Publicada en diversos países
americanos, desde Estados Unidos hasta Argentina, Cecilia Vicuña es
editada en libro por primera vez en Chile. Impulsadora del grupo la
Tribu No en los años sesenta, en este poemario, como en el resto
de su obra, expresa una conciencia ecológica que se vuelve grito de
alarma, de alerta, de reclamo.
Que La Wik'uña nos sirva para urdir y escarmenar
con silencios.
Primer silencio roto por la La
Wik'uña: asomarse por aquí, en Chile y desde Chile, en editorial,
para librerías chilenas, después de 18 años. Quebremos el silencio del
olvido, ese relegar del tiempo, en este caso, más intencionado que
fortuito. Echemos a andar la memoria, que con La Wik'uña trota
hasta 1972, cuando la autora, la Vicuña, Cecilia, Cecilia Vicuña, firmó
un contrato de edición con la Universidad Católica de Valparaíso para
publicar su primer libro, Sabor a mí. Silencio absoluto, no se
oye, Padre (diría Nicanor Parra), y nunca conocimos esa primera
publicación, nunca hecha sí bien anunciada en Chile, de Cecilia
Vicuña.
Rompiendo
fronteras
La censura como sigilo, como discreción absoluta y
disimulo: recordemos que en 1972 todavía no existía institucionalmente.
Pero, es innegable, a Sabor a mí lo encubre, entonces, el
silencio censor que, después, se hará oficial, y se aplicará por
ley militar, y se conocerá en todas sus formas y grados: la censura
oficial, la censura general.
En 1972 se condenó al silencio a Sabor a mí, sin
razones. Nada se dijo, más la lectura posterior de los textos que
formaban ese Sabor a mí no deja dudas: debe haberse considerado
muy osada alguna de su poesía con rasgos eróticos; irreverentes,
también, otros escritos de la joven Cecilia Vicuña que recogía poemas
suyos producidos desde sus 18 años. Audaz, erótica, rompedora y
arriesgada, en nuestro medio pacato donde, entonces y ahora, siempre
alguien se atreve a seguir juzgando, calificando y decidiendo por los
otros, lectores y espectadores, público en general, impedidos de crecer,
nosotros, los adultos niños chilenos.
Sin embargo, la sordera chilena no enmudeció a Cecilia
Vicuña. Y en lugares ajenos comenzaron a entretejerse sus distintas
obras: un nuevo Sabor a mí, muy diferente al inicial, apareció en
Londres, en 1973; Luxumei o el traspié de la doctrina, de 1983,
México; el mismo año, Precario, en Nueva York; desde Buenos
Aires, 1984, PALABRARmas; Samara, Colombia, 1986; y recién
ahora, en octubre de 1990, ¡por primera vez en Chile! y desde Chile, la
Colección El Verbo Otro de Francisco Zegers Editor, deshace el silencio
con La Wik'uña.
Escasas han sido las posibilidades de
encontrar los libros de Cecilia Vicuña, pero este silencio fue
quebrantado por muchos por el interés, la atracción y el atractivo de su
escritura, esa anterior, de los años 60, ésta, más actual, buscadas y
descubiertas en fotocopias, en el libro no devuelto al amigo, en el
volumen encontrado por aquí-por allá. También Cecilia nos ha dado a
conocer su trabajo, a veces personalmente, rompiendo el silencio de la
escritura con su voz o haciendo hablar al cuerpo, en alguno de sus
rituales.
Ofrendas orales
Y, ahora con La Wik'uña Cecilia Vicuña hace
oír esos poemas breves, escuetos, lacónicos. Ellos exigen una
lectura oral, complemento obligado, en este caso y en el de mucha
poesía, de nuestra frecuente y acostumbrada lectura silenciosa. Y
oral puede conjugarse como orar, en muchos de estos poemas concebidos
como ofrendas.
La Wik'uña para escucharla, tal como el
vocablo indígena transmitido por el nativo de nuestros pueblos
americanos originales, cuando el aborigen bebía las palabras desde la
boca hermana, palabras que rompían el silencio de la naturaleza
circundante y sólo se conservaban en el oído atento, por la falta de
escritura.
Aquí, en La Wik' uña, la palabra del verso corto, del
decir voluntariamente abreviado en ese serio reflejo del habla
extranjera del indígena cuando un precario e impuesto castellano se
pronuncia, a veces, sin verbos; en otras, sin artículos, pleno de
neologismos, de derivados, y aliteraciones a la manera de hilvanes
fónicos urdidos entre la multitud de voces que duplican rumores,
verdaderos khipus sonoros donde un nudo importante es la
rima.
La rima que por su simpleza queda en el oído, rebota como
el eco, como el reflejo se repite la rima. Como el retumbo de la montaña
que insiste en conservar el trote del animal, hecho eco en el lenguaje
sincopado y en la rapidez del verso de La Wik'uña: La rima, uno
de los numerosos reflejos que senderean esta obra: ahora, en la voz,
pero por añadidura: en la luz, en las aguas, en la organización del
libro, y hasta en su portada.
Ecos variados, reflejos
superpuestos, en el reconocimiento, en precusores: María Sabina, don
Juan Matus, leyendas quechuas, inkas y guaraníes, Lezama Lima, César
Paternosto, pensadores varios de lo andino, Tao Teh Ching, José María
Arguedas. Y yo vislumbro un reflejo, tal vez silencioso de tan
presente, yo entreveo un poderoso hilo indo america no tendido por
Gabriela Mistral cuando señalaba: Bebía yo lo que bebía,/ que era su
cara con mi cara,/ y en un relámpago yo supe/ carne de Mitla ser mi
casta. Cecilia Vicuña, que ha escrito y mostrado una "Gabriela
Andina", prolonga un tejido indio y americano al nutrirse, también, de
este beber mistraliano.
Reflejan y descubren una identidad esas
aguas de Tala, mientras a las aguas de La Wik'una, las acecha el peligro
de volverse opacas, sucias, contaminadas, inmóviles, silenciosas.
Más callada estará la naturaleza si desaparecen el colibrí, La
Wik'uña, el jaguar, el zorro, los bosques, los insectos. Sin
coloridos, sin matices, la naturaleza arrasada. Entonces, la conciencia
ecológica de Cecilia Vicuña, expresada, con constancia y desde hace
mucho, en metáforas espaciales, en escritos, en rituales, no tolera el
disimulo ni el silencio, y ante la amenaza del fin, ante la inminencia
del posible y no tan lejano silencio total y absoluto, el final de La
Wik'uña, se vuelve grito de alarma, de alerta, de
reclamo.
Quisiera que mis palabras abran palabras en La Wik'uña
—como en Ba Surame, como en el anterior PALABRASmas—, que
desenreden el verso (falsa etimología de escarmenar), que descubran
senderos, sugestiones. Que no contaminen con ruido ajeno y urbano el
silencio de La Wik'uña, que despejen sus aguas y reflejos, que espejeen
sentidos.
Cecilia Vicuña, La Wik'una.
Francisco
Zegers Editor,
Col. El Verbo Otro. Santiago, 1990,
112 páginas.