“La patria que construiremos mañana ya está en el pasado y no existe”.
Notas para la presentación de La patria asignada (2010) de Víctor Munita Fritis
Santiago: Cuarto Propio, 98 pp.
Por Arnaldo Enrique Donoso A.
b. En esta misma casa que aún no conocemos
sigue abierta la ventana que olvidamos cerrar
c. En esa misma casa, detrás de esa misma ventana
se baten todavía las cortinas que ya descolgamos.
Juan Luis Martínez
Para escribir este trabajo leo apuntes, impresiones de otros cinco lectores de La patria asignada.
Esos apuntes me apuran a avanzar una idea: cada lectura levanta una ficción que no pertenece a nadie más que al que lee.
O sea, cada vez que alguien presenta por escrito sus impresiones no habla realmente del libro de X o Y, sino de una versión imaginaria de lo leído. No digo nada nuevo, sólo que la lectura es fascinación. Con esto ya me he desviado. Ahora vuelvo al cauce y quiero pensar como funciona el libro de Víctor Munita.
Si hay algo que destacar en La patria asignada es que, por una parte, los poemas se conectan con el exterior, con flujos de vida, con pasadas por una marginalidad más visible que en Pensión completa (2008), libro anterior de Víctor. En adelante, a este modo de hacer le llamaremos literatura menor; por otra parte, si en Pensión completa (2008) se adoptaba la voz del anacoreta parriano, ahora, en La patria asignada esa figura se borra para hacerse más radical. Explicaré esto más adelante, pero no me resisto a entregar la conclusión: la escritura de La patria asignada está en la utopía.
Decir literatura menor implica decir también lectura menor
El concepto de literatura menor no es particularmente un juicio valorativo. Se supone que una literatura menor es aquella que hace una minoría. Es el uso o tratamiento de una lengua como forma de distorsionar sus funciones oficiales o institucionales. Es hacer mutar una lengua en forma intensiva (a propósito, sería bueno comenzar a gusta trabajar con las palabras intención, con ce, e intensión, con ese, para hacer notar que hay una voluntad y una potencia en proceso).
Así, una lengua es menor en el sentido que dicha lengua no es asignada sino elegida y perlaborada.
Me detengo para explicar qué quiere decir eso de perlaborada en el contexto de esta presentación: visto en grueso, perlaborar se entiende aquí, toscamente, como elaborar e integrar positivamente un pasado traumático.
Para mí, en La patria asignada lo menor no es sino una conexión con una zona de tercermundismo o con modos de decir del tercer mundo. Este tratamiento es profundamente afirmativo, al contrario como se pudiese pensar.
Corresponde expandir el concepto de literatura menor. Esta se conecta valiosamente con otras prácticas menores del pasado, cosa que no pasa en este régimen multinacional que funciona siempre con la noción de lo nuevo. Lo mejor es lo nuevo. Y acordémonos de que los chilenos borramos todo.
Vuelvo a lo que puede resumirse en una sola frase: en una escritura menor existe una resistencia representada a través de la escritura, o siguiendo la proposición de Foucault una “insurrección de los saberes subyugados”.
Pero, sólo hay literatura menor toda vez que hay una lectura menor (aquí se supone que una lectura menor es aquella que hace una minoría) y me desplazo en ese espacio que no es de una elite sino una posición política. Despejo así cualquier suspicacia.
He aprendido a leer perlaborando.
Me muevo en el mismo espacio de quien escribe para probar una genealogía y un lugar como lector, que me arrogo por haber nacido el mismo año que Víctor Munita, en 1980.
Mi lectura es, entonces, una lectura menor.
El que la tiene hecha, la sospecha
Me pongo una trampa.
Voy a poner en cuestión esa regla que dice que lo menor se conecta con prácticas menores del pasado, porque he caído en la cuenta que la práctica de una literatura minoritaria hoy se ve atravesada por una la conversión del pasado en objeto para el arte y que toda enunciación llega al museo de la tecnocultura. Por supuesto que este proceso propone una perspectiva temporal compleja que en la poesía chilena más bien funciona en contra y en sincronía con los flujos económicos y otras esferas del arte, como la publicidad.
Por ejemplo la nostalgia por los 80’ y los 70’ en el ámbito de los media y en el ámbito de la economía del retail (del detalle, no sé poleras, discos, relojes murales, cubos rubik, etc.) se ha desplazado ostensiblemente a la poesía chilena de las últimas dos décadas (más visible en la última). He reflexionado al respecto y me parece que las más de las veces los poetas hacemos de los hechos históricos una representación cercana al drama en nuestros poemas y no una real problematización de la verdad o la potencia de las prácticas artístico-políticas.
Hace tres años escribí un poema sobre la muerte de los hermanos Vergara (con minúsculas para hacer notar el carácter menor y bla bla bla) y esa escritura me resulta ejemplar en la dirección que he tomado. Quiero decir que se quiere sumar potencias en poesía no vale hacerse la víctima ni el loco pillo (algo así como el Martín Rivas de la poesía chilena). Es por eso que aprecio Las ciudades de agua (con esos versos en que echa por tierra el mito del héroe del arte de la dictadura) o la canción “Video killed the radio stars”, de The Buggles, pues actúan en la arena poética sin perder verdad ni potencia.
En La patria asignada esta condición de literatura menor, de reescritura de “saberes subyugados” o de caracteres oprimidos se propone como modo de estresar los discursos oficiales (digo estresar como quien dice poner en crisis, o desgastar).
Otra vez Foucault: un régimen de poder también prepara su resistencia.
Si el libro de Víctor Munita no habla de todo eso, entonces no entendí nada.
El niño como devenir. Los niños jugando play en el desierto
“La imaginación del poeta está cercana a la del niño”. Eso lo he oído más de un par de veces. Veremos si esto tiene que ver con la perlaboración y si en verdad se pueda comparar la imaginación de los poetas con la de los niños.
En la tv veo un spot, un comercial televisivo (lo pueden buscar en internet, para que sepan de lo que hablo) de la consola PlayStation 3 de Sony. El eslogan en cuestión es “Vive en estado play”: como correlato se ve en el spot la enorme cabeza de un niño rubio sobre un cuerpo pequeño, pero con ropas y ademanes de adulto. La empresa Sony lo ve así: “El ser humano ha generado gran tolerancia a su capacidad de asombro, dejando que el entusiasmo se desvanezca rápidamente y dando lugar al aburrimiento […] es importante comunicar la constante posibilidad de vivir un estado exaltado de emoción que sólo la provee el sistema PlayStation 3,” dice Mark Stanley, gerente general de PlayStation para América Latina. Esto me recuerda a Guattari cuando escribe “hay infantilización de las producciones de subjetividad, con la binarización [… de los] mensajes”. Sin duda, Guattari se refiere a la infantilización por las herramientas informáticas y de entretención.
(Estoy escribiendo con mi teclado en español en Windows 7 y el Microsoft Word 2010 me acepta la palabra compuesta PlayStation sin marcarla como error de ortografía, pero me marca otros errores como perlaboración, poleras, Guattari, binarización, lárica y Munita).
Tanto en el eslogan como en la declaración de Stanley se destaca la palabra estado, que refiere no a una identidad, ni a una experiencia definitiva, sino a un proceso. Esto lo voy a ligar con la imaginación poética. Reduzco las líneas que inician este apartado: “La imaginación del poeta es como la del niño”. Quien piense la palabra como a la manera de una comparación no está entendiendo nada.
Veamos.
Si bien la poesía lárica y una buena parte de la poesía mapuche trabaja con la niñez y de los saberes oprimidos, considero que hay un paralelo más cercano a mi proposición en el proceso de infantilización de la sociedad, a manos de la tecnocultura, con el verosímil discursivo de la poesía chilena contemporánea.
Por ejemplo, la escritura de Paula Ilabaca (con “la niña” de la ciudad lucía, 2006), de Alejandra del Río (con “Simultánea y remota” de Material mente diario, 2009), Diego Ramírez (El baile general de los niños, 2005), Pablo Paredes (“El barrio de los niños malos” de Frío en la noche latina, 2005; Peter Punk), Gonzalo David (las visiones de Superhéroe, 2009), y otros, se mueven como contra de esa infantilización estúpida y formulan espacios más ricos y significativos para la reflexión sobre la cultura.
Por supuesto que si apunto esta idea es porque el libro de Munita atiende a ese flujo constante de viajes a otros estados. Se puede devenir niño. No sé si queda más claro si digo que a través de la poesía puede emerger una alianza o contagio con un otro muy diferente a lo que se es, por ejemplo, un niño. En La patria asignada se manifiesta esa evolución en una voz y un lugar de esa voz: la ficción de la infancia. Es así como pasado y niñez se convierten en pura intensidad (“estado exaltado de emoción”, como dice nuestro querido Mark Stanley de la Sony), con la diferencia que en el trabajo de los poetas que he nombrado dicha intensidad infantilizada se concibe como proceso crítico a los sistemas de representación social, superando la mera representación de un sujeto de clase —que de donde vengo se llama el poeta manipulador revolucionario: autosuficiente y narcisista.
La patria asignada está plagada de ese devenir niño. Siendo niño el poeta se conecta mejor con las zonas del tercer mundo.
Todos esos devenires niño que aparecen en los poemas de Munita no se encuentran en un estado play postindustrial, que representa a la infantilización progresiva y sin elección, sino que se ubican en un devenir niño fuera del ámbito de la no carencia: esto es, un estado play-traumático que adquiere un valor colectivo en poesía, es decir, una potencia política.
Nuestra forma de ser modernos: la utopía
Escribir es un proceso. Leer es un proceso. En ambos se pasa a estar en el cuerpo de otra persona (es un decir). Escribir y leer son estados donde no se es ni tú ni yo, sino él. Eso lo sabe de sobra Víctor Munita. Estoy cautivo de la ficción revolucionaria que plantea La patria asignada. Pero advierto nuevamente que hablé del libro que imagino y no del que realmente leí. No sé si coinciden. Ten mi abrazo, Víctor, te deseo muchos lectores y agradezco la honestidad de tu palabra en este Chile neoliberal, con niños flacos jugando play en el desierto.
Reconozco en tu libro una cara: la de la utopía.
Alianza Francesa, Chillán, 14 de enero de 2010.