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Ver y palpar de Vicente Huidobro

(Prólogo)

Por Leo Lobos




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“Yo coloco en mi oreja el dulce caracol para oír /
los gritos de los naufragos antiguos”


En 1941, el poeta chileno Vicente Huidobro publicó sus dos últimos libros en vida: El ciudadano del olvido y Ver y palpar ambos fueron parte de la "Colección Poetas de América" de la Editorial Ercilla. Reencontraremos en Ver y palpar los recursos recreados por la vanguardia para transmitir el vértigo histórico de un mundo fracturado, para cuestionarse y responder acerca de la pertenencia a ciertos lugares, abrir un diálogo entre las culturas y crear un movimiento en el que las palabras cobran vida llevadas al extremo de la expresividad, la necesidad de crear nuevas imágenes, un novedoso lenguaje poético capaz de romper con todos los niveles de la lengua y de generar su propio orden. La poesía de Vicente Huidobro (Chile, 1893 - 1948) es una búsqueda, un acontecimiento inesperado, un accidente, un riesgo, una contingencia necesaria y vital: "Las palabras pasan con la proa al aire / Los recuerdos se acercan a velas desplegadas / Las esperanzas se alejan al horizonte de los pajaros".

Vicente Huidobro, nombre que adoptó para firmar sus obras, decidió muy pronto abrirse camino en el mundo de las letras, pero a la vez se negó a reducir su atmósfera a Chile y se mudó a París en 1916, donde participó en los movimientos de vanguardia del momento, y empezó a crear su propia corriente artística, conocida como creacionismo, donde el artista no debía limitarse a imitar la naturaleza, sino que tenía que mantener con ella una especie de competencia en la que podía mostrar la vitalidad de su propia obra. El poeta francés Paul Valéry, escribe “se reconoce a un poeta cuando este transforma al lector en un inspirado”. Aquel que lee ofrece al creador de los poemas los méritos trascendentes de las fuerzas y de las gracias que se desenvuelven en él. La poesia como una memoria de los mejores días, quién la lee la rescata, la hace presente y la eterniza, sin tiempo. En las palabras de Ángel Cruchaga Santa María, surge una idea del hombre, su tiempo y de su obra: “Él será un desorientado para aquellos que viven adorando a muchas de nuestras risibles momias literarias. La bizarría de sus versos novísimos, el grito de su corazón sano y profundo, batido por vientos potentes, parecerán sacrilegios en la conciencia de los iconoclastas”. Crear, velar, cuidar a la poesía, seguir sigilosamente su dictado, de cerca, fielmente: “Nada será encontrado / El pozo de las cosas perdidas no se llena jamás / Jamás como la mirada y los ecos que se alejan sobre la bruma y sus animales inmensos".

La escritura de versos es un extraordinario acelerador de la conciencia, del pensamiento, de la comprensión del universo. Quien escribe un poema escribe porque la lengua le inspira -cuando no le dicta- el siguiente verso. Esperas, como poeta, copiar bien aquel dictado de lo otro, de la poesía, del poema, confías en su consigna y en aquello que te exige. Abandonado, totalmente entregado, descubres su morada. No sabías dónde estaba, la memoria lo ha encontrado por ti: "Gira gira tu agua cinematográfica mojada de miradas que se hacen oír como voces". De este modo, la poesía se personifica en el poeta, y lo convierte en su vehículo, la corporalidad, donde se repliega y se va haciendo, solo e independiente. El poeta, entregado al exterior, libre, en constante riesgo, temerario, expuesto al peligro de la flecha silábica, lingüística y vulnerable: "más hermosas que los ríos de la ternura / más hermosas que los cabellos de la lluvia".


Santiago de Chile, 2020


 

 



 

 

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