitudes con su humanidad a cuestas, en medio de las cuales emergen personalidades como  Bolívar, a quien el aristócrata Torre Tagle ocupado en sus: “afeites, enjuagues, perfumes”, lo retrata como: “aquel mulato que ya liberó todo el norte del continente”  tal como figura en el cuento de A. Neyra.  O ese otro personaje límite como Rodil, a quien J. Vadillo, tomando la voz prestada del general patriota Salom, este: “le toco los carrizos despellejados de la cara, las largas barbas grises de predicador bíblico (…) con los ojos hundidos”. También aparecen en los cuentos las figuras épicas de José Olaya  y de María Parado de Bellido.

El amor y el romance tampoco están ausentes en los relatos; y solo para mencionar dos extremos, está el  hermoso relato poético de Víctor Coral que nos trae de vuelta esa imagen romántica del patriotismo republicano irlandés  en busca de revoluciones, y que estampa en una sola frase un ideal de Patria que recorre todos los tiempos y territorios: el Amor. Un cuento límite, sin duda, es aquel  en el que Túpac Amaru II y el corregidor Arriaga, aparecen como amantes en una relación carnal entretejida con imágenes que combinan el desprecio, la sensualidad y una sexualidad salpicada de procacidad y venganza. Quizás una lectura desde el psicoanálisis podría dar mayores pistas para explicar el abismo ontológico y el delirio ideológico desde donde son representados estos dos actores históricos, y que dieron inicio a una de las mayores tragedias sociales que antecedieron al proceso independentista.

 


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[1] Historiador de la UNMSM.



 

 

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«21. Relatos sobre la independencia del Perú»
Ediciones Copé de Petroperú, 2019.
Por Gustavo Montoya