El epígrafe inicial, previamente transcrito, nos lleva a la duda ¿es aquello un reproche de otro? ¿Es la prima admonición, la culpa?
El viaje se adivina complejo, difícil, lleva la advertencia de las cajetillas de cigarro, puede producir cáncer, pareciera señalar el texto, y el poeta, es la nicotina que ¿genera adicción?
De aquella señal de alerta, el libro nos lleva a la guerra de los parques, donde la Paz, con mayúscula, no es otra que la de la inercia final, de la descomposición y la muerte. El hablante nos introduce al peso de la batalla diaria, de la dificultad de la rehabilitación; de aquella que previene al lector que, a veces, es mejor la muerte que seguir esa ruta difícil y ascendente. La rehabilitación exige estar en pie de guerra, paso a paso, precipitados los pasos y el hablante, como en una pipeta de laboratorio, a un alambique donde se suda aquella “selva húmeda en rehabilitación” (p. 14). Hay imágenes, sin embargo, que llevan al lector a hundirse en el mundo onírico del hablante, donde las bancas del parque son cardúmenes de peces, los únicos posibles en esta ciudad mediterránea, y que de peces se trastocan en naves desde donde presenciar la batalla de los parques, de las gotas de lluvia que asaltan las hierbas y atacan a los transeúntes distraídos. Una guerra de las cosas simples, contra los pensamientos delirantes del hablante, del poeta que se advierte subiendo una cuesta cargando con el peso de todo lo sucedido.
Peso que azota, que deviene en caída, que lleva al hablante a aferrarse a un suelo desde el cual no es posible caer, ni del que es posible levantarse, un suelo que pesa:
Abajo, el suelo pesa
El tallo no cumple con su deber
y solo esperar aguantando la respiración
actúa como adhesivo (en “Sellado al vacío”p.17)
El hablante recorre un espacio imaginario que le constituye, Parques en guerra, caminos usados, “paraderos”(p. 19), las veredas de los barrios en donde puede un anciano comprar zapatos viejos, los pasos abandonados por otros.
Desde este escenario de “lucha de clases”, de zapatos, parques, suelos pesados y caminos usados, surge la segunda parte del libro: “Evade”, palabra que alude al estallido social de 2019, pero también al estallido propio, casero, el de la puerta hacia dentro, el estallido y la evasión del propio conflicto doméstico y vital. Es así como el libro expresa en dos sentidos, no contrapuestos sino que complementarios, la lucha externa e interna del hablante. Está, por un lado, la pérdida del hogar, y por otro, las marcas de la represión, los culatazos, los rayados de las paredes otrora vacías, todo en un contexto en donde el hablante es testigo y actor:
Al centro la estatua es sorda a las miradas: objetos fríos construidos con agua que nos invitan junto al fuego por primera vez (en “Algo se mueve” p. 23)
Pero el hablante no sólo mira los movimientos de los espacios nacionales, en un guiño intertextual One Way (p. 25) recoge la imagen de la bolsa de plástico de la película Belleza Americana, como si fuese un cuerpo azul que advierte acerca del supuesto mensaje de bienestar que invita a emigrar hacia “… un lugar más seguro / donde no vivir”. Con este poema el hablante inaugura versos de advertencia, mensajes de peligro en bitácoras, dedos que no se tocan, chasquis modernos con celulares, peces de acuario y las torturas “de esos disparos verdes que aún / dicen presente entre los restos de incendio”, pero también, y de nuevo con el doble nivel de lo que se mueve por dentro y lo que se sufre por fuera, aparece la tortura interna: “Come tu sed, sin saliva”, botella de hambre, de licores que no pueden ser bebidos, advertencia de que la delicia que contiene es servida en vaso roto, astillado; de cristales que bajarán por la garganta en delicioso tomento final, para terminar con aquellos invitados y con el mismo hablante.Usuarios de una fiesta que no tiene final feliz, respecto de un invitado que no tiene repuesto.
De pronto, el hablante me lleva de vuelta hacia el sitio que desearía olvidar, las paredes blancas (como cementerios) de un hospital que mantiene vivos cuerpos “[que] se cultivan / hasta el día de la cosecha” donde los monitores “llena la sala con ritmo / y entretención artificial” (p. 33).Pienso en mi propia madre y en como su deceso cambió para siempre mi existencia. Como lectora, siento al hablante tocando mis memorias de: “familias de extraños / que de nuevo florecen” (p. 34) de la urgencia de salvar la vida, el hablante erotiza el texto, se vuelca sobre la imagen femenina que le habla, Eros y Tánatos, en aquel juego eterno:
Después, el beso dactilar
Sus pétalos aferrados
llevando el ritmo lunar y erecto
al terminar la fiesta (Como el cuerpo femenino que al llegar a casa de madrugada nos sonríe bajo las mantas) (De CD-ROM p. 36)
Sucede el amor, también en un libro, y el quedarse o no, sólo se diferencia con la textura del poema, versos iniciales y finales, en que los platos vuelan y los cuerpos se desnudan intermitentemente, en que se despiden los cuerpos de los amigos, asesinados en pandemia, en revueltas, hasta de los NN, cuyos nombres (tan fáciles de olvidar) viven de allegados en la punta de la lengua, versos radicales sin embargo, puesto que la memoria puede ser también corporal, y aquel espacio pequeño y definitivo “la punta de la lengua” es el espacio de lo innombrable, indecible pero también, de lo que no se quiere olvidar.
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"El suelo pesa" de Víctor Hugo Díaz.
Ed. Cuarto Propio. 2023
Por Eleonor Concha