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Jaime Concha:
VICENTE HUIDOBRO, Ediciones Júcar, Madrid 1980,
247 pp.
Por Fernando Alegría
Stanford University
Publicado en Literatura Chilena creación y crítica. Octubre / Diciembre de 1981
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No cabe duda que el renacer de la fama del poeta chileno Vicente Huidobro en los últimos años es un fenómeno en cierto modo desconcertante. Se entiende que en un momento dado la grandeza de César Vallejo se haya hecho valer contrastándolo y comparándolo con Pablo Neruda. Esto es corriente en la critica: si un prestigio literario gana tanto peso que se convierte en aureola mítica, los críticos buscan de inmediato el nombre y la obra que le devolverá sus dimensiones humanas. Así ocurrió en España en el caso de García Lorca a quien se le opuso, primero, el nombre de Alberti y, luego, el de Guillén y el de Aleixandre. Pero, con Huidobro no ha sucedido nada de esto. Nunca se le olvidó, no tuvo su carrera verdaderos altos y bajos. Contó con enemigos, es claro - ¡mortales! - y discípulos que lo endiosaron. Hubo un consenso de opinión, sin embargo, sobre su innegable valía y acerca del alto lugar que le corresponde en la poesía contemporánea de lengua española. De pronto, su poesía, a treinta años de su muerte, comienza a ser traducida otra vez en Europa y en los Estados Unidos, se escriben libros sobre él y Huidobro se reactualiza. Neruda no fue ajeno a esta revaluación: las páginas que le dedica en sus memorias a su ex-enemigo son memorables.
Dijérase que la poesía de Huidobro -no su prosa todavía -, comienza a reconsiderarse a la luz de nuevas y originales lecturas: y es aquí, en este cambio de rumbo critico, que el magistral estudio de Jaime Concha viene a jugar un papel directivo. Porque Concha no lee ya a Huidobro simplemente como el inventor del Creacionismo, ni como al ilusionista revelador de manifiestos, ni como a un mago ni como a un antipoeta. Jaime Concha lo pone en su lugar, en su justo y eminente lugar. Concha relee Altazor y examina con cuidado los últimos libros de Huidobro sin olvidar, por el contrario, dándole especial relieve al contexto histórico y social en que le tocó vivir y morir. Y el resultado es asombroso. Pocas veces se tiene la sensación de presenciar tan patentemente el renacimiento de un escritor ya famoso como en el libro de Jaime Concha. El critico es ahora un jardinero que busca entre la fronda y la maleza una flor rara, conservada en su pureza como por milagro. Concha va de libro en libro, de un texto a otro texto, con cautela e inteligencia, con audacia también, pero nunca con animadversión, persiguiendo la esencia de esta poesía, su índole secreta, sus bases tanto como sus abismos, para descubrir los fundamentos de su estructura, la compleja riqueza de sus temas y el verdadero prodigio de sus formas.
Poeta aéreo, le llama, creador de una aventura lingüística sin paralelo en la poesía latinoamericana. Y también hombre de su época y, cosa más seria, de su clase.
“La actitud de Huidobro -dice Concha-, se acerca muchas veces (no siempre) a las de Shelley o de un Keats, distante y lejano de las luchas de su patria, pero en lo interno lealmente comprometido con el espíritu de lo nuevo. Es lo máximo que le permitieron su origen de clase y la fase política de Chile en ese entonces”. (p. 80).
Como se recordará, Huidobro terminó mal sus peripecias políticas. Como dice Concha: "El articulo de El Siglo El payaso de Santa Rita, de 1946, es casi un epitafio político y social del poeta”. Pero esto se afirma sin quitarle nada a Huidobro. Por el contrario, enriqueciéndolo en sus complejas contradicciones. Refiriéndose a Altazor afirma Concha:
“Con dos procedimientos logra Huidobro estructurar unitariamente su poema: mediante la creación de un personaje lírico y en virtud de su desplazamiento en un espacio imaginario.
... Entrar en el mundo sorprendente de Altazor, significa en primer lugar, admirar un paisaje no común, escasamente trajinado. ¿Paisaje exótico, o búsqueda romántica de otros climas? Nada de eso, pues dos diferencias anulan la posibilidad de este parangón. No hay en Altazor paisaje artificial, elaborado, estilización melancólica de países lejanos o irrecuperables, Ningún Oriente pagano a lo Gautier. Porque el mundo huidobriano, aunque insólito, se da como familiar, se presenta como un reino habitual y cotidiano. Pero, además, y esto es lo decisivo, no tiene tampoco domicilio terrestre. Las de Huidobro, las de Altazor, son provincias del aire, reino etéreo y del cielo donde se ejercita libremente el poder de movimiento”. (p. 83)
Escrito con elegancia y apasionamiento, dando vuelo a un lenguaje crítico que no teme a las imágenes pero que siempre se afirma en nítidos conceptos, el estudio de Jaime Concha es muestra de lo mejor que hoy en día produce la investigación literaria chilena.
El libro, bellamente editado en la Colección Los Poetas por Ediciones Júcar de Madrid, se completa con una generosa antología de la obra poética de Huidobro.