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El Día Mundial del Libro

Por Víctor Montoya

–El 23 de abril se celebra el Día Mundial del Libro –dijo el Tío*, acomodándose en su trono.

–Así es –confirmé–. Y dicen que el primer libro que llegó a nuestras tierras fue la Biblia, como una de las poderosas armas de la conquista.

–Ah, carachos –se iluminó el Tío–. ¿Y por qué se dice eso?

–Porque la Biblia fue usada como un símbolo de dominación y poder. La anécdota de la conquista del imperio de los Incas nos da la respuesta. Según el cronista Garcilaso de la Vega, cuando Atahuallpa hizo su ingreso a la plaza de Cajamarca, en medio de una multitud y un aparato ceremonial esplendoroso, lo recibió el fraile Vicente Valverde, el mismo que, por intermedio del intérprete Felipillo, le explicó las intenciones del Rey de España y le entregó el libro sagrado. Atahuallpa tomó el objeto en la mano, lo hojeo, lo agitó cerca del oído y, al comprobar que no sonaba ni tenía voz, lo arrojó por los suelos, como quien no quiere someterse a los caprichos de otro soberano ni a los designios de un Dios desconocido.

–¡Qué interesante! –exclamó el Tío–. ¿Y cómo reaccionó el frailecito ante la irreverencia del Inca?

–Los cronistas cuentan que casi se le saltaron los ojos y que, alzándose la sotana para correr mejor, se retiró gritando: “¡Sacrilegio! ¡Sacrilegio! ¡Sacrilegio!”.

El Tío se partió de la risa. Pero a punto de amainar su ronca voz, y viéndolo enrojecer de júbilo, le dije en serio:

–Lo grave es que Atahuallpa arrojó la Biblia por ignorancia y no porque sabía que el libro contenía la palabra de Dios, las profecías y los evangelios. Los conquistadores, horrorizados por la actitud pecadora del Inca y dispuestos a imponer su religión a sangre y fuego, irrumpieron a galope de caballos y entre estampidos de cañones y arcabuces. Así es como el imperio de los hijos del sol, desde el fatídico encuentro con los hombres enfundados en armaduras de hierro, quedó atrapado entre la cruz y la espada. Así también comenzó una nueva historia y el ritual de dominación mediado por el libro, cuya palabra escrita, además de ser una forma de comunicación, es una herramienta del conocimiento convertida en poder.
 
–Ahora entiendo mejor –dijo el Tío, con una ráfaga de lucidez sobrenatural–. Si el conocimiento es poder, entonces el libro es su mejor instrumento.

–Algo más –aclaré–, los libros, por medio del poder de la palabra, son armas contra la ignorancia y la incultura.

–No estoy muy de acuerdo con esa afirmación –irrumpió el Tío–. Los habitantes del imperio incaico no eran ignorantes porque carecían de libros. Eran sabios en lo suyo, como yo que, con libros o sin ellos, provengo de la tradición oral. Gran parte de mi vida corresponde a la memoria colectiva de los vencidos, quienes recién están reescribiendo la historia oficial para dar mayor espacio a su propia versión. Por eso mismo, quiero que oficies como mi escribano, para que contribuyas a dar un vuelco a la historia oficial escrita por los vencedores y saques a relucir la versión de los vencidos. Por lo demás, como nunca necesite de la palabra escrita, te sugiero que te quedes con tus libros, con esos mamotretos que pesan más que la pata de un muerto y adornan los estantes de tu biblioteca; mientras yo, como todo sabio entre los sabios, me quedaré con los cuentos, las fábulas, los mitos y las leyendas de la tradición oral, que también constituyen una fuente de sabiduría de las civilizaciones precolombinas que desconocían la Biblia, que de seguro es el libro de los libros.

Me quedé callado ante el brillante razonamiento del Tío, hasta que él, con el rostro encendido por el fuego de sus ojos, me lanzó una pregunta inesperada pero necesaria:

–Después de la Biblia, ¿qué otros libros llegaron a nuestras tierras?

–No sé exactamente –contesté–, pero sin duda llegaron pergaminos escritos con tinta y algunos libros empastados en cuero, como llegó el Quijote de la Mancha, no cabalgando en su Rocinante, sino en las carabelas y las alforjas de quienes veían a conquistar el llamado “Nuevo Mundo”, ávidos de riquezas y de gloria.

El Tío me miró con un gesto de duda, se rascó la barbilla y asistió:

–Ahora me puedes decir, ¿cómo evolucionó el arte de la escritura y de la imprenta?

–Es una larga historia –le dije–. Los hombres primitivos no conocían la escritura. Su lenguaje era únicamente oral y se expresaban por medio de dibujos simples. Pero la escritura con imágenes era complicada, pues requería demasiados signos para ser entendida y su aprendizaje era lento. De modo que los escribanos como yo, conscientes de que en todo idioma existen palabras difíciles de representarlas con dibujos, se vieron obligados a inventar grafemas para significar los distintos sonidos del alfabeto. Con el transcurso del tiempo apareció la imprenta, capaz de imprimir muchas copias sobre el papel. Su invento se le atribuye a Gutenberg, quien, asociado con Johann Fust, publicó la Biblia latina a dos columnas, en 1455, y perfeccionó en Estrasburgo el proceso de impresión con tipografía móvil, dándole a la imprenta un desarrollo considerable, hasta llegar a la prensa de rodillo y al uso de las rotativas, que en la actualidad consiguen imprimir grandes rollos de papel en poco tiempo.

El Tío escuchó sin interrumpirme un solo instante. Así que, como pocas veces, aproveché para seguir con mi cotorra: 

–A estas alturas de la historia, cuando todas las sociedades están inundadas de libros, es difícil imaginar que primero fue la palabra, y la palabra fue Dios, pues el torrente de publicaciones parece indicar que su inicio no está en la creación del mundo, sino en un cataclismo intelectual más espectacular que el mito de Babel, donde el lenguaje de los hombres fue confundido por castigo divino.

–¡Ya, déjate ya de macanas! –prorrumpió el Tío–. Tú metes a Dios hasta en la sopa. ¿O me dirás que también está entre los libros que tratan sobre mí vida? Mas bien dime, ¿por qué se celebra el Día Mundial del Libro cada 23 de abril?

–Porque es una fecha para reflexionar sobre el invalorable aporte del libro al patrimonio cultural de la humanidad y para recordarles a los gobernantes y gobernados que, a pesar del galopante desarrollo de la cibernética y las ediciones digitales, el libro impreso seguirá siendo el pilar fundamental del conocimiento, la educación y la reflexión crítica.

–¡No te he preguntado eso, carajo! –levantó la voz el Tío–, sino por qué un día 23 y no otro.

–Ah –reaccioné inmediatamente, como pateado por una corriente eléctrica–, porque en esta fecha nacieron o fallecieron grandes figuras de la literatura universal, como Miguel de Cervantes, William Shakespeare, Garcilaso de la Vega, Maurice Druon, K. Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla y Manuel Mejía Vallejo, entre otros. Y en homenaje a ellos se celebra el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor desde 1996, impulsado por la Unión internacional de Editores y la Unesco...

El Tío se quedó pensativo, como reflexionando en la real importancia del libro. Poco después, con la mente iluminada por la sabiduría, clavó su mirada de fuego en mis ojos y ordenó:

–Ya puedes retirarte. Otro día pensaré cómo escribiremos la Biblia del Diablo.

Me retiré extrañado de que el Tío, quien lo ve, lo oye y lo sabe todo, desconociera algunos detalles de la historia del libro. O, simplemente, a modo de poner a prueba mis escasos conocimientos, dejó que respondiera sus preguntas como si me tomara un examen oral.

                                                 
* Dios y diablo de la mitología andina. Los mineros le temen y le rinden pleitesía, ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.

 

 

 

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