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El
poeta, 58 años después
Hijo de Vicente Huidobro: ''Mi
papá era el anti lobby''
por
Ximena Jara
El Mostrador, 10 de Enero 2006
Este 10 de enero, el poeta
Vicente Huidobro podría haber cumplido 113 años.
En Cartagena dicen que venció a la muerte, que corrió
la piedra de su sepulcro y que en las noches baja el cerro galopando,
porque tiene pacto con el Diablo. Los menos supersticiosos también
admiten que, a pesar de haber fallecido hace más de medio
siglo, su legado goza de excelente salud.
“Nací
a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo;
nací en el Equinoccio,
bajo las hortensias y los aeroplanos del calor”.
Vicente Huidobro. Altazor.
La fecha que el escritor creacionista escoge para designar
su nacimiento no es antojadiza. Corresponde al viernes santo de 1926,
cuando Vicente Huidobro –de 33 años- escribió su poema
“Pasión, pasión y muerte”, dedicado a una joven Ximena
Amunátegui, y que fue calificado como ‘maravilloso’ por Enrique
Lihn. Tras un idilio que escandalizó a la sociedad de la época,
el poeta, emocionalmente moribundo y resucitado al mismo tiempo, pedía
a Dios que protegiera a su amada. El día de su nacimiento biológico,
sin embargo, fue el 10 de enero de 1893. En el mismo día, nacerían
después otros poetas chilenos –como Raúl Zurita y Eduardo
Llanos- y moriría Gabriela Mistral. Una de esas coincidencias
extrañas que él amaba.
A 113 años de su nacimiento y 58 de su muerte
–falleció ocho días antes de cumplir los 55 años-,
Huidobro parece tener una vigencia creciente, en especial entre las
nuevas generaciones, y sus leyendas se han sumado al poder de su obra.
Hoy, en Cartagena –lugar en el que está enterrado-, cuentan
que es frecuente escucharlo bajar el cerro a caballo, cubierto por
una manta. Dicen que hizo pacto con el demonio, y que a veces su silla
mecedora se mueve sola. Una mañana la piedra de su tumba amaneció
corrida, tras una noche de tormenta, y no pocos creen que fue él
quien se levantó del sepulcro. Que ni a la muerte le obedeció,
de tan insurrecto y mago.
Más de una vez, antes de su deceso, Vicente estuvo
a punto de morir. Era 1944, y en la batalla de Río Elba (en
Alemania, 80 kilómetros al oeste de Berlín), una granada
explotó cerca de él. Tenía el casco puesto, pero
quedó ciego por tres días. En Santiago, su hijo Vladimir
–de entonces nueve años-, lo supo antes que nadie. “Yo estaba
durmiendo con mi mamá, en la cama matrimonial de ellos, en
Cartagena, y desperté llamándolo a gritos. Los diarios
de ese día decían ‘murió el poeta Vicente Huidobro’.
Sacamos después las cuentas de las horas y mis llamados a él
coincidieron con el momento en que lo hirieron. Fue una transmisión
de pensamiento, aparentemente. Debe haber pensado en mí”, recuerda.
Huidobro no quedó ciego; abrió, en cambio, los ojos
a la muerte, un tema que se hace frecuente en sus poemas siguientes.
Constantemente retroalimentando las leyendas que se
contaban sobre él, transitó su vida en medio de la polémica,
y abriéndose paso a fuerza de versos, a ratos afilados a punta
de adjetivos, a ratos aéreos como globos de helio o aeroplanos
oscilantes, y fue la cabeza de la dinastía que manda al poeta
a inventar mundos nuevos y ser un pequeño dios.
Mitología
huidobriana
"Mujer, mira mis ojos,
estos ojos condenados a cadena perpetua.
Y piensa que yo podría entrar en Dios como el buzo en el
mar.
Pero no hay un dios suficientemente profundo para mi corazón,
para la angustia de este corazón habituado a las más
grandes olas y el corazón prefiere vegetar en su puerto
y pudrirse entre las algas.
No creas que tengo miedo.
Ni un temblor me sacude cuando se abren grandes mis ojos y ven
lo que se ve en el momento de morir. Porque yo he visto lo que
vosotros sólo veréis entonces.”
De “Temblor de Cielo".
Vanidoso. Egocéntrico. Sabía lo que pesaba, y lo propagaba
sin miedo y sin falsas modestias. Sin concesiones. Esa actitud le
valió enconados enemigos, como el propio Pablo Neruda, entre
muchos otros. “Siempre tuvo ese carácter, eso de sentirse superior,
de decir siempre lo que sentía y no buscar lo que le convenía
hacer o decir –que es la táctica contraria a la que aplicó
Neruda, por ejemplo –relata Vladimir. Mi papá era el anti
lobby, aunque en esa época no se usaba ese término;
barría para afuera, decía lo que le parecía,
aunque le pareciera mal a personas muy importantes, que podrían
haber sido influyentes para ayudarlo en un momento dado. No se trataba
de forjar una carrera dándole gusto a fulano, zutano y mengano.”
Amante del esoterismo, profundo conocedor de las ciencias ocultas,
se contaba de él que había hecho un pacto con el diablo.
“No creo que tuviera pacto con el diablo, pero no me extrañaría
que lo haya invocado alguna vez –aclara el hijo del poeta. Si hubiera
tenido pacto con el diablo seguramente habría sido premio Nobel.
Y casi lo fue, sin tener pacto.” El temor y ese halo misterioso que
le daban tales leyendas lo regocijaban Le gustaba que su persona se
mezclara con su personaje.
“Le gustaba mucho llamar la atención, no cabe duda –continúa.
Cuentan que cuando se arrancó con mi mamá, cuando se
la robó, lo ayudaron Braulio Arenas y Eduardo Anguita. Al despedirse,
Braulio le dijo ‘no se preocupe, Vicente, que no se va a saber nada’;
‘¿pero cómo que no se va a saber nada?’, preguntó
él. No lo podía concebir, él quería salir
en los diarios, le gustaba provocar escándalo en la gente.
Era un poco parecido a Dalí en ese aspecto.”
Se decía, también, que entró con los aliados
al bunker de Hitler, y que de su interior robó el teléfono
personal del Führer. El dato no ha sido desmentido ni confirmado,
pero su hijo guarda todavía el teléfono que trajo Vicente
de Alemania.
Ni siquiera su muerte estuvo desprovista de un cierto sentido escénico
y poético, de cierta provocación. “Herniette Petit,
la artista, estaba hincada a los pies de la cama, llorando a mares...
Mi papá la miró y en su media lengua –porque estaba
con la mitad de la cara paralizada por el derrame cerebral- le dijo
“cara de poto”. Después me miró a mí, miró
a Raquel, a todos, uno a uno, se le cayó una lágrima
y murió”, rememora su descendiente.
La poesía
como incendio
“Los verdaderos poemas son incendios.
La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones
con estremecimientos de placer o de agonía.
Se debe escribir en una lengua que no sea materna.”
De Altazor.
La desarticulación de la palabra, la desintegración
de la lengua a fuerza de volar tan alto, la re-creación del
poema, el entierro de las viejas convicciones y el escape del lugar
común fueron parte de sus premisas al crear, especialmente
visibles en su obra cumbre, Altazor.
El fulgor y los alcances de esa creación, así como
la “novela” Poema del Mío Cid (héroe que amaba
a su propia Jimena) y Cagliostro han hecho menos conocidas
otras obras notables del autor, como Temblor de Cielo, Tres
inmensas novelas -escrita en coautoría con Hans Arp- o
El ciudadano del olvido, sólo lleguen hasta la actualidad
en ediciones muy antiguas, Obras Completas o antologías.
Acaso esta dificultad de acceder a todos los libros publicados por
el autor, individualmente, ha hecho que el reconocimiento sea, en
opinión de su hijo, aún insuficiente. “Concuerdo con
la tesis que sustenta Volodia Teitelboim, cuando dice que ahí
está la obra, esperando su verdadero reconocimiento. Me parece
que no ha habido un reconocimiento proporcional a la magnitud que
tiene su creación, aunque sí creo que ha ido en aumento
en cuanto a la importancia que se le asigna”, opina su hijo. Para
él, la elección de un libro favorito no es fácil,
aunque prima lo emocional. “Fuera de Altazor, que me encanta, a mí
me gusta mucho Vientos contrarios, porque es un poco como conversar
con él. Dice muchas cosas que tal vez son locas, que no las
piensa ni las siente en el fondo, pero que son muy de él.”
Su influencia, según el escritor Eduardo Llanos, ha alcanzado
a varias generaciones posteriores de poetas. “Cualquiera percibe que,
comparativamente, hay más poetas en la senda de Huidobro que
en la senda de Neruda –asegura. Es sintomático, por ejemplo,
que Nicanor Parra y Gonzalo Rojas hayan escrito sendos poemas sobre
Huidobro, así como Lihn y Teillier escribieron artículos
críticos muy ajustados sobre él.”
Huidobro
en la retina de los poetas: tres miradas sobre su obra
por
Ximena Jara
Genial. “Pituco”. Lúdico.
Irreverente. Egocéntrico. Pionero. Son algunas de las opiniones
que tres poetas –Raúl Zurita, Eduardo Llanos y Óscar
Hahn- vierten sobre el gestor del término ‘antipoeta’. Dos
de ellos, además (Zurita y Llanos) comparten con el autor haber
nacido un 10 de enero.
Raúl Zurita:
Vicente Huidobro representó el renacimiento de la poesía
en castellano y su vigencia hoy es palpable y real. A Huidobro, como
a Vallejo, lo leo como si fuera del 2000, lo que no sucede jamás
con Darío con quien siempre hay que hacer el esfuerzo de ubicarlo
históricamente, ni tampoco con la Mistral que, salvo algunos
poemas excepcionales, para poder leerla hay que recordar las condiciones
oprobiosas de la mujer en el siglo pasado. Con Huidobro uno no tiene
que recordar nada, es un poeta de hoy y punto y se le puede criticar
sin complejos ni culpas. Me alucina su alcance artístico y
su no resignación a la medida que la mediocridad chilena de
su tiempo quería imponerle y que es tan semejante a la de hoy.
Su poesía es un misil de demolición a todo lo gris y
mediano, a los invivibles poetas “meritorios” que dicen que todos
contribuyen sólo para joderse a los buenos. La gran limitación
de Huidobro fue su clase. Aunque su irreverencia formal –tan propia
del pituco chileno- es altamente estimulante y creativa, el problema
de Altazor es también su pituquería intelectual,
es decir: ser un epígono de Zarathustra y Maldoror, pero en
pequeño y en castellano para peor. Es insostenible compararlo
con Alturas de Machu Picchu de Neruda que es la gran creación
metafísica que produce Latinoamérica. Neruda no tenía
cabeza para las disquisiciones filosóficas. Huidobro demasiado
y se le nota. Sólo se liberará de eso en sus grandes
poemas finales. Entonces sí Huidobro es Huidobro, un poeta
de la mamma mia, como Parra o Neruda o, si uno lo quiere, mejor.
Eduardo Llanos
En su apuesta por una imaginación más creativa, Vicente
Huidobro sigue siendo Vigente Huidobro o Convincente Huidobro. Fui
muy huidobriano en mi adolescencia, pero hoy –a horas de cumplir cincuenta
años– ya no siento la misma devoción. Leyendo y releyendo
su obra en ese inmenso tomo compilado y coordinado por Cedomil Goic
(un trabajo ejemplar), vuelvo a sentir refrescante su espíritu
lúdico y celebro sus acrobacias y su creatividad, pero su egotismo
me cansa y, por otra parte, me cuesta encontrar en sus poemas el drama
humano y la profundidad lírica que yo busco en la poesía.
Probablemente su leyenda le dio un aire de misterio y cierta notoriedad,
pero su propuesta estética era coherente y se hubiera hecho
oír igualmente con o sin mito en torno al personaje. En cualquier
caso, se trataba auténticamente de un personaje atípico,
que amalgamaba talento y talante en dosis insólitas para el
Chile de esa época o de cualquier otra.
Óscar Hahn
Como primer poeta vanguardista en lengua castellana, la influencia
de Vicente Huidobro es mucho más amplia y significativa de
lo que se piensa. Su huella es visible nada menos que en Federico
García Lorca, en el Borges ultraísta e incluso en Octavio
Paz. Su aporte está presente hasta en el tipo de imágenes
que usa Neruda en los “Veinte poemas de amor”. Y no hay que olvidar
que el primero en emplear el término “antipoeta” fue Huidobro.
Pienso que su magisterio ha sido más productivo que el de Pablo
Neruda. Neruda era un gran poeta, pero su tono era avasallante, y
sus seguidores terminaban perdiendo su identidad. Con Huidobro, en
cambio, los poetas han podido explorar los territorios abiertos por
él, pero sin tener que sacrificar su identidad, como puede
verse en la poesía de Juan Luis Martínez, Raúl
Zurita y Diego Maquieira.