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Los soles-símbolos de Alfredo Pérez Alencart
"El sol de los ciegos" (Vaso Roto, Madrid, 2021)

Por Víctor Coral




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Los poemas de Alfredo Pérez Alencart no son de académico. Ni de profesor de escuela. Tampoco son de poeta militante con los temas de moda: feminismo, marxismo, etnología, ecología, etcétera. Sus poemas son de poeta a secas, de un intelectual que ha comprendido que el humanismo y la sensibilidad son los pilares de toda poesía que se precie de retratar este tiempo y, a la vez, trascenderlo.

Los símbolos que visita con sus versos atinados son universales, aunque también terrenos. El poeta se las arregla para imprimir un toque personal a estas visitaciones, siempre aflora en el poema un pequeño giro de apropiación normalmente feliz.

El sentido musical, ese ritmo tan especial y suyo, casi nunca lo abandona. Pérez Alencart comunica, toca al lector, lo conmina, a veces; pero su registro más interesante reside en su voz lograda y personalísima. La dinámica de sentidos que pone en juego con palabras sencillas y profundas es la verdadera comunicación.

Un rasgo singular adicional con que nos regala su poesía es la autenticidad, el talante profundamente honesto de sus preocupaciones, sus percepciones, sus vínculos con el mundo imaginal. Veremos algunos ejemplos.

Símbolos en rotación

Poesía y simbología han ido de la mano desde tiempos que se pierden en la noche histórica. Los Vedas, la Ilíada, la Eneida; pero también El paraíso perdido, Iluminaciones, Los cuatro cuartetos o Trilce, ofrecen al lector un panorama simbólico a ser descifrado y comprendido. Sin exagerar un ápice, se puede decir que cuanto mayor sea la carga simbológica de un poemario, mayor será su profundidad y valor literario.

En el caso de El sol de los ciegos (Vaso Roto, Madrid, 2021), los elementos que pone en órbita el poeta son aquellos referidos a los grandes temas de la poesía contemporánea: el amor, la guerra, la muerte, el olvido, lo pasajero de la vida, la poesía misma… Veamos unos cuantos ejemplos:

Llorar la vida

Desamo el dolor supremo
de los fondos,
pero así es el andamio
que sustenta
la vida y así la carcoma
de lo insatisfecho.
Así también lo humano
que reacciona contra el cielo
solo cuando su castillo
se derrumba.
Lloran la vida
los ojos de los ciegos
que confundieron
la mismísima
luz
y vieron de repente.

El dolor como andamio o sustento de la vida lo podemos remitir, cuando menos, hasta el Buda, quien definió para siempre a la vida como experimentación del dolor. Del dolor físico, claro, pero sobre todo del dolor de la existencia. En “Ninguna bomba habla mi idioma”, nos dice Pérez Alencart:

Hablo de los desquiciados
de ambos lados,
de aquellos que expusieron
a los indefensos.
Reprobación eterna
se merecen,
unos y otros.

Como es obvio, el poeta fustiga a ambos bandos de la guerra. Agresores y agredidos, provocadores e indignados, todos participan de la locura guerrera, que finalmente sólo trae muerte, destrucción y miedo a los hombres. Un poema más, esta vez son símbolos trascendentales los que gravitan:

Prometo no prometer nada

La felicidad es un aerolito
que solo ve el Único
hijo del Misterio.
A nosotros nos queda
su lívido rastro
o el limpio gozo de amar
a nuestra compañera,
ver cómo crece la semilla,
tomar cuatro o cinco
tazas de café al día…
Prometo
no prometer nada
en este cambio de año.
Mientras,
a la orilla del Tormes,
extremo mis silencios
e intento traducir
las sílabas del viento
o la música del Universo.

El aerolito es símbolo de lo maravilloso repentino. De aquello que casi se nos escapa a nosotros, seres contingentes, pero que podemos atisbar, intuir si tenemos la disposición espiritual para hacerlo. La música del universo es la armonía universal, el flujo cósmico que todo lo envuelva y que nos lleva –pensemos lo que pensemos, creamos lo que creamos—junto con todos los seres, substancias y esencias vitales. Traducir las sílabas del viento simboliza el oficio del poeta. Se trata de una espléndida metáfora para graficar maravillosamente el encargo órfico que atañe al poeta: su poesía y la interpretación de lo existente.

Luego de todo lo que su nuevo libro nos ha sugerido, podemos decir que con este Alfredo Pérez Alencart ha calado con más fuerza en las verdades esenciales inherentes a todo ejercicio poético; pero sin dejar de ocuparse de los temas álgidos de la vida moderna. El sol de los ciegos es no sólo su mayor logro poético; también es uno de los poemarios más profundos e importantes publicados este año en nuestra lengua.


 


 

(*) Víctor Coral (Barranco - Lima, Perú, 1968). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y fundó la revista literaria Ajos & Zafiros en 1998. Ha publicado los poemarios Luz de Limbo (2001, 2005), Cielo Estrellado (2004), Parabellum (2008), Poseía (2011), tvpr (2014), Acróstico Deleuziano (dos ediciones: Lima, México, 2019) y Nada de este mundo (Chile, LP5, 2020). En agosto publicará un volumen de poemas no recogidos en libro titulado Cardados (Colombia, Lugar Poema, 2022) y antes el poemario finalista del Premio Internacional de Poesía COPÉ 2021, Cuadernillo Peruano de los Diálogos. También ha publicado las novelas Rito de paso (Norma, 2008) y Migraciones (2009). Poemas, reseñas y ensayos suyos han sido publicados en Letras Libres, Periódico de Poesía, Luvina, Círculo de Poesía, Letralia, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Hueso Húmero, entre otras. Ha hecho periodismo cultural en su país en los diarios La República y El Comercio. En 2019 publicó una antología de poesía mexicana actual titulada Mexpoet. En el 2020 realizó una serie de entrevistas a más de 100 poetas de toda Hispanoamérica que pronto será publicada en formato físico.


 



 



 

 

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