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La estética de la corrosión y el discurso posutópico  en  falta de Víctor Hugo Díaz

Patricia Espinosa H.
Instituto de Estética
Pontificia Universidad Católica de Chile
peh@uc.cl

 

falta
Poesía de Víctor Hugo Díaz.
Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2007

A mediados de la década de los ´80, la dictadura chilena ni siquiera pensaba en bajar sus estrategias devastadoras; las esperanzas de cambio para cientos de aquellos que vivieron el exilio interno (que no salieron del país) parecían cada vez más desgastadas. Los ´80 son años de devastación, tristeza, desesperanza ante un territorio cercado por una política que -en lo cultural- se orientó al exterminio de cualquier proyecto crítico, denominado por la voz del dictador como el apagón cultural o cáncer generado por los “marxistas-leninistas” a los que obviamente había que descabezar, desaparecer.

La poesía en tal contexto, se alinea en el territorio de las discursividades antimilitaristas, muchas veces con un discurso cifrado, otras veces más literal, sin embargo desarticulados respecto a la generación de manifiestos, proclamas o poéticas, específicamente los autores que en ese entonces pertenecían al segmento de la poesía joven. Es en medio de los ´80 cuando surgen las escrituras de un pequeño grupo de poetas nacidos a comienzos de 1960, una suerte de generación perdida en términos historiográficos que anuncia con rudeza lo que hoy podemos denominar una poesía postutópica atravesada por el desencanto, prefigurando lo que hoy día sabemos: que el reencantamiento no vendría con la llegada de la democracia; una democracia negociada, pactada con la dictadura,  ligada con fervor al neoliberalismo cuyo proyecto principal es convertir a Chile en una gran empresa, donde se oculten bajo la alfombra concertacionista las cada vez más abismantes desigualdades sociales.

El nombre de Víctor Hugo Díaz aparece inscrito en aquella promoción de autores de mediados de la década del ´80. Díaz nace en 1965 y publica su primer libro, La comarca de senos caídos en 1987; luego vendrán Doble vida en 1989, Lugares de uso el año 2000 y No tocar el 2003. Un conjunto de textos en los que el autor logra instalar una poesía que consolida una estética del desacuerdo, en la cual  la construcción de la subjetividad, cada vez más dañada, opera como un acto de resistencia, una escritura plagada de imágenes urbanas, de personajes desechados por el sistema, de habitantes, entre los cuales -por supuesto- se encuentra el hablante, que cargan una sensibilidad rabiosa pero, a la vez, tremendamente corrosiva.

falta(1) es su última publicación, un volumen que se abre con los siguientes versos: “Lo único terrible sucede a plena luz/ a ojos de todos”. Un verso que prefigura el contenido de los 25 poemas de este libro: no hay lugar para el secreto. Lo terrible desde un punto de vista postmetafísico: está aquí. Solo literalidad. Eso. No más secreto, misterio, a cambio: nada más que presencia y la neutralización del misterio. Hay en esta escritura una urgencia de la puesta en el texto en tanto dispositivo que permitirá la sobrevivencia: “en el momento en que hay huella”(2) . Ya no más la necesidad del poeta vigoroso, deseoso de trascendentalidad, de eternidad, de abordar épicamente la realidad por medio de la obra de arte.  Leo y asumo el síntoma en la letra de Díaz. Un síntoma que devela la falta, la carencia, lo que no se tiene. Porque sin deseo no hay falta; es decir, solo puedo reconocer la falta porque hay deseo en esta escritura que elude el goce, que opera desde un registro de constatación crítica del entorno, de la vida, pequeña, fracturada, desviada, dolida pero, fundamentalmente, ligada a una férrea voluntad de evitar, a pesar de todo,  la desaparición del sujeto.

En el poema “Los allegados”, se dice: “Tú eres culpable del contagio/ Deja que muera tranquila la víctima” (11). Hay un victimario, el sujeto que contagia, el culpable, el enfermo y su víctima: “dentro del infectado nada se mueve” (11). La escena remite a la pasividad del contagiado. ¿Estamos contagiados? ¿Contagiados de indeferencia, contagiados de una odiosidad que ha perdido el foco? contagiados sí, por un sistema de corrupción que arremete desde lo más precario y con lo más precario. Y el enfermo o se mueve o está quieto, mientras el agresor sigue la cadena del contagio. El texto así continúa: “¿Conoces el olor de una huelga de hambre; / golpes de martillo dos pisos más arriba/ o el latir de un corazón apoyado en la mesa/ hacen vibrar el único recipiente con líquido” (11).  Michel Pecheux y John Beverley, nos dicen que las "ideologías no están hechas de ideas sino de prácticas” y que “la literatura constituye una práctica ideológica específica”(3).  Cómo no entender entonces, que la escritura de Díaz  es una práctica ideológica destinada a  exponer más que la culpabilidad la pasividad que nos circunda. La acción o subversión se instala así como la gran falta, la carencia, el objeto deseado y permanentemente cautelado por la miseria de la pasividad, del juego cómplice, de la negociación “lauchera”. El burgués ya no como gentil hombre como señaló alguna vez Moliére, sino el burgués como amenaza, un burgués que no conoce el “olor de una huelga de hambre” ni “el latir de un corazón apoyado en la mesa”. Contaminados de acomodo, asistimos a la clausura del desgarro social pero no escritural. Un desgarro desasido de su condición vociferante; un desgarro ahora susurrado pero no menos rabioso: “Un paso sigue al otro/ brota el pasto/ champas de pendejos verdes entre las grietas/ Sólo querían inaugurar su nueva casa” (13).  Un texto -un sujeto- un poeta sin discurso no vale nada. La escritura sin rabia o crítica poco me importa; lo digo hoy,  ante la politicidad de esta  escritura, una escritura del desacomodo, de la fractura: “Sí, tú eres el culpable del contagio/ Ave de caza esquizo que propaga la enfermedad/ Víctima y verdugo que abrió la puerta a los roedores/ permitiendo que se reproduzcan” (12). Díaz  aborda la condición de culpabilidad en tanto virulencia que vuelve al victimario también víctima de un otro, ambivalencia que abre la condición de univocidad al culpable y constata así la reproducción incesante del contagio.

La falta es definitivamente el concepto central en la poesía de Víctor Hugo Díaz. Una carencia que no teme asumir -como en el poema “La mujer que teje”- la soledad, el cuerpo desgastado mientras “el espejo te informa, él te pone al día.” (15). Para luego señalar: “¿Sabes leer las piedras?/ Yo las he pateado como envases y letras vacías/ camino mirando al suelo./ De vez en cuando, una pausa/ el cigarrillo que espera los labios/ humeante en el cenicero.” (15).  Patear piedras, habitar el lugar de la sobrantes, venir de vuelta,  mirar al suelo y luego la pausa. La gran pausa que atenúa la posible derrota., la huella que permite la sobrevivencia. “Nunca es tarde para perder algo” dice el verso que a modo de epígrafe aparece en el poema “El que pasó bajo la escalera” (18). La vida como pérdida, la vida de un perdedor, la pérdida como eje de la existencia  se reitera en estos poemas. Pero es un asumir la pérdida o la falta, porque se pierde lo que se deseó, como una mala racha que pasa, porque la existencia se asume como flujo, como cadena de faltas y deseos y pausas. Hay un enunciado analítico que alguna vez he usado y que hoy me produce conflictos: “la estética del perdedor”. Creo que identificar al perdedor o su estética, deriva de una posición que necesariamente implica distancia, jerarquización, diferencialidad negativa.  Es perdedor entonces, será el que fracasa, el que se desvía, el que paga un costo a veces demasiado grande por mantener un discurso no triunfalista o por optar por desautorizar las reglas del juego de la victoria. Los rasgos que configuran la estética del perdedor tienden a estigmatizar el lugar de la ruptura, al sujeto de la crisis y a mitificar un estereotipo a veces delirante en su miseria. “Venir de vuelta”, otro título de un poema, implica un más allá o más acá del estereotipo estetizado del fracaso convertido en ética o tal vez en moral. En la escritura de Díaz, veo un devenir discursivo que reconoce pero se niega a la fatalidad de la existencia. Es más bien, una poesía del devenir de la falta, del escurrir de aquello que se nos escapa, escamoteando la caída total.  Díaz escribe pegado a la realidad de seres solitarios, pequeños, aquellos que –a pesar de todo y tomando una cita de Peter Sloterdijk-  “mean contra el viento”(4) en espera de la oportunidad como sucede a los chicos que consumen tolueno bajo un puente “víctimas del asco” (35). La voz poética se mueve entre la mirada del hablante y la focalización íntima en los sujetos que habitan una ciudad que resuena incólume, que no zozobra ni se hunde. “Pero ahora / estás ahí.” (35)  cierra el poema “Pronóstico del tiempo” confirmando la presencia,  el estar, la sobrevivencia  dura frente al asco que genera la diferencia para ese otro anclado al orden. Los años de inundación son continuos como señala el poema "Cruce peatonal", sin embargo: “A un año de la despedida/ regatea el costo de una misa por primera vez/ Los envases tintinean en la bolsa/ al momento de negociar.” (37). Todo se puede negociar, hasta el duelo, en su capa superficial, el giro que le da Díaz al texto es la aparición de los envases que tintinean en la bolsa. La rudeza de la imagen pequeña se sobrepone al dolor negociado, tal vez ya calmo en el afuera pero intenso en la miniatura del gesto, quizás de una mano que tiembla y aguarda por sus  íntimos rituales de sanación que le permitirán  el aguante.

El aguante ligado a la falta, arman una nueva zona de entrada a esta escritura. Aguantar por lo que tengo y por lo que carezco, puedo leer entrelíneas. Constato en estos poemas una discursividad ligada a la dignidad clarificadora respecto al lugar donde se está, la vieja “conciencia de clase” vuelve a escena. Instalar así la falta: las añosas palabras ética, principios, valores, consecuencia, dignidad, menos silencio, menos paciencia, no dejarse llamar idiota o pasar por idiota, porque el poder no se desgasta. Así “Día de celebración” dice: “Caerá la lluvia, el spray/ y desechos de paloma/ hasta el siguiente aniversario/ No como esta respiración seca e insuficiente/ que se gasta de año en año/ sin la promesa de volver a brillar/ de celebrar algo/ pero igual de incorruptible” (38) o en “Argentina safari”: “Cuando ve pornografía en la red o en la calle/ busca cuerpos y caras que se parezcan a su juventud.” (39).  El paso del tiempo deja huellas en el cuerpo que se desgasta, que se deshilacha “que se seca al viento como el ahorcado” (42) pero se mantiene incólume la dignidad “jalándose la soledad/ la lluvia, los caminos(5) (43) y aunque “la cuerda de seguridad [esté] a punto de cortarse” (47). En diversos momentos de este poemario se reitera “Sólo falta el cuerpo/ eso falta”  (45). Falta el cuerpo que se agota pero no la resistencia. La resistencia está acá, en este volumen intenso, amargo, a ratos ácido, y triste. Una escritura que no asume la posible derrota, que se desentiende del valor de cambio y toda su vaciedad.

La escritura de Víctor Hugo Díaz, ocupa hoy un lugar central en la poesía chilena de este nuevo siglo. Una afirmación que necesariamente debemos a la deslegitimación de qué es lo que en definitiva entendemos por "poesía joven". Su escritura dialoga con la prosa sin despreocupar por ello una retoricidad que elude el rebuscamiento; hay un continuo énfasis en el ritmo, en la marcación de los acentos que enfatizan términos/conceptos o versos que flexibilizan el desgarro de su poesía. De esta forma, el libro se establece como un artefacto psicopolítico en el que trasgresión, error y ausencia son los ejes dinámicos que hacen funcionar una maquinaria de resistencia, donde se construye como fluir incesante, la práctica de una inadecuación radical. Un desgarro ulcerado, con pausas y breves silencios que van  configurando sin respiro una versificación desafiante, biliosa y  corrosiva ante la indiferencia como  hegemonía.

 

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NOTAS

(1) Con minúscula en el original.

(2) Derrida, Jacques.  Caque fois unique, la fin du monde. Galilée, 2003.

(3) Ortiz, Nubia. http://www.ucm.es/info/especulo/numero15/manuela.html

(4) Cf. Crítica de la razón cínica. Madrid: Siruela, 2003.

(5) La cursiva aparece en el original.


 

 

 

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