Miguel Ildefonso: cuando ya no haya definitivamente poesía
Por Victoria Guerrero
Miguel Ildefonso me ha invitado a presentar su décimo libro. Un texto, que según sus propias palabras, cierra un ciclo. Por lo que estamos aquí para celebrar ese final que implica el principio de otro.
Empezaré, entonces, por el principio. Los años 90 fueron años muy duros para una generación que recién empezaba a publicar. La década anterior había sido bastante convulsionada debido a la guerra interna (cuyos actores ya conocemos) y al desastre económico. Los noventa no se abrían con esperanza sino y -sobre todo- con dureza: un escenario de violencia política, la evidente realidad del autogolpe y de la política económica neoliberal. Sin embargo, me interesa rescatar el periodo que va de los años 89 al 92. Estos años fueron de gran actividad cultural. Los recitales se hacían casi a diario, y todavía había un deseo de agruparse, de manifestarse como grupo tanto en medios universitarios como en espacios pararelos a estos. Los escritores editaban sus libros de manera autogestionaria-como aun lo siguen haciendo hoy en día. Se publicó mucho, a pesar de las pocas y pobres editoriales con las que contaba el mercado. Neón era uno de los grupos más conocidos en esta época; aquí militaba Miguel Ildefonso junto con otros poetas de distintas universidades, pero continuaba el vínculo estrecho que siempre había existido entre los estudiantes de la Universidad Católica y San Marcos. Desde ese momento hasta hoy, Miguel se ha convertido en un escritor prolífico y reconocido por la calidad de su escritura. En ese tiempo nos hemos conocido y hemos compartido los espacios, los miedos y la poesía. Solo hace unos días recordábamos a otro compañero de generación (Josemári Recalde) que cerraría con su muerte una década desencantada.
Este texto monumental que ha escrito Ildefonso condesa una intensa búsqueda por el sentido de la vida, la poesía y la belleza. Si hay algo a lo que se ha entregado Miguel -envidiable y casi obsesivamente-es a la escritura. Ahora que tengo este texto entre mis manos me parece entrever el porqué: no hay obsesión sin una búsqueda constante de la poesía y la vida en medio de un espacio convulsionado y marcado por la muerte.La pregunta es si podremos encontrar “belleza” en medio de esos restos. El poeta la persigue tenazmente aun a sabiendas y con plena conciencia de que la palabra jamás podrá alcanzar ni plasmar aquello que nos atormenta. Es obvio que la palabra no puede reemplazar a la acción, pero siempre está en pie de lucha.
La poesía así vista, así leída, entonces, se muestra como una belleza esquiva que hace las veces de guía al yo poético de Dantes. Es la Beatriz, a veces luminosa, otras oscura, de los infinitos versos que recorren este libro. Libro hecho de retazos de versos y de vida (versos juveniles del propio poeta y de otros escritores admirados por él mismo). Una escritura que empezó a fines de los años 90 y que ha terminado recientemente. Este libro tiene casi 20 años de trabajo. De allí que podamos reconocer en él otros temas y personajes del autor: al brillante Humareda o su morada, el Hotel Lima. En la primera parte del texto se descubre un diálogo entre Marilyn y el pintor–como se sabe, devoto admirador de la actriz, que se convierte en un Arte poética, en una reflexión sobre el acto de crear. Obviamente, la belleza no es ese corsé impuesto a aquella Marilyn real sino la belleza que en ella encontró el pintor y ella, a su vez, en él. Ambos son espejo, insinua un verso, porque en definitiva, el yo poético ha decidido “sentar a la belleza en sus rodillas e injuriarla”, como escribió hace mucho un adolescente Rimbaud, poeta cuya vida precoz ha marcado el derrotero de mucha de la poesía escrita en el Perú.
De esta manera, el yo poético, como un Dante moderno hace su propia exploración en los infiernos citadinos. Su descenso empieza en la capital de un país tercermundista. El viaje del yo-flaneur, caminante de la vieja Lima, del Rímac, de sus márgenes, hace un viaje real e instrospectivo a través de sí. El claro-oscuro expresionista de algunos segmentos del libro contribuyen a dar esa sensación de opresión a esos lugares marginales por los que transitan todo tipo de personajes, desde poetas de la talla de Martín Adán hasta niños consumidores de terokal –conocidos como pirañitas-, prostitutas, vagos e incluso dios recorre estas calles desnudo, por fin, despojado de toda divinidad (o quizá divino entre los desposeídos). Entre esos ángeles nocturnos se mezcla el poeta de estos versos. En ellos y en esos espacios, en esas noches locas encuentra aquella belleza negada por una sociedad diurna y consumista, que le ha restado importancia a la palabra: “y cuando llega la fresca noche salgo de mi casa y no pienso volver solo en romperme los huesos en la caída de una garúa muy ligera como un sueño todo cuesta y es márketing pero vivo por las palabras y la ausencia de las palabras” (Skik).
“Mis huesos bañados en alcohol puro se secaban en la Plaza Francia. Purificados eran los pirañas que soplaban el cielo amarillo donde Dios, libre de su divinidad, fumaba junto a la campana un Winston rojo entre las tres y las cuatro de la tarde”. (Virgilio o el Vacío).
El texto recorre también los espacios de lo “sagrado” íntimamente ligados a nuestra historia prehispánica y al fenómeno de la migración del campo a la ciudad que se vincula en este texto con la figura del escritor José María Arguedas (o en aquel Lou Reed que aparece como figura espectral en varios de los libros de Miguel). En Dantes, José María se convierte en figura estelar de este mundo al que le ha sido impuesto vivir en la costa o echado a esta por múltiples motivos, pero que en ese camino ha podido asentarse, transformar su precariedad en prosperidad y cultura musical avasalladora: Chacalón y la Flor Pukarina son esas muestras. Mientras eso ocurre, el poeta-flaneur se sienta en medio del polvo de la Carretera Central a “esperar los poemas” (Carretera Central).
En este recorrido, no podía dejar de escribirse sobre la violencia política y moral vivida por el país en los años 80 y 90. Inevitable para aquel caminante que avanza a través de la noche y sus sombras. “yo caminaba por Lampa y solo miraba, yo entraba a un bar y tomaba dos cervezas, yo fumaba tres cigarrillos y dos mixtos, yo preguntaba ciertas cosas a una puta en Cailloma y ella respondía… yo corría para atravesar la plaza Grau y no sabía qué hora era. No tenía reloj, yo era el tiempo de mi país solo veía su sonrisa en la máscara la danza fúnebre que avanzaba por las calles… una mujer se levantaba y caminaba hacía mí… y me decía al oído: “vamos arriba” yo le decía que sí y subíamos por la escalera a una sala todavía más oscura. Una explosión nos sorprendía cuando nos besábamos. No sabíamos de dónde provenía. Otra explosión se oía. El resto no recuerdo exactamente” (Skik).
La historia personal y la Historia del país se mezclan en el tiempo del poeta-flaneur. Una identidad quebrada decide emprender el viaje de migración. La experiencia del país, de la ciudad y su agresividad ya no son suficientes. Se debe escapar o buscar otros motivos para seguir escribiendo. El primer encuentro es con el desierto como realidad y leit motiv. Coincidencias que nos traspasan: la costa del Perú es también un desierto, estéril y candente. Hay que atravesar el Imperio para llegar a la cosmopolita Nueva York, con ella, con su Barrio Chino y sus calles, con esa Oda al cemento, con el recuerdo de García Lorca se cierra un ciclo de viajes constantes, pero ¿qué pasará luego?, ¿dónde quedará la poesía?
Es verdad, una puerta se cierra, pero no sé si es la puerta de la poesía, pues el poeta ha escrito y lo he leído no con poca inquietud: “dentro de algunos años/ cuando ya definitivamente no haya poesía/ mi alma estará como esa tarde de hace 17 años/ cuando en vez de ir a estudiar/ me fui al acantilado de Miraflores/ a ver algo que a simple vista/ no había en ese mar del Pacífico/ pero esto es algo que solo a mí me interesa/ y aun muerto seguirá interesándome a mí solo” (El Ghetto de los Pintores Impresionistas).
Ese tiempo cuando “ya no haya definitivamente poesía” felizmente no es este. En este libro y en este instante y en todos los tiempos compartidos con los poetas y amigos de antes y de hoy, y con los que vendrán siempre habrá poesía, porque la poesía está más allá de cualquier aviso publicitario y mall recién inaugurado.
Victoria Guerrero Peirano
Leído en la ciudad de los reyes, 16 de marzo de 2010