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La leve brisa de la pérdida
Presentación de guía para perderse en la ciudad de Víctor López

Por Rodrigo Morales S.


Oler esta húmeda guía, acabar de pronto en ella justo cuando ha empezado a llover o a nevar en el poema, en la brisa que acorrala su danza. Someterse de vez en cuando a estas imágenes, descifrar el delgado hilo que la melancolía ha trazado en ella, reivindicando su pérdida, no dejándola ir, rememorando en gris la tarde en que irrumpe la anónima fotografía inscrita en la tela de las palabras.

No hay en Guía un relato, más bien retazos de un montaje melancólico que siempre anuncia la distancia con ese imposible presente narrado, su canto interrumpido de actualidad tardía. La razón por la cual cruza la ciudad parece ser la de abandonar el espacio fotográfico para rememorar un tiempo construido en la velocidad de la lengua. La inconsolable oscuridad de estas imágenes, su radical duelo, penetran –acorde a su distancia poética- en el cruce entre cotidianidad y desamparo, diría también entre indefensión y miedo.

Ese anónimo existir que deja la administración, la condición indefensa de una comunidad diagramada por el miedo, la perversa higiene que altera los conductos de la habitación democrática, permiten que ciertas afirmaciones se den cita en este libro: la escritura no es la representación del mundo si no una concesión con él, un poema es un inventario de silencios, ¿Cuántos libros uno puede leer en su vida y seguir teniendo la sensación de vacuidad?

Perdemos y acabamos de despertar. Levemente esa pérdida anuncia lo perdido, lo inacabado, la melancolía de esta escritura. Guía parece ser la constante reivindicación de lo que está por perderse o directamente de un mundo que ha transformado su umbral de lectura en un malestar fatal e irreductible. Guía enfrenta esa pérdida con una escritura velada –de vela, de tenue luz- un pálpito que en su frecuencia anuncia una caída como quien despierta deseando continuar en la pesadilla. Guía para perderse en la ciudad es el tránsito de un anonimato que se niega al olvido y piensa a la memoria como un camino angosto rodeado de aves muertas, un campo de espigas donde de a poco se ha empezado a nublar. Es, sabemos, ese modo de habitar, una política naufraga que perdura como margen.

El trabajo de López radica en la posibilidad de entender el poema -esa canción que se fue formando de fragmentos- como el momento en que un objeto llega al ojo para trabajar sobre una melodía trabada en su escucha –en el eco que muda- y que da pelea a esa narrativa representacional. Existe en Guía una leve suspensión del eco que hace de bullicio y soporte. Sólo el eco de lo que allí comparece es, en su repetida mudez, la mueca con que el cristal de la agonía- como creo que diría López- inscribe sus preguntas. La actualidad presente del eco es siempre, en su primera escucha, la pasada de un sonido ya olvidado por la boca que lo trama, por el cuerpo que lo traba.

Diría que Guía permite que leamos el mundo –este mundo- este conjunto de dispositivos que soportan un sentido que está siempre en desventaja- como la internación de una vía que enhebra colores y mitos en el montaje poético de una ciudad que falsifica la falta con la que el mundo se presenta, que adheridos a sus versos los recuerdos del presente de un contexto siempre oculto tras el velo de la cotidianidad se muestra y lee.

Lentamente nos acercamos a ese registro que trabaja recuerdos, pesadillas y lenguajes diagramados por la cotidianidad. El sutil trato que Víctor da a las palabras, la sofisticación en la construcción de las imágenes nos entrega la innecesaridad de nombrar palabras como Fascismo, Totalitarismo, Democracia, y sin embargo, siempre, en todas las imágenes estamos allí: en el vacío de ese asiento de banco donde los fantasmas del contexto giran sobre las manos de una muchacha, en los habitantes de esa casa que dio paso a una carretera de alta velocidad, en el sujeto que no encuentra palabras para decirle a una madre que su hijo ha muerto, en las nubes grises que se retiran hacia un paisaje escrito una y mil veces.

Leer guía es leer la lectura de una falta, la presencia de una cotidianidad versada en un lenguaje desolado, de brisa otoñal, donde el desierto de lo real que la argumenta  ficciona el acto de amparar un pasado en un presente insostenible para el poema de lo que ya ocurrió. Pensamos que Guía es el intento por arrebatarle al anonimato un cuerpo que comparezca en la actualidad del espectáculo democrático. No es casualidad que lo anónimo y su eco son –creemos- uno de los ejes que sostienen este libro, puesto que allí, en plena modernización y modelación de las masas que somos, comparecen preguntas y fragmentos que dan cuenta del texto que soporta Guía: ese extenso y lúcido poema que le arrebata a la tormenta su propia indefensión.

Santiago, 17 de noviembre, 2010
 

 

 

 

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