Las pinturas
rebeldes de un muralista latinoamericano
Víctor
Montoya
Semblanza del artista
Miguel Alandia Pantoja, considerado uno de los pintores bolivianos
más influyentes del siglo XX, nació en Llallagua (Potosí), el 27 de
mayo de 1914, y murió durante su exilio en un hospital de Lima (Perú),
el 2 de octubre de 1975, tras una larga enfermedad. Ese mismo año
sus restos fueron inhumados en la ciudad de La Paz; el cortejo fúnebre
partió del local de la Federación de Mineros entre
llantos y voces que murmullaban: “Alandia sigue vivo. Alandia es inmortal”.
Su infancia estuvo marcada por las injusticias sociales y por un
ambiente familiar donde se incentivó el amor al arte y la literatura.
De ahí que el olor al óleo y a la copagira fueron las sensaciones
que más perduraron en su vida. No cursó estudios en academias de bellas
artes, pero atesoró un talento innato que lo convirtió en un artista
autodidacta, con una vocación creadora que lo llevó a escalar las
cumbres más elevadas de la plástica latinoamericana.
A muy temprana edad, por influencias de su padre, tomó conciencia
de los antagonismos entre la oligarquía minera y las pujantes organizaciones
obreras, y no tardó mucho en asumir una filosofía revolucionaria que
más tarde sería uno de los motivos centrales de su obra. Concurrió
como recluta a la Guerra del Chaco, donde cayó prisionero y luego
huyó al Paraguay; una experiencia que, sin embargo, le sirvió para
constatar que la guerra fratricida entre Bolivia y Paraguay fue tramada
por dos consorcios imperialistas que se disputaban los yacimientos
petrolíferos en las tierras del Chaco Boreal, donde derramaron su
sangre los soldados hambrientos y sedientos de ambos países. El pintor,
como fiel exponente de su realidad, hizo también que esta amarga vivencia
se reflejara de manera consciente en una parte de su producción pictórica.
El artista, a modo de asumir un compromiso más serio con las masas
desposeídas, se convirtió en un activo militante trotskista del Partido
Obrero Revolucionario (P.O.R.) y, durante el sexenio “rosquero”, fue
uno de los fundadores de la Central Obrera Nacional, el antecedente
inmediato de la Central Obrera Boliviana (COB). Su estrecho vínculo
con las organizaciones obreras lo impulsó a presentarse como candidato
a la diputación por la provincia Murillo de La Paz, en la planilla
del Bloque Minero en las elecciones de 1947. De modo que Alandia Pantoja
no sólo fue un maestro de las artes plásticas, sino también el activista
político-sindical, cuyas consecuencias lo llevaron a sufrir la persecución,
el destierro y, lo que es peor, la destrucción por parte de las dictaduras
militares de varios de sus murales cargados de esperanza y compromiso
social.
Vida y obra al servicio de la revolución
Los historiadores de arte no dudan en ubicarlo entre los pintores
sociales que, como Gil Imaná, Walter Solón Romero y Lorgio Vaca, surgieron
en la plástica boliviana tras el triunfo de la revolución
nacionalista de 1952; una generación que, arrastrada por el realismo
y la efervescencia revolucionaria, creó obras identificadas plenamente
con las aspiraciones populares.
Miguel Alandia Pantoja, consciente de que toda expresión artística
debe estar al servicio de las culturas populares y la revolución,
no concebía el arte por el arte; al contrario, proclamaba la pintura
de tesis, convencido de que era posible fusionar el pensamiento político
con la sensibilidad creativa del artista. Por eso mismo, a la hora
de definirlo en el contexto de la plástica boliviana, no es extraño
considerarlo uno de los principales impulsores del muralismo revolucionario.
No en vano él mismo dijo en una de las pocas entrevistas que concedió
en vida: “El muralismo tomó mitos y leyendas populares y la vida misma
de las masas mineras y campesinas en su lucha contra la vieja oligarquía
minera terrateniente y mercantil, para expresar en un lenguaje plástico,
remozado y rotundo el anhelo universal del hombre de nuestro tiempo:
la revolución”.
El muralismo de la época de la revolución nacionalista de 1952, con
sus lumbreras y sus demoliciones, no sólo estuvo vinculado a los momentos
claves de la historia nacional, sino que llegó a constituir una síntesis
simbólica de la cultura y el instrumento eficaz para transmitir las
aspiraciones populares. Los muralistas, en su afán de poner el arte
al servicio de los desposeídos, explayaron su sensibilidad creativa
en avenidas, universidades, sindicatos, hospitales, centros vecinales
y oficinas públicas como el Palacio de Gobierno. Miguel Alandia Pantoja,
que se inicio como caricaturista, supo manejar con destreza todas
las técnicas del arte pictórico, destacándose por el color, las formas
y la temática. Los estudiosos clasifican su obra en dos etapas; en
la primera, influenciado por el indigenismo, realizó su pintura de
caballete (caricaturas, dibujos y cuadros al óleo sobre lienzo); y,
en la segunda, desarrolló el figurativismo dentro
del cual plasmó gran parte de su pintura mayor, con la impronta de
la escuela mejicana, empleando las técnicas del fresco y el temple,
el acrílico y el aserrín sobre soporte mural.
Entre 1943 y 1968, creó sobre andamios algo más de 16 murales, en
aproximadamente 562 metros cuadrados; una extensa obra donde el estallido
multicolor y el compromiso social son una verdadera fiesta revolucionaria,
con un indiscutible valor ético y estético que, si bien mantuvo en
jaque a los militares golpistas, le hicieron merecedor de elogiosos
comentarios tanto dentro como fuera del país. Así, el muralista mejicano
Diego Rivera, invitado por el presidente Víctor Paz Estensoro en 1953,
al conocer las pinturas del artista boliviano, comentó: “El mural
del Palacio de Gobierno es formidable". Cuatro años más tarde, en
1957, cuando Alandia Pantoja fue invitado a México para exhibir su
pintura en el Palacio de Bellas Artes del Distrito Federal, el muralista
mejicano, exaltando con vivo entusiasmo las virtudes de su colega
del altiplano, declaró: “Este artista ha sabido tomar de Orozco, de
Sequeiros y de mí lo mejor; su obra es un claro ejemplo de que nuestro
movimiento ha trascendido hasta convertirse en el instrumento de expresión
de los creadores que producen junto a su pueblo”. Asimismo, en la
carta de presentación dirigida a Víctor M. Reyes, entonces jefe del
Departamento de Artes Plásticas del INBA, escribió: “Quiero presentarle
por medio de ésta al pintor boliviano Alandia Pantoja. Cuando viajé
a su país, un mural muy importante de él en la Casa de Gobierno me
entusiasmó por su calidad plástica y su contenido progresista. Y me
emocionó fuertemente porque era una afirmación de que existe ya un
movimiento de arte colectivista monumental en nuestro continente conectado
con el nuestro”.
Los murales restaurados y destruidos
En vista de que su obra monumental es considerable, aquí sólo cabe
mencionar los más importantes, como “Historia de la Medicina" (1956),
un mural de 50 metros cuadrados (m2), realizado sobre tela e instalado
en el auditorio del Hospital Obrero de La Paz. La serie de cinco murales
sobre “El Petróleo en Bolivia” (1958), de 30 m2, que
pintó en el edificio de la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos
Fiscales Bolivianos. “Hacia el Mar” (1962), de 36 m2, plasmado en
el edificio del Ministerio de Relaciones Exteriores y su importante
mural titulado “Lucha del Pueblo por su Liberación, Reforma Educativa
y Voto Universal” (1964), de aproximadamente 160 m2, que luce en el
edificio del denominado Monumento a la Revolución Nacional de la plaza
Villarroel, donde fue restaurado en dos ocasiones y puesto a disposición
del publico en una suerte de Museo Abierto.
Algunos de sus murales, en los que se criticaba a la oligarquía minero-feudal
y las Fuerzas Armadas, como es el caso de “Historia de la Mina” (1953),
de 86 m2, que estaba en el salón principal del Palacio de Gobierno
e “Historia del Parlamento Boliviano” (1961), de 72 m2, que estaba
en el Palacio Legislativo, fueron destruidos por órdenes de la Junta
Militar presidida por el dictador René Barientos Ortuño, en mayo de
1965.
Las dictaduras militares, más que con ningún otro artista boliviano,
se ensañaron con la obra de Alandia Pantoja, destruyéndola sin contemplaciones.
La agresión de sus enemigos llegó a tal extremo que demolieron al
menos cuatro de sus murales, con algo más de 206 metros cuadrados,
con imágenes de mineros y campesinos en armas, mujeres combatientes
y un pueblo clamando justicia y libertad en las calles.
Cuando el 18 de septiembre de 1980 se inició la demolición del edificio
de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB),
que por entonces cobijaba también a la Central Obrera Boliviana (COB),
los militares golpistas no tuvieron el menor reparo en deshacerse
del mural titulado “Huelga y Masacre”, de 34 m2, concluido en 1954.
El mural, compuesto de una serie de seis (cuatro frisos o cenefas
y dos cuadros grandes), era un manifiesto de protesta contra la explotación
y un homenaje a los obreros caídos en la masacre de 1949. El Coronel
Luis Arce Gómez, a tiempo de impartir órdenes de derribar el edificio
de la Federación de Mineros, declaró enfático: “Con la demolición
de este edificio y la construcción de uno nuevo, más útil, se acaba
la época del caos y la anarquía, y empieza una nueva favorable a los
trabajadores que desde aquí han sido engañados permanentemente”.
Las pinturas rebeldes de Miguel Alandia Pantoja, quien jamás dudó
de su compromiso social y soportó con estoicismo la destrucción de
una parte de su obra, son una suerte de banderas libertarias que lo
sitúan, por su magnitud y su talento, en la constelación de los monstruos
del muralismo latinoamericano.
Exposiciones y actualidad del artista.
Su primera exposición de caballete se efectuó en 1937 y se presume
que comenzó a crear murales a los 29 años de edad, pues el registro
del primer mural data de 1943-46 y tiene la peculiaridad de ser transportable,
según el catálogo de la última exposición que Alandia Pantoja realizó
en Bolivia, en febrero de 1971. Otras exposiciones importantes tuvieron
lugar en Buenos Aires (1945), Santiago de Chile (1947), México 1957
y 1970, Costa Rica (1957), La Habana (1959), Caracas (1959), Checoslovaquia
(1964), Hungría (1964), Yugoslavia (1964), Viena (1964), Montevideo
(1965) y Lima (1967). Obtuvo una Mención Honrosa en la Primera Bienal
de México en 1958 y el Gran Premio Nacional de Pintura de La Paz en
1960.
Actualmente su obra está siendo restaurada y existen varias iniciativas
-privadas e institucionales- para rescatar la memoria del artista
y dar a conocer su obra que, de un modo magistral, se anticipó a los
cambios que se están suscitando en el continente latinoamericano,
cuyos sectores más desposeídos pasaron a ser los artífices de un futuro
más venturoso y menos competitivo. El sueño de Miguel Alandia Pantoja,
con todos los altibajos de un proceso político complejo, parece emerger
de sus pinturas y plasmarse esta vez en una realidad donde él está
más vivo que nunca.