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            Traducción en Alta Fidelidad
            El Traductor de Guillermo Martínez Wilson. Editorial Etnika, Santiago de Chile, 2015.
        Por Víctor Hugo Díaz
            http://www.blancomovil.com.mx/
            
            
        
          
          
        
          
        
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          Hay narradores que escenifican de modo directo los  conflictos y tragedias del día a día, del año en año, logrando apenas que lo  escrito sea igual a lo dicho. 
           Pero hay otros que hacen con experiencia, observación y  talento que esos mismos conflictos y tragedias funcionen como metáforas, como  signos de algo más amplio y real (en la condición del aquí y el ahora).
           No es lo mismo mirar que ver, hablar que decir, la  profundidad y lo que es propio de todos, hace la diferencia. No es escribir  acerca de algunas vidas y situaciones, sino hacer que el lector sea quien las  viva.  
           Recuerdo que frente a un   proyecto de creación un evaluador anónimo y corto de vista, de esos que  hace tiempo olvidaron en casa sus lentes para leer de cerca, pensó que un poema  con un título como La vejez chilena, se trataba de eso y que el “tema” ya  estaba trabajado. 
           Que increíble; no saber que la literatura es un pretexto  para no aplaudir y la palabra un soporte material y estético que busca en  algunos y algunas dar sentido y contenido al estar aquí.
           En esta oportunidad por ejemplo, estamos frente a una sólida  constatación de lo antes mencionado, El Traductor, esta potente novela de  Guillermo Martínez Wilson, su segunda entrega, que nos abre la puerta a los  pasos de baile inesperados que requiere su lectura, presentando en apariencia,  al principio, a una pareja de jubilados, dos viejos que no son sólo dos viejos  o un drama previsional, sino algo puesto sobre la mesa, pero también un juicio  al tiempo, a todo lo dejado atrás y lo que vendrá; siendo éste sólo el comienzo,  el sitio de lanzamiento de un viaje bellamente estructurado por cambios,  lugares, puntos de vista, épocas y voces.
           Antes de todo, quiero dejar claro que ésta no es una crítica  literaria de la obra, sino una lectura cometida desde la poesía, inhalando su potencia expresiva y  tratando de seguir los complejos y fluidos movimientos de su forma  impredecible.
           No quiero reconstituir ni examinar la escena del crimen o  describir las secuencias y hechos narrados desde sus distintos hablantes que  arman esta delirante lectura, eso se lo cedo a lo ya escrito de manera total y  clara, atentos al menor movimiento, por Edmundo Moure desde el faro luminoso de  su prólogo, por Rolando Rojo y Patricia Espinosa, quienes sin duda hacen una  descripción notable y de “Alta Fidelidad” de lo escrito.
            
 
            http://www.radiodelmar.cl/2015/10/el-traductor
            http://letras.s5.com/pesp181115.html 
           Llama la atención la capacidad de Martínez Wilson de  confrontar distintas dimensiones de lo narrado; por una parte un hombre  sencillo y jubilado, con muchas deudas internas y por otra, el que de un  momento a otro, por azar, tiene la posibilidad de cambiar su vida monótona,  haciéndose adicto a una traducción por nada?? “eso tan difícil e inútil como el álgebra” (E. Lihn) 
           Mientras el sujeto inicial, Astudillo, comienza a  corporizarse, a hacerse personaje, hay momentos sobresalientes de humor:  pasearse por la Universidad con un plumero y un paño aparentando trabajar,  alumnos que en la biblioteca sólo piden libros de autoayuda y cómo ganar en  todo, o esos chicos rubios ebrios con chelas en lata, gritando, vistiendo Levi’s 501 y poncho mapuche*; y lo  increíble, dejar de lado el Hipódromo para leer. Humor y locura, como esos  amigos que a los ojos de sus mujeres ya enloquecieron, queriendo tallar palos  inservibles y escribir novelas que no se leerán; o traducir unos papeles que  por años no le han interesado a nadie y que con suerte, para Astudillo, se han  salvado del fuego o el basurero. Peor aún para él, ignorando quién los  escribió.
           En este proceso de describir actividades cotidianas y  rutinas familiares, ya situado, el personaje comienza a desdoblarse al final  del primer fragmento, sorprendiendo, cuando “hace  teatro” en el momento en que el hablante deja de ser personaje y se dirige  no al lector sino al público, como desde un escenario de juglaría. 
           Pienso que después algo sucede y Astudillo se diluye y hasta  desaparece en lo traducido, pero ahí es donde radica lo distinto y poderoso de  esta estrategia; y en términos de la novela, sucede una transformación  realmente deslumbrante; de traductor obseso, de un tipo simple y común, a una  voz capaz de hacernos vivir una vida en el África, en el jardín de sombras remodelado, donde al pasear, la dama reconoce la  vida de cada hoja, cada flor y cada árbol; dentro de otro cuerpo, el de  Giovanni, en otro paisaje y sol, hace tanto tiempo, para después por fin  retornar y ser el de siempre pero más viejo.
           Astudillo ha vuelto, es él pero ha cambiado, ahora es El  Traductor, incluso nos comparte sus fracasos íntimos y anotaciones  personales al margen, sus secretos; pero siempre obsesionado por encontrar al  autor del manuscrito. Incluso llegó a pensar que tiene una misión, un destino:  buscar el posible final de este drama escrito en otra lengua por un desconocido  que no logra identificar con las evidencias que ahora tiene, mientras intenta a  pesar de la realidad, descifrar esos escritos en tinta roja y esos textos  pequeños, que podrían calzar perfecto para el final de su traducción. 
           Pero Astudillo miente, no le creo nada, sé que sabía desde  la primera página del libro que el autor ignoto o su fantasma, era Coetzee,  miente, miente, pero lo hace muy bien y eso es lo que importa.
           Los invito a leer esta refrescante, potente y maravillosa novela,  que sin lugar a dudas inquietará y hará repensarse ante el espejo a más de  alguien. Una Novela Novela.
           
          *Pueblo originario del sur de Chile, que nunca  fue conquistado por los españoles, sólo invadidos en 1883 con armas de fuego  modernas, por el ejército chileno. 
           
           
          
           
           
          Guillermo Martínez Wilson (Santiago de Chile, 1946). Estudió en la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad de Chile, Facultad de Arquitectura. También cursó estudios en la Escuela de Grabadores Forum Grafic en Malmo, Suecia. Es Director de la Sociedad de Escritores de Chile y colabora en diversos medios periodísticos regionales como Diario Atacama y Atacama Viva. Ha publicado El final y otros cuentos (2006), Entre pata de cabra y cantina (2011), Los caballeros de la sirena negra (2012) y 1832, Descubrimiento de Chañarcillo (2013).