Para situar a Huidobro hay que, necesariamente, hablar del Creacionismo, escuela poética que él fijara extensamente en su libro Manifestes, en el que recopiló todos sus manifiestos anteriores sobre estética y poesía, doctrina que está latente desde sus primeras obras. Ya en 1916, en El Espejo de Agua, editado en Buenos Aires, en su Arte Poética, escribía: "¿Por qué cantáis la rosa, oh poetas? — Hacedla florecer en el poema", desde donde inicia una carrera vertiginosa en su creación poética, al tiempo que da a conocer la buena nueva en los países de América, y Europa. En Francia, al lado de los más grandes poetas de la época, Guillaume Apollinaire, Max Jacob, Louís Aragón, Tristan Tzara, Paul Eluard, André Bréton, André Salmón, Pierre Drieu La Rochelle y muchos otros[1], lleva adelante su poesía por caminos que se separaron prodigiosamente de todo lo tradicional y aun de lo revolucionario. Es así que, si bien la deuda de Huidobro para con Apollinaire —que es, por otra parte, la deuda de toda su generación— es de importancia, no se puede menos de considerar que, sin lugar a dudas, Huidobro superó a Apollinaire en muchos aspectos poéticos. Mucho más pura aparece la poesía huidobriana que la de Apollinaire, en la que cierto dandysmo — que Max Jacob con mucha razón achacaba al autor de Alcools— y gusto por lo pintoresco circunstancial vicia en no pequeña proporción el canto que corre en el fondo de sus versos. Pero, en lugar de seguir haciendo una historia entre anecdótica y estética de lo que sucedió en la poesía por aquellos tiempos, prefiero anotar brevemente el aspecto más exterior del aporte huidobriano, dejando para las líneas siguientes el análisis de lo intrínseco.
Los libros Horizon Carré, Tour Eiffel, Hallali, Ecuatorial y Poemas Articos (los tres primeros en francés), tuvieron, especialmente en España[2], una enorme trascendencia. Aunque una influencia directa del poeta chileno quisiera ser negada —cosa, por lo demás bastante improbable— , debería ser reconocida, en todo caso, la revolución poética que significó el hecho de que Huidobro diera a conocer a los españoles las nuevas búsquedas y realizaciones que se estaban intentando al otro lado de los Pirineos. Por otra parte, incluso en los libros escritos en francés, se advierte en el poeta chileno una libertad, un pleno aire tan vivo, que, sin pecar de orgullosos, no podemos menos de atribuirlo a la americanidad[3] ancha y virgen que, bajo las apariencias muy europeas de su poesía, alienta y da el clima inconfundible, que ningún otro poeta europeo podría ostentar: porque si bien las búsquedas que siguieron al grupo cubista de Apollinaire (surrealistas y demás) integran hallazgos de mucha importancia en los que Huidobro tuvo una participación menor, el aporte huidobriano fue único, y, cosa curiosa, no tuvo, no podía tenerlos, seguidores: los que le siguieron —muchos en España, muy pocos en Francia— no pudieron acomodar su alma a esa estética que requería un temperamento tan joven, rico y virgen como el del poeta americano creacionista, a riesgo de caer, como sucedió con muchos, en el pastiche o en la composición. Por esto, por ejemplo, el creacionismo de Gerardo Diego —uno de los buenos poetas españoles contemporáneos— cayó (véase su libro Manual de Espumas) en un mecanicismo lejano del espíritu maestro. Juan Larrea, tal vez el más grande poeta de España en este siglo, no pasó de producir hermosos poemas, hasta que, siguiendo por fin su propio temperamento, pudo dar en su Obscuro Dominio —donde restos exteriores de influencia huidobriana no perjudican el conjunto y el tono— gran parte de su extraordinario vigor lírico. En América, encontramos diseminada, pero no por ello menos presente, la influencia de Huidobro en la poesía contemporánea. Así como hasta en el último rincón de la provincia chilena el anónimo dibujante, al ilustrar la revista liceana, sin saber incurre en formas que sin Picasso no habrían existido jamás, así, hasta el último poeta, sin querer, sin conocerlo directamente tal vez, incurre en huidobrismo. Y es que, en cierto sentido, (en Chile, desde luego), todo lo nuevo en técnica poética, se debió a Huidobro, ya sea por su poesía misma, o porque lo moderno europeo llegó a estas tierras a través de su obra. Fue por su intermedio cómo arribaron a este querido país mío —donde los más grandes poetas de la lengua se han dado— las preocupaciones y la sensibilidad que hizo nacer la revolución estética universal desatada en París alrededor de la Guerra del 14. En especial, aparte de algunos poetas mexicanos[4], son dos o tres poetas argentinos —los más altos y finos de su patria— los americanos que aparecen más directamente influidos por el poeta de Ecuatorial: me refiero a Leopoldo Marechal, Oliverio Girondo y Francisco Luis Bernárdez. En estos poetas, principalmente en lo que se refiere a Bernárdez, sucedió más o menos lo mismo que hemos dicho de Larrea. En Chile, del grupo que Huidobro formara en los primeros años, sólo merece mencionarse el nombre de Ángel Cruchaga Santa María —quien escribió algunos poemas creacionistas en la revista Creación y luego siguió por otros caminos más personales— y el de otros menores. Es en su último regreso de. Europa (1933), cuando Huidobro ejerce su más valiosa influencia. A su llegada, se desatan las Ferias de Arte, las Exposiciones. Saltan al público los pintores, hasta entonces desconocidos, María Valencia, Gabriela Rivadeneira, Waldo Parraguez, Jaime Dvor y, más tarde, Carlos Sotomayor. Exponen, por primera vez, en diciembre de ese año, apadrinados ante el escándalo de unos, la curiosidad y sensibilidad de otros, por la prestigiosa voz de Huidobro, quien los declara como “lo único digno de tomarse en cuenta en estos, países”. María Valencia presenta hermosos cuadros creacionistas donde la gracia del color y la forma dan una nota jamás oída por el ojo anti-musícal de la tradición pictórica; algunos de sus temas están directamente inspirados por versos del poeta: recuerdo un bello óleo, tomado de un poema de Huidobro, que representa una zebra entrando por un ojo del hombre y saliendo por el otro convertida en arcoíris. Gabriela Rivadeneira presenta cuadros-esculturas hechos en madera, precisos y de una loca matematicidad; Parraguez planta, ante la concurrencia compuesta de estudiantes, artistas, escritores, médicos y snobs (que siempre sirven para dar el color), sus pequeñas esculturas hechas en diversos materiales: alambre, vidrio, discos calentados y maravillosamente contorsionados: no olvidaré jamás una Lucha de Centauros, que aun posee Huidobro, magnífica de movimiento (“Esto interesaría en cualquiera parte de Europa”, decía Huidobro); Jaime Dvor hace los primeros "papiers collés", tan sencillos que desconciertan, mientras Sotomayor incorpora materiales tales como el alambre y la arena junto al color de sus óleos. Las reacciones producidas eran insólitas: los jóvenes artistas partidarios del nuevo arte replicaban con frases tomadas de las obras de Huidobro, con afirmaciones estéticas o, simplemente, con un olímpico desprecio. La fecha de esa primera Exposición iba a darles para mucho tiempo el nombre de decembristas, con cuyo epíteto los periodistas calificaron desde entonces todo aquello que no entendían ni captaban. Frente a toda esta reacción y ebullición tanto favorable como contraria, los muchachos exageraron no poco su posición “fiera”, cuyo tono correspondió exactamente, dentro de las proporciones, al período “fauve" francés. Fue tal la boga de dicho arte, que hasta en los sketches del Coliseo fue ridiculizado. Revistas y publicaciones comenzaron a aparecer: ahí están, para quien quiera constatarlo, los 4 ó 5 números de la revista PRO, que Eduardo Lira, Jaime Dvor (ejecutores), Volodia Teitelboim, Carlos Sotomayor, María Valencia y otros más, entre los que yo formé, editaban, que dan testimonio de los dones de una generación que iba a rendir mucho con el correr de los años. En efecto, si en algo se probó la potencia de mi generación, fué que (cosa no fácil) pudo aprovechar todas las enseñanzas e influencias del maestro sin viciar en lo más mínimo sus sagradas individualidades y el tono personal de su obra: pues si hay una generación con más diversas personalidades es la nuestra, siendo totalmente injusta la calificación de “huidobrista” con que se quiso adjetivar por igual a todas nuestras realizaciones estéticas. Pero lo que nosotros le debemos a Huidobro no se podrá negar de ninguna manera. El despertó una sensibilidad joven, que iba a responderle admirablemente, e instauró, por otra parte, una dignidad de "oficio" que, antes de él, no existía para los trabajos poéticos. A la indisciplina —desgraciadamente muy nuestra— opuso el rigor y la inteligencia, a que son tan afectos los artistas e intelectuales europeos. Además, nos dió a conocer lo que se realizaba en Francia y Europa, y que era para nosotros casi totalmente desconocido. Las tertulias y discusiones y lecturas de poemas hasta las 5 de la madrugada en casa del poeta durante cerca de seis años, quedarán en nuestra historia literaria como la última muestra de efervescencia y sensibilidad de este estremecido país. El encanto de aquellos años, el aire nuevo que respiramos durante un tiempo y en el que nuestra propia sensibilidad desconocida tenía participación, no puede ser comunicado en forma tan escueta como lo pretenden estas líneas. Imaginad, para vislumbrar el aroma de aquel clima, una vida que, desprendida directamente de Ecuatorial, Poemas Articos, Altazor y otras obras poéticas, fuera trasladada mágicamente al tiempo y al espacio cuotidianos de estas puras tierras vírgenes.
Libertad e inocencia natural
Vicente Huidobro es un poeta en “état de nature”, bastante salvaje, libre, puro y elevado. Son los, versos de su Ecuatorial, con que inicia el poema: “Era el tiempo en que se abrieron mis párpados sin alas / Y comencé a cantar sobre las lejanías desatadas” los que dan el tono a toda esa primera etapa de su poesía ( Tour Eiffel, Hallali (poema de la Guerra), Poemas Articos). Es conciso en la emoción, preferentemente visual, tal vez por su primer aprendizaje estético hecho con uno de los tres genios del cubismo pictórico, Juan Gris, a quien Huidobro debe verdaderamente su formación. Me vienen versos a la memoria, versos que recrean para mí toda la atmósfera, esa misma atmósfera que está tan bien captada en el retrato —lo primero que conocimos de Huidobro— que Picasso dibujara de su rostro, de su mirada llena de fuego creador: “El Capitán Cook caza auroras boreales en el polo Sur”, o “La luna nueva con la jarcias rotas / ancló en Marsella esta mañana”, o “Al pasar arrojo al Sena un ramo de flores / Bajo sus puentes el Sena se desliza /Y en mi garganta un pájaro agoniza”, o “Las ventanas cerradas / Y algunas decoraciones deshojadas / La noche viene de los ojos ajenos /Al fondo de los años /Un ruiseñor cantaba en vano/ La luna viva /Blanca de la nieve que caía / Y sobre los recuerdos / una luz que agoniza entre los dedos”, o “Aspirar el aroma del Monte Rosa / Trenzar las canas errantes del Monte Blanco / Y sobre el cénit del Monte Cenis / Encender en el sol muriente / El último cigarro”, o “Tour Eiffel, guitare du ciel” (Torre Eiffel, guitarra del cielo) y tantos otros hallazgos que no tienen paralelo en la poesía como pureza y simplicidad. Es una poesía directa, sensorial, anti-inteligente, anti-afectiva; es el poeta en estado puro, el hombre cuyos ojos lavan el mundo que miran; el poeta tal como nos lo podemos imaginar en los albores de la creación. Tal vez Huidobro no ama al mundo, no lo ama tal como aparece hoy, nublado como está por las repetidas insistencias en el Pecado Original; su poesía resplandece, no porque ilumine el interior del mundo pecador, sino, al contrario, porque lo traspasa de tal manera que, semejante a rayos X, se nos aparece en sus versos en su íntima contextura paradisíaca, resplandeciente de angelidad, transparente de verdad in-humana.
El gran pecado.
Con una imaginación de la potencia de la de Huidobro, tal poesía —producida en un medio super-intelectual, como fue el de la cultura occidental en los momentos de la irrupción de esta verdadera, fiebre del espíritu que fue el movimiento artístico moderno— no podía quedarse en algo así como un estadio contemplativo, donde los sentidos son puros y admiran sin perturbación la obra del Creador. Y por ello el hasta entonces especie de San Juan de la Cruz ateo que fué Huidobro en sus primeros libros, se transforma en un voluntarioso en cuya obra, siempre genial, y en cuyo ánimo —ahora encauzado en eso que pronto iba a llamarse Creacionismo— el más agudo intelectualismo iba a tomar cuerpo.
La primera inocencia huidobriana se perdió en el instante mismo en que el poeta tomó conciencia de ella, y, con mucha mayor razón, cuanto que trató de enfrentarla a Dios en calidad de virtud por sí misma divina; claro está que tomó otro nombre, cual fue el de “virtud creadora” (“El poeta es un pequeño Dios” , Huidobro). Si bien es en Manifestes donde teoriza su actitud, se advierte, como hemos dicho, en sus libros anteriores el germen de tal soberbia humana. A la inocencia sensorial encantatoria de los primeros poemas sucede poco a poco una poesía en la que la “voluntad de crear” manifiesta sus diamantes. Primero son los versos de ese arbitrario, multiforme poema llamado Altazor, en que el estilo se desarticula por completo, logrando a menudo los más diversos tonos imprevistos, encontrando a cada paso tesoros que descubre con la punta del pie o con la punta del ojo, poesía rica de pedrerías, imágenes (Huidobro es de lo más brillante en la imagen que haya producido la poesía universal), colores y melodías; se parece a veces a esas estampas orientales, a grabados, a telares valiosos, a bordados florentinos; a todo lo que sea rico y lujoso, sencillo y esquisito. Es también su libro Automne Régulier, en que se advierte su posición frente al Creador, mezclada todavía a la primitiva inocencia sensorial: “L’horizon á l’horizon se lasse / Et ma tete blanchit de moutons qui passent” (El horizonte en el horizonte se hastía / Y mí cabeza emblanquece de corderos que pasan), “L’océan se défaít / Agítée par le vent des pécheurs qui sífflent” (El océano se deshace / Agitado por el viento de los pescadores que silban), “L’été tout d'un coup sur le trottoir d’en face /Du coté de l'ombre le vent passe / Nous sommes assis autour d’une voix / Un oiseau de chaleur se pose sur ton doigt / Tandis que les peches se gonflent sourdement” (El verano de pronto sobre la acera de enfrenta / Por el lado de la sombra el viento pasa / Nosotros estamos sentados en torno de una voz/ Un pájaro de calor se posa sobre tu dedo / Mientras los duraznos se hinchan sordamente). Ya se advierte la imagen creada con el ánimo expreso de oponer al mundo “real” otro que sea obra del hombre mediante sus propios medios. Tanto se hace notar esta posición extrema del orgullo huidobríano que hemos formulado, que no titubeamos en asimilarlo a la etapa máxima del antropocentrismo ateo, en cuya historia aquel grito de Voltaire, con motivo del terremoto de Lisboa ("Protesto por este desacato de la Naturaleza"; aun escribían —oh contradictoria desesperación— naturaleza con mayúscula), señala el máximo de soberbia antropocentrista. Huidobro opone su poesía al mundo "real”; esto es tanto más notable en los párrafos en que se refiere al poema creado, en especial a lo que él llama "descripción creada", como quien dice, paisajes inventados por el poeta. Un ejemplo es el anotado líneas más arriba: "L’océan se défait / Agitée par le vent des pécheurs qui sífflent". El océano se deshace, pero no por el viento del cielo o de la tierra, sino por el silbido de los pescadores. He ahí una situación creada, totalmente inventada por el poeta. Esto no sucede, pero ¿por qué no podría suceder?'
Pero es preciso considerar Tout a Coup (De Repente) y Altazor, para ver a Huidobro en todo su esplendor creacionista. Aun recuerdo cómo los muchachos, por allá por los años 30 y siguientes, entre las notas de la danza de "Petrouschka", de Stravinsky, leíamos en alta voz los versos del único ejemplar de Altazor, que ostentaba en su portadilla el retrato de Huidobro hecho por Picasso, en cuyo prefacio el poeta preparaba con sus maravillosas imágenes la entrada a ese nuevo mundo que presidían los tres artistas: el pintor español, el músico ruso y el poeta chileno. Recuerdo que el poeta conversa con la Virgen sentada en una rosa y cuya aureola "está un poco saltada a causa del tiempo". Es un libro lleno de gracia y frescura, de una imaginación pocas veces dada en la lengua española, en el que tal vez la demasiada fantasía, al trazar tantos caminos a la poesía y a la estilística hispana, le impiden a él mismo dedicarse e insistir en una sola profundidad, su imaginación dispersa sus propias energías. No obstante, algunas direcciones estéticas de Altazor fueron después aprovechadas por Huidobro en obras ulteriores (fuera de que ese, extenso poema constituyó y sigue constituyendo una fuente inagotable de riquezas poéticas al natural). Tout a Coup —anterior en publicación, pero posterior en su cronología poética— nace de algunos versos de Altazor; lo mismo podemos decir de Hasta Luego ( Au Revoir) y El Ciudadano del Olvido . En cuanto a Tout a Coup, es una de las obras que más íntimamente place a Huidobro como búsqueda y realización: le agrada cierta rigurosidad geométrica de sus versos e imágenes. Este rigor, en el que hice hincapié en mi charla sobre “Poesía y Tiempo”, dictada en 1940 en la Universidad Católica, al analizar el poema de Au Revoir, “Contacto Externo”, puede ser probado y analizado con precisión casi matemática. Yo mismo lo hice respecto al poema referido. Dije que ese poema establecía el contacto entre el hombre y el mundo y que esta tesis estaba formulada en los versos finales: “Hay que saltar del corazón al mundo / Hay que construir un poco de infinito para el hombre”. Estos versos daban la clave. Examinemos rápidamente este poema: “Mis ojos de plaza pública / Mis ojos de silencio y de desierto / El dulce tumulto interno / La soledad que se despierta / Cuando el perfume se separa de las flores y emprende el viaje / Y el río del alma largo, largo / Que no dice más ni tiempo ni espacio / Un día vendrá / Ha venido ya / La selva forma una substancia prodigiosa / La luna tose / El mar desciende de su coche / Un jour viendra est déja venu / Y yo no digo más ni primavera ni invierno, / Hay que saltar del corazón al mundo / Hay que construir un poco de infinito para el hombre”. Nótese el contacto establecido entre hombre y mundo, notando los conceptos “humanos” por un lado, y los del mundo ‘exterior” por el otro
HOMBRE
Ojos
Ojos
interno
despierta
emprende el viaje
alma
dice
vendrá, ha venido ya
tose
desciende de su coche viendra, est déja venu
digo
corazón
hombre
MUNDO
plaza pública
silencio, desierto
tumulto
soledad
el perfume
río
tiempo, espacio
un día
la luna
el mar
un jour
primavera, invierno
mundo
infinito
Durante todo el transcurso del poema, y eso ocurre en Tout a Coup a menudo, se agranda el mundo humano mediante la imagen cósmica, y se humaniza y domestica el cosmos inmenso al ser relacionado con las cosas humanas y próximas al corazón. Esta clase de búsqueda la encontramos desde sus primeros libros: "Encender en el sol muriente el último cigarro”, "El viento que pasaba / Amontonaba sus lágrimas/ Entre las nubes /Mojadas de mis lágrimas”, "El sol nace en mi ojo derecho y se pone en mi ojo izquierdo”, "El tifón despeina las barbas del pirata”, "Los veleros que parten a distribuir mi alma por el mundo”, etc. Este intento técnico-metafísico es incluso formulado en Altazor, a poca distancia del verso últimamente citado: "Tanta exaltación para arrastrar los cielos a la lengua / El infinito se instala en el nido del pecho”. Otra relación metafórica muy típica en Huidobro es la que establece el acorde Abstracto-Concreto y vice-versa. Ejemplos: "En mi memoria un ruiseñor se queja", "Voy andando a caballo en mi muerte / Voy pegado a mi muerte como un pájaro al cielo / Como una fecha en el árbol que crece”, "Una hermosa mañana, alta de muchos metros”, "Plantar miradas como árboles / Tocar heliotropos como una música / Exhalar alondras como suspiros / Dibujar corderos como sonrisas” (estos cuatro últimos versos citados están tomados dispersamente, no en el orden que tienen, del Canto III de Altazor), "Sólo como la pluma que se cae de un pájaro en la noche”. "El hombre solitario como la campanada de la una”, "L’été tout d’un coup sur le trottoir d’en face”, "L'océan est vert de tant d’espoir noyé", "J'ai vu l’amour et le cheval antique”, "L’arbre de la tendresse”, "Il est aussi joli que soixante metres d’eau", "Nos yeux sont des bouteilles / Vidées a chaqué regard”, "Il y a des morceaux d áme sciés par mon violon”. "Au bord intact du silence ... / Je chauffe mes mélodies et mes pieds”, “Et l’émotion ondule sur les artéres du vent”, “Quand tu léves la main / Chargée des calories vers les nuages extremes / Tu ressembles au mot coudain". “C’est l’heure ou les poissons attentifs comme des fruits de patience / Ecoutent descendre le temps au fond de l'eau”, y este verso genial, donde el acorde entre abstracto y concreto llega a la perfección: “Le calme est plein de laines de mouton". Como poema ejemplar de la clase de imágenes a que me estoy refiriendo, tenemos esa bellísima “Canción del Huevo y del Infinito”, en donde se realiza, no sólo a imágenes dispersas, sino en visión de conjunto, la integración del mundo “ideal” y del mundo de las percepciones, o sea, más o menos lo que hemos designado con el nombre Abstracto-Concreto. (Traduzco literalmente los versos anteriormente citados: “El verano de pronto sobre la acera de enfrente”, “El océano es verde de tanta esperanza ahogada”, “Yo he visto el amor y el caballo antiguo”, “El árbol de la ternura”, “Es tan bonito como sesenta metros de agua", “Nuestros ojos son botellas / Vaciadas a cada mirada", “Hay trozos de alma aserrados por mi violín”, “A la orilla intacta del silencio.../ Caliento mis melodías y mis pies”, “Y la emoción ondula sobre las arterias del viento”, “Cuando tú levantas la mano / Cargada de calorías hacia las nubes extremas / Te pareces a la palabra soudain (de repente, de súbito)”, “Es la hora en que los peces atentos como frutos de paciencia/ Escuchan bajar el tiempo al fondo del agua" , "La calma está llena de lanas de cordero”).
La “voluntad de crear”, exacerbada con un control consciente agudo aparece formulada en sus múltiples manifiestos estéticos por fin reunidos én sus Manifestes (París, 1925). Allí escribe: “Os diré lo que entiendo por poema creado. Es un poema en el que cada parte constitutiva y todo el conjunto presentan un hecho nuevo independiente del mundo externo, desligado de toda otra realidad que él mismo, pues toma lugar en el mundo como un fenómeno particular, aparte y diferente de los otros fenómenos". "Es bello en sí y no admite términos de comparación. No puede concebirse en otra parte que en el libro. No tiene nada de semejante con el mundo exterior; hace real lo que no existe, es decir, se hace él mismo realidad”. “Crear un poema, tomando de la vida sus motivos, transformándolos para darle una vida nueva e independiente”. “Nada anecdótico ni descriptivo. La emoción debe nacer de la sola virtud creadora. Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol”. “El arte es una cosa, y la naturaleza, otra; amo demasiado el arte y amo demasiado la naturaleza. Si aceptáis las representaciones que un hombre hace de la naturaleza, eso prueba que no amáis ni la naturaleza ni el arte”. “Hay que crear. He aquí el signo de nuestro tiempo. Inventar es hacer que cosas paralelas en el espacio se encuentren en el tiempo, o vice-versa, presentando, así, en su conjunto un hecho nuevo (El salitre, el carbón, el azufre, existían paralelamente desde el comienzo del mundo; hacía falta un hombre superior, un inventor que los hiciese encontrarse, creando así la pólvora, la pólvora que hace estallar vuestros cerebros, como una bella imagen”). “El poeta no debe ser más un instrumento de la naturaleza, sino hacer de la naturaleza su instrumento”. “Un poema es un poema, tal como una naranja es una naranja, y no una manzana ...” “Vosotros encontraréis allí lo que nunca habéis visto en otra parte: el poema. Una creación del hombre”. A lo largo de Manifestes el poeta formula su orgullo creador. A la manera de los descendientes del Renacimiento (Voltaire, por ejemplo), Huidobro vuelve a postular el dualismo original, (que se quiso resolver en una integración a la manera pagana), de Hombre versus Naturaleza; pero, habiendo perdido, como el propio Renacimiento, la ligazón con el Creador, tal solución no fué posible, y así como en Voltaire se resume en la frase, plena de ira impotente, “Protesto”, en Huidobro, gracias a su temperamento artístico superior, se trueca dicha desesperación en el ejercicio, casi sin finalidad, enloquecido, de la virtud creadora de la imaginación inventiva.
Si a tal teoría estética no hubiera ido aparejada una poesía de gran potencia emotiva, nada de interesante tendría; pero lo cierto es que el padre del Creacionismo crea con tal propiedad y fuerza, que es imposible desentenderse de su proyección ética.
Habiendo partido de una inocencia sensorial que da tono inconfundible, no parecido a ningún otro poeta (me place compararlo a San Juan de la Cruz, con la diametral oposición siguiente: Huidobro crea un mundo antropocéntrico ateo, en donde, primero los sentidos, luego la inteligencia —bases materialistas— edifican un puro canto iluminado (¿iluminado por qué, si él no reconoce otra gran fuerza que el hombre mismo?), llega, por una progresión inventiva, a construir un mundo casi monstruoso y, a la postre, demasiado inhumano. Y es que Huidobro no ama al mundo como es; primero lo limpió con sus sentidos de niño; luego, al propio mundo creado por él en su poesía, no le insufló amor; como un padre que sólo se contentara con procrear hijos y no les diera sustento; quedando, en última instancia, con un solo resultado, que parece ser la esencia de su poética; el acto de crear, el ejercicio desesperado de inventar, de probarse y contemplarse a sí mismo en la virtud creadora. Con esto, la obra creada, como resultado, logra un aspecto verdaderamente demoníaco, pues, maravillosa de inventiva, de cantidad y diversidad de hallazgos, carece de afección amorosa, lo que la hace aparecer tan rica y pobre, tan grandiosa y desamparada, a la vez, del amor de Dios. No erró el poeta surrealista Benjamín Peret, al calificar a Huidobro de "maníaco de la invención". No debe extrañarnos que dicha manera de crear, nacida de una inteligencia occidental (en esto Huidobro es muy europeo) exacerbada, haya producido una profunda impresión en Estados Unidos, en donde a Huidobro le han dedicado extensos estudios, siendo digno de destacar el del profesor Alfred Holmes, aparecido con el título de “Vincent Huidobro and the Creationism”, editado por el Instituto de Estudios Franceses de la Universidad de Columbia, volumen en el que se estudia la obra huidobriana, su teorética y su poesía.[5]
En la civilización racionalista, que tiene en Estados Unidos su más alto exponente joven, por sobre la sabiduría espiritual del Hijo y el Amor del Espíritu Santo, se ha colocado el Poder creador del Padre. En Huidobro también, con una fuerza e inventiva geniales, el vínculo entre las Tres Personas ha sido negado, logrando como resultado una creación monstruosa, bellísima y unilateral. Es un caso único en la poesía universal.
La prosa huidobriana.
La prosa de Huidobro ha recibido también la influencia de su poética creacionísta. Dentro de su obra en prosa, hay que destacar La Próxima (“Historia que pasó en poco tiempo más"); Cagliostro, novela film; Mío Cid Campeador, hazaña; Gilles de Raíz, pieza de teatro, y Sátiro, o el Poder de las Palabras. La Próxima es una visión que el poeta tiene de la próxima guerra, una profecía, escrita con una fuerza por momentos dantesca. Nadie olvidará jamás la petrificación de París, ese espectáculo desolado e inerte, ese paisaje de sueño atroz en el que la vida, más humana que en ningún lugar de la tierra, aun bullía: las calles de París, llenas de humanidad, con virtudes, con vicios, con rostros, con maneras, como personas, calurosas o frías, tercas, o amables, pequeñas o grandes, vergonzosas o desfachatadas, en fin; en las páginas de La Próxima aparecen con tal profundo calor retratadas, que bastarían ellas solas para derrumbar de un solo golpe la falsa imputación estética de que Huidobro carece de emotividad. Nunca he leído unas líneas más emocionadas, más simples (una escueta enumeración narrativa), sobre algo tan cuotidianamente a la vista de todos. No exagero si afirmo que esas páginas serán insertadas en Antologías y Crestomatías como muestra del máximo de emoción lograda con un mínimo de elementos. Pero son Cagliostro y Mío Cid Campeador (de los que se deriva Gilles de Raíz), los que marcan el tono de la prosa huidobriana. Cagliostro fué el comienzo de un género que iría a ser más vastamente explotado en su “Hazaña” (así denomina el autor el nuevo género) Mío Cid Campeador, En la novela-film, Cagliostro, ha sido usada la técnica cinematográfica, no sé si porque fué expresamente escrita para el cine o por la natural tendencia huidobriana a la presentación visual de las situaciones descritas. Llama más que nada la atención en esta novela lo escueto y conciso de la emoción. Una rapidez vertiginosa no impide profundizar al lector las situaciones, sino que, al contrario, permitiendo la presentación casi simultánea de los diversos episodios de la novela, da en forma certera en el blanco tomando como casi única base técnica la percepción visual. Para explicarnos este fenómeno, remitámonos a lo que hemos dicho de la educación estética de Huidobro llevada a cabo con un pintor y, además, a que, siendo un hombre en muchos aspectos primitivo, Huidobro es un individuo casi exclusivamente sensorial, y, como es lógico, visual, ya que la vista es el primero de los sentidos. Mío Cid Campeador renueva totalmente la leyenda y la historia del héroe. No he leído en idioma castellano una obra de mayor imaginación. Las situaciones se suceden unas tras otras sin agotar jamás los recursos, con una libertad que sin su imaginación habría sido un arma de más, con una soltura espantable. Por su parte, el estilo mismo sufre las consecuencias, digámoslo así, concediéndoles un poco a los académicos, pero establezcamos bien claramente que, a pesar de haber sido aceptados barbarismos y neologismos de toda suerte, su estilo es lo más español en su esencia. ¿Por qué ocurre tal prodigio? Es curioso, pero no hay más que constatarlo; ninguno de esos recursos "castizos", tan empleados por los escritores que "escriben bien", ha sido usado. Muy al contrario, en un lenguaje, que no podemos menos de calificar de americano, se ha escrito una obra que retrata al Cid en su más poderosa contextura. Es el lenguaje que debe corresponder a una figura ruda y ancha como la del Cid, elevando su gesta con una voz primitiva como la de los siglos 10 y 11 ibéricos, pero cantada por una garganta americana acaso semejante a esa época. Huidobro ha creado la primera obra que con propiedad merecería llamarse híspano-americana. Lejos quedan las academias y la retórica almidonada que hicieron gritar de asco a los primeros rebeldes de la poesía española contra la "literatura" y la "archíliteratura". En "Mío Cid", la lengua castellana recupera la fortaleza del Arcipreste, la gracia de Gonzalo de Berceo, enriquecida por cierto con una imaginación comparable a Quevedo, a Góngora, a Lope. No habíamos leído una obra tan hermosamente desorbitada e insólita en sus movimientos, escenas y desenlaces. Es, como dijo el Times de Londres: “Algo nuevo bajo el sol”. Por sobre la realidad “realista", en Cagliostro, como en el Mío Cid y Gilles de Raíz, la realidad poética determina los hechos. Estos libros constituyen su trinidad de creaciones en prosa, que, aun prescindiendo de su obra poética restante, bastarían para colocarlo en un puesto privilegiado de la poesía universal. ¡Qué bellas, prodigiosas son! Apoyándose en la vida de dos magos (Cagliostro y Gilles de Retz) y de un héroe (el Cid), Vicente Huidobro ha levantado para él mismo un monumento de taumaturgo, cuyo epitafio grabara como su más querida aspiración espiritual, en el verso de su gran poema Altazor: “Aquí yace Vicente, anti-poeta y mago”.
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NOTAS
[*] (Este pequeño ensayo es una ampliación de las anotaciones que el autor hizo en su Prólogo a la 2da. Edición Zig-Zag de “Cagliostro”, novela-film de Vicente Huidobro).
Vicente Huidobro. Nacido en Santiago de Chile el 10 de enero de 1893. Su obra poética está escrita, parte en español y parte en francés, y es en París donde junto a los más grandes creadores del movimiento artístico moderno desarrolló lo más valioso de su aporte a la poesía universal. Vivió allí por espacio de cerca de quince años, y su casa fué centro de la ebullición de artistas de la talla de Juan Gris, Jacques Lüpchitz, Pablo Picasso, Robert Delaunay, Max Jacob, Hans Arp, Tristán Tzara, Juan Larrea y tantos otros venidos de todos los rincones del mundo. Sus libros han sido ilustrados por Juan Gris, Robert Delaunay, Pablo Picasso, y escribió una obra en colaboración con el pintor y poeta alemán Hans Arp, editada en Chile por Zig-Zag: Tres Inmensas Novelas. Este, Picasso y Gris, han hecho su retrato. El año 26 hizo su segundo viaje al París aun constelado de artistas. Ha viajado por los principales países del mundo, y su influencia humana y estética, llevada a cabo con el ejemplo de su vida vibrante y fogosa, se ha ejercido especialmente en España y América. Sus obras han sido traducidas al inglés, alemán, sueco y otras lenguas, sus poemas figuran en las mejores antologías de Europa, siendo considerado en muchas como poeta francés. “Cagliostro” fué solicitado por el célebre actor cinematográfico Iván Mosjouskine, y, a su vez, su “Mío Cid Campeador” fué pedido por Douglas Fairbanks padre, amigo de Huidobro, para ser protagonizado por él. Ha ocupado, ad honorem, cargos diplomáticos de su patria ante países europeos. Su vida política, exaltada, sincera y viva de pasión, ha sido sólo una muestra parcial de su espíritu creador, inquieto y revolucionario. Fuera de su beneficiosa influencia estética directa, la radiación espiritual que se desprende de su misión de hombre y poeta ha sido principalmente captada por las jóvenes generaciones, que fueron las primeras en acercarse a él, y es así como, en una frase que quiso ser mordaz, un crítico chileno le dió el bautizo más emocionante para el siempre joven poeta americano: “Decano de la juventud”. Actualmente vive en Chile.
[1] “No hace mucho el poeta catalán Jaime Miratvilles nos decía en París que Vicente Huidobro, Tristán Tzara y Paul Eluard eran, indiscutiblemente, los poetas más importantes de hoy. Esta misma afirmación la hemos leído varias veces y nos parece evidentemente justa. Ellos forman la trinidad de los grandes poetas modernos”. (De Demetrius, “Los Nuevos”, 1928).
[2] Gerardo Diego apunta: “Sus magníficos libros franceses Horizon Carré, Tout a Coup y Automne Régulier, los más bellos libros de la nueva poesía. Los viajes de Huidobro a España (sobre todo su estancia en Madrid en 1918) significan en el panorama de la poesía española algo parecido a lo que representaron en su tiempo, hace treinta años, los de Rubén Darío, no menos discutido y negado que Huidobro en aquellos días”.
[3] Sobre su americanidad, transcribo estas líneas, que confirman algo de lo que afirmo, aunque su interpretación sea diferente: “Nosotros no aceptamos la posición nacionalista o americanista para defender al poeta chileno, posición de pugna contra el europeo y especialmente contra el español como hemos advertido en muchos ensayos sobre el particular, ensayos que podrían concretarse en ciertas frases de la revista mejicana “Horizonte”, que decía que los jóvenes poetas saben lo que deben a Huidobro, el cual puede estar seguro que la envidia de un europeo no hará nunca que se pierda su contribución al despertar de nuestras tierras y que sus enemigos no son más que periodiqueros”. (De Demetrius, “Los Nuevos”, 1928).
[4] El poeta mexicano Germán List Arzumbide escribe: “Hombre contradictorio, juventud tempestuosa, embriagó al mundo de locura, y el espíritu desequilibrado y radiante de América fué en el verso de Huidobro el milagro de las bodas de Canaán; en el vaso donde los escritores bebían vulgarmente su agua, subió como una aurora el vino rojo. Su nombre señala ya una nueva vida: antes de Huidobro, después de Huidobro, y su lírico influjo va de España a Rusia como la buena nueva de la más estupenda subversión”.
[5] Por su parte, Samuel Putnam lo incluye en su Antología y Craig le dedica a él solo mayor número de páginas que al resto de los poetas europeos contemporáneos.
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dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com VICENTE HUIDOBRO, EL CREADOR
Por Eduardo Anguita
Publicado en Revista ESTUDIOS, N°124, mayo de 1942