J.D. de Víctor Sáez, Ediciones Pornos, Buenos Aires, Argentina, 2011
Por Víctor Hugo Díaz
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“J.D. murió cuando y como quiso
No se dio por enterado”
Así se informa al lector por primera vez de la presencia de este personaje anónimo que aparece, interfiere y camea con intermitencia a lo largo del desarrollo de este libro.
J.D. libro de poesía de Víctor Sáez (Santiago de Chile, 1962) se estructura en tres partes, que al igual que el personaje y los poemas que éstas contienen, también nos hablan desde el anonimato, careciendo de títulos, quizá testigos llamados a decir o hablantes individuales que no tienen nombre: “Dos habitaciones más allá, voces/ -o algo así-/ respondían los ladridos”.
Antes de iniciar este caso, quiero aclarar que no se trata de un análisis literario sino de una búsqueda de pistas, pruebas, un seguimiento intuitivo, es decir una lectura.
Por un momento me parece descubrir el motivo de J.D.; el intento de recobrar ese tiempo valioso y tan bien perdido: “Si hasta parece que los días impares/ cada vez son menos/ y se podrían contar hacia atrás”, con el tono insistente de una decadencia que se justifica y sostiene: “Nadie mejor para lograrlo que un vagabundo/ a sueldo”.
“El secreto está en arrojar la herradura/ por sobre el hombro izquierdo”… Difícil arte el de la sabiduría funcional, dijo entonces J.D.”. Hace hablar a otros por él, así opera, así aparece en escena, con el telón de fondo de una ciudad que se aburre “J.D. no dijo nada, sólo hablaba con las manos”, esa ciudad que niega su presencia, pero la suerte está echada, hace que los poemas hablen y finge ser otro.
J.D. se pierde y mimetiza entre imágenes claras, bellas y feroces que se suceden y potencian, siempre camuflado, durante el tránsito de todo el libro; pero también entre las calles o mejor dicho entre circuitos, transbordos y conexiones en este programa multimedia que es la realidad: “No era raro ver tanta gente feliz,/ agotando paraguas chinos/ a la salida del metro”… “Los párpados soportando el día”.
J.D. hace recordar las andanzas del personaje de alguna película antigua o una novela negra, en las que el culpable no quiere ser desenmascarado: “La puntualidad es parte de la elegancia, recordó J.D.,/ antes de caer borracho sobre el sofá./ Entonces volvimos a ser buenos, como un abrazo en la puerta/ de la Morgue” o “arrancaremos de sus manos las noches que nos deben,/ J.D. lo ha prometido”.
Por las evidencias, al parecer J.D. regresa de un largo viaje, hacia adentro o hacia afuera, desde un extrañamiento que busca vínculo: “Se las arreglan, con esa sabiduría/ que los arrepentidos poseen,/ para no alejar a nadie” o “Las arrugas no mienten,/ en algunos casos hasta revelan/ la existencia de vida antes de la muerte” o “Cada cual es la suma de sus estornudos/ sus arrugas en la frente,/ sus canas más abajo del ombligo.”.
Sin duda hay una voluntad de duda y ocultamiento, como borrando huellas, una suerte de prestidigitación, como alguien que quiere hacerse visible volviendo desde la clandestinidad, regresando a un “hoy” en el que tal vez los nombres ya no importan, ni los rostros, sino sólo la voz, ese “desaparecido” que continúa así en esa ya distinta “Ciudad Vieja”, esa que “Poco antes de caer…eliminó rincones/ mesas cojas/ los dos puntos cardinales reumáticos/ que sostenían mapas escolares,/ y estaciones de regreso.”, o por el contrario es el mensaje cifrado de una víctima, de un hablante plagiado por sus propias palabras??
En este libro, todo es cosa de tiempo, desenmascarar a J.D. o entender su temporalidad, su solitario paso, su condición finita. Para identificarlo hay que buscar en las bisagras, en las articulaciones del libro, en la intermitencia y frecuencia de sus movimientos y apariciones, quizá tal vez ya no en los fragmentos de algo contado, sino en los detalles, esos sólidos, siguiendo y anticipando con ojo “vivito” su actuar impredecible.
Veo en J.D. las iniciales no de un nombre sino las de una voz sospechosa, esa que puede estar en todas partes, en sus tres partes, tal vez colectiva, antes y después, incluso junto a cualquiera de nosotros.
En J.D., Víctor Sáez rompe desde un frente expresivo la linealidad de un texto poético que se soporta o comporta aparentemente en la secuencia del recurso narrativo, su personaje, su hablante y su tema; pero por otro, zigzaguea con fuerza entre imágenes, experiencias y descubrimientos cotidianos que al articularse componen la partitura y el sentido particular de esta obra, su torbellino y la versatilidad de los elementos recogidos, hablo de materialidad significante y vital, textualmente muy bien resuelta; todo lo anterior condiciones propias e imprescindibles de un vero libro de poesía.
Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde
Zacatecas – México / Diciembre – 2012