
        falta
        Poesía de Víctor Hugo Díaz, Editorial Cuarto Propio,  Santiago, 2007
        Por Luis Riffo
          El Mercurio de Valparaíso, semana del 14 al 20 de Noviembre de 2008 
        
        El quinto libro de poesía de Víctor Hugo Díaz  (nacido en 1965; Premio Pablo Neruda 2004) es la continuación de una escritura  que se mantiene fiel a sí misma desde su primer título, La comarca de los senos  caídos (1987), y que ha persistido durante dos décadas con una propuesta que  busca exponer los rincones sórdidos de la vida urbana con un lenguaje  fragmentario y visual que en lugar de los lamentos de un hablante lírico  instala una mirada impersonal que atrapa objetos, escenas y voces como si el  poeta fuera un transeúnte furtivo y perplejo.
          
          No obstante esa continuidad que menciono, falta difiere de sus anteriores libros justamente por la exacerbación de su estilo  elíptico, ese predominio de escenas narrativas en las que proliferan las  lagunas, los silencios, la ausencia de la información que permitiría configurar  un relato redondo y claro. Díaz, por supuesto, no quiere contar una historia,  porque su trabajo no es documental, en el sentido de que no pretende describir  las condiciones objetivas o subjetivas de sus personajes, sino que intenta  construir una atmósfera agobiante a través de un relato discontinuo que retrata  las anomalías de una realidad precaria.
  “Pienso con los ojos”, dice en uno de los  escasos versos en los que aparece la primera persona. Antes de que el objeto de  la mirada se convierta en raciocinio, en historia o en moraleja, el ojo del  poeta atrapa las imágenes y las concatena de acuerdo a una disposición regida  por una imaginación febril. 
  
          La visión alucinada del poeta ha mutilado esta  vez hasta las señas de identidad de los sujetos. En su libro Lugares de uso  (2000) los personajes eran prostitutas, pobladores de barrios marginales,  traficantes de drogas. Ahora hay un condenado (“Sólo recibe llamadas y espera  la sentencia”), un preso que se imagina en un Camaro rojo (Amplio, cómodo y  para dos / aunque no va a ninguna parte / corre a doscientos en carretera / por  donde se fuga de noche en sueños”), cuerpos torturados, mutilados, muertos,  envueltos en una historia difusa.
          
          Paradójicamente, esa imprecisión a veces  enervante constituye una de las más precisas formas que Díaz tiene para dibujar  y denunciar el caos reinante, la enajenación citadina que hace convivir los  anhelos frustrados, la represión, la rebeldía juvenil (“maderos jóvenes a  merced de las hachas / a rostro cubierto en capuchas de fiesta incendiaria”),  la exclusión social, el mall, la infancia desprotegida o falsamente protegida  (“sube al furgón, es redada del Sename / Reptar la muralla o roer las  mentiras”).
          
          Falta información, es cierto (“Sólo falta el  cuerpo, eso falta”, dice el poeta), pero con esa ausencia Víctor Hugo Díaz  cifra lo que queda: “democracia de excrementos y grasa alimenticia”, fragmentos  de una historia truncada que el turista que se abanica con su mapa no puede  ver, aunque “lo único terrible sucede a plena luz / a ojos de todos”.