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Una de poetas y policías
[Carta enviada por el poeta Vicente Huidobro al director de El Mercurio, Santiago de Chile, marzo 30 de 1936.]

Vicente Huidobro


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En la edición de ayer del diario que Ud. dirige, apareció una carta de Diego Muñoz tratando de explicar y justificar su repentina agresión en contra de mi persona hace tres días a la entrada de la estación Mapocho. Esa explicación, que parece escrita en una mesa de la policía secreta, no contiene una palabra de verdad […] La verdad es esta: el detective aficionado a la literatura, Diego Muñoz, estaba aguardándome en la estación con varios amigos, no con uno como él dice. Todo el mundo sabe que estos señores siempre andan en pandillas, nunca solos. La escena había sido preparada con verdadero arte policial. Ni siquiera faltaba el amigo que se reconoce por casualidad en el último momento. Yo entraba a la estación y buscaba dónde tomar un billete de andén. En ese instante, Muñoz se desprende de sus amigos y se acerca a mí diciéndome en voz baja estas palabras textuales: “¿Por qué me ataca tanto? ¿Hasta cuándo? No lo creía capaz de tanto”. Yo le respondí: No lo he atacado tanto, lo he atacado poco. Entonces hice un gesto con la mano para apartarlo y seguir mi camino. En el momento que yo iba a pasar de largo, Muñoz me lanzó una bofetada a la nariz por el lado del ojo izquierdo. Yo le respondí con una bofetada en la boca. Luego él me cogió de la cabeza y quiso pegarme por debajo. Yo también le cogí de la cabeza y de una oreja comencé a golpearle como podía, pues el primer golpe sorpresivo del agresor que me hacía sangrar la nariz y no me dejaba ver bien, me impedía mis plenos medios de acción. En ese momento un señor me cogió por la espalda y me separó del agresor. Ésta es la verdad; todo lo demás […] es pura novela policial y una mala novela policial. […] ¿Cuál es el origen de todo este asunto? Es verdad que yo ataqué a Muñoz en mi revista (Vital, enero, 1935). Dije que era un plagiario, dije que pertenecía a la policía y que convivía en el gremio de los asesinos de Anabalón y de Mesa Bell [víctimas chilenas de la libertad de expresión], y dije que el título de su primer libro era robado a mi libro De repente publicado en París en 1925. En realidad el robo del titulillo no me habría importado mayormente si el contenido del libro hubiera sido algo superior. Confieso que me molestó ver mi título relleno de basuras barridas de muchas casas.

Muñoz había hecho la comedia de que saltaba en defensa de su amigo íntimo Pablo Neruda. Mentía al decir que yo había atacado a Neruda, pero Muñoz quería que así fuera porque estaba molesto conmigo por lo que su grupito llamaba mis aires despreciativos. Los seres inferiores ven desprecios por todas partes. Neruda había sido acusado de nacista [nazista] y de plagiario, pero no por mí. Los que le acusaban firmaron su acusación. Yo ni siquiera lo conocía. Muñoz quería vengarse y atacarme por cualquier motivo y para ello creyó oportuno pescarse del faldón de Neruda, su grande amigo, engañarlo, diciéndole que yo era el autor de esa acusación para así formar con Neruda y otros de esos eternos humillados y ofendidos, un bloque en mi contra. Yo me vi obligado a aclarar la situación y a pinchar el absceso.

Ahora mismo el detective Muñoz no vacila en aferrarse a su querido amigo Neruda, no vacila en citarlo en su carta para arrastrarlo en su caída al abismo más tenebroso. Es un excelente amigo.

También es verdad que yo advertí a Pablo Rojas Paz, que estaba de paso en Chile, respecto a la persona de Muñoz y a su empleo en la sección de Investigaciones. Era mi obligación. Yo pertenezco a la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios de Francia y a la de Chile. Rojas Paz pertenece a una asociación similar argentina. Mi deber era advertirle con quiénes andaba, aunque la persona en cuestión le hubiera sido recomendada por Neruda o por el arzobispo de Buenos Aires. A mí nada me importa que Rojas Paz le haya pasado el cuento a Muñoz ni que haya hecho de delator de un compañero. Yo no lo juzgo aquí ni pido que sus compañeros lo juzguen en Argentina. Lo único que me interesa es dejar en claro que yo cumplí con mi obligación y que no me escondo. La prueba es que mi acusación a Muñoz había sido hecha antes por la prensa. Dejo a la conciencia de Rojas Paz el resolver sus asuntos privados, aunque no puedo negar que me asombre el ver a un miembro de una asociación que defiende al proletariado, paseándose con un miembro de una asociación que persigue y flagela a los obreros. […]

Las disculpas de Muñoz y los certificados que presenta no tienen ningún valor. El certificado que le da el Director de la Policía de Investigaciones, señor Waldo Palma, es una linda salida por la tangente y una confirmación de mis aseveraciones. De ese certificado se desprende que Diego Muñoz es director de la revista oficial de la Oficina de Investigaciones. ¿Quién tenía razón? ¿Qué más se puede pedir? Ahora bien, el certificado de Waldo Palma evita decirnos que Diego Muñoz es uno de sus secretarios o fue su secretario durante varios meses, y por lo tanto pertenece a la Policía de Investigaciones por otro capítulo, aunque ya pertenecía por el de la revista Detective. Es dos veces policía: no se contenta con una vez. Y aquí declaro que yo y dos amigos míos le vimos siguiendo al Presidente entre los otros agentes de la sección el día del desfile de las milicias por la Alameda. ¿Se atreverá a negarlo? […] Eso sería casi como ofender a su Presidente.

Ahora aquí cabe un dilema: o Muñoz considera una injuria, algo degradante ser policía o no lo considera. Si considera una injuria ser policía, ¿por qué lo es? Si no lo considera una injuria, ¿por qué se enfurece cuando se le dice policía? Porque es evidente que éste es el motivo de su enojo, pues las otras acusaciones mías datan ya de más de un año y sólo mi advertencia a Rojas Paz es del presente. Además él lo deja ver así, bien claramente, en su carta. Por otra parte me parece poco gentil para sus compañeros policías y para sus jefes, ocultar como algo infamante el pertenecer a su gremio y el convivir entre ellos. No sólo no es gentil, sino que esa vergüenza es un insulto directo a sus compañeros.

Respecto a aquella parte de la carta en que Muñoz pretende hablar de mi literatura y de mi vida de escritor revolucionario, aferrándose a la mentira y a la calumnia, comprenderá el señor Director que yo no puedo contestar a todas las inepcias que me salgan al camino y mucho menos a las de un detective con antojos literarios.

Esperando publique Ud. estas líneas sin cambio alguno saluda a Ud. atentamente. 

VICENTE HUIDOBRO

 

 

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En: Vicente Huidobro, Textos inéditos y dispersos (recopilación, selección e introducción de José Alberto de la Fuente), Biblioteca Nacional/Dirección de Bibliotecas, archivos y museos, Santiago de Chile, 1993.



 

 

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