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El nacimiento de la belleza de la palabra terrena de Araníbar
A próposito de la poesía de Néstor Aranibar

Por Víctor Coral


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El poeta ha publicado anteriormente La ira serena del viento (2012) y Un oasis repentino (2010). Con este tercer volumen, Néstor Araníbar empieza a configurarse como la gran figura de relevo en cuanto a poesía lírica peruana se refiere. Los siguientes fragmentos refrendan ampliamente lo que afirmo:

Adorarte era lo que esperaba;
Ahora estás aquí radiante
Haciendo garabatos con los rayos de luz.
El mundo sonrío, Zoe.
Un último aliento hace que tome mi mano
Y siga el sendero por donde crecerás;
Quizá no lo veré más.

(…)

Tienes, Zoe, el poder de hacerme reír
En esta urbe que avasalla
De mostrarme los distintos instantes
De un dilema en continuo movimiento
De un latido que recién empieza
a soñar con un horizonte
                          Envuelto en llamas de esperanza,

(“Zoe”)

Tú eres la tarde y la fragancia de tus deseos
En tu aliento solo cabe el olor de los almendros
Salvajes.
Nadie debe persuadirte a dejar ese acto
Cada minuto debe competir con el aire
Que se disipa.
El día cuenta como esos instantes
Que humean al final de la noche
En todos los gritos que dejaron quebrada tu voz.

(“La delicada piel del azar”).

La lírica de Araníbar, lírica en formación franca, por cierto, no se detiene en Salinas, Aleixandre, Neruda, Sabines, por fortuna. Es una lírica que se las ve también con un Himket, con Cardenal, con Vallejo y con Hinostroza. Pero como todo poeta auténtico, Araníbar no siente que sea todavía el tiempo de cortar cabezas que ya siente como rémoras, y sigue fiel a sus maestros iniciales, mientras que Pablo Guevara y otros, mucho más atrevidos en el verbo, están presentes, pero tendrán que esperar su mejor momento, el mejor momento del poeta.

De lo dicho anteriormente, se desprende una espera, necesaria, poética. Mas estoy seguro de que todo lo que intento decir se pueda vislumbrar mejor en un arte poética oculta, titulada: “Un oceáno escarlata”. Vale la pena examinarlo entero:

¿Dónde aprendí a quererte,
                                        Poesía?
¿En el tiempo de mi padre
O en ese castillo diligente
De hojas herrumbradas al viento?

Es la primera caricia
                     Que se posa
             Lejos de esta tempestad.

Como el rumor de una melodía
                     Hacia el silencio de la luna.

Un lirio crecía en mis labios
Y aun cuando la noche no volvía
      Dejaba yo caer
             Bajo la sombra de mi certera almohada
Un edén.

Nacía entonces
La belleza de la palabra.

Ni la lluvia mojaba mi morada
Ni las horas cercenaban el día;
Desde entonces nada impedía alcanzarte.

En nocturnos círculos al borde de los álamos
Acordoné en un haz los susurros
De esas olas que arrojan como un tributo
Imágenes al viento.

(“Un océano escarlata”)

Ojalá no me equivoque. El derrotero de la poesía atildada, genuina, lírica, sí, pero no retoricona como la de otros, de Araníbar, viene por el lado de estas aguzadas preguntas sobre sí mismo, sobre su propio devenir. Esa indagación sobre él mismo será la llave con la cual se abrirán a su verbo los más valiosos secretos, los más numerosos logros lingüísticos, los menos significativos espasmos melosos y romanticoides…

Que el dios de las gravedades y las cosas serias y ciertas de este y otros mundos den claridad y fuerza a vuestro camino, poeta. El camino es largo; vuestro hálito, afortunadamente, parece estar a la altura.



 

 

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A próposito de la poesía de Néstor Aranibar
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