La joven poesía chilena
“Erosión” de Víctor López y “Calamina” de Gladys González
Por Diego Zuñiga
Revista Qué Pasa. Martes 29 de abril de 2014
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“Tengo treinta años y hace mucho tiempo descubrí que tenía una herida”, escribe Víctor López (1982) al comienzo de Erosión (Alquimia), su nuevo libro de poesía. Así empieza esto, con una declaración que también podría calzar perfectamente para los poemas que componen Calamina (La Calabaza del Diablo), el nuevo libro de Gladys González (1981): dos poemarios en los que asistimos al recorrido de dos ciudades (Santiago, en el caso de López; Valparaíso, en el caso de González), mientras un hermano muerto recorre las páginas de Erosión y un cuerpo sin nombre agoniza en Calamina.
Víctor López apuesta por una poesía de tono más reflexivo, que nos hace preguntas que no sabemos responder, pero donde se esconde una belleza innegable (“¿Acaso debo mover las cortinas de la pieza/ para que la densidad de la luz/ vuelva a crear el tiempo?”), mientras Gladys González aboga por imágenes limpias y contundentes, donde se instala un silencio conmovedor (“Un hombre/ está tirado en el suelo/ como un animal destripado/ los pantalones abajo/ sus genitales congelándose en la lluvia/ un perro sostiene su cabeza/ como si de ese hombre alcoholizado/ dependiera su mundo”).
Y así avanzan estos dos libros, a los que no sólo une la belleza de sus imágenes y un tono narrativo que subyace en ellos, sino también que son una muestra perfecta de lo que vienen haciendo López y González desde hace un tiempo (leer Guía para perderse en la ciudad y Aire quemado, respectivamente, es un goce absoluto): una poesía que no cede ante discursos ni modas. Una poesía genuina que no se cansa de trabajar con el lenguaje, que a ratos es el único consuelo que queda: “perdóname, hermano, pero no tengo otra cosa que darte,/ que estas palabras”, escribe Víctor López.