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Perras románticas

Por Vicente Montañés
Publicado en Las Últimas Noticias. 6 de agosto de 2022



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Tuve dos perras de niño: Furia y Rápida. Suena mejor Rápida y Furia, pero la bionarrativa exige una cronología veraz. "Veraz" y "cronología" son conceptos debatibles: basta leer —apenas un ejemplo— los textos que con tanto empeño sacralizan los seguidores de la Cruz. Empeño decreciente, se diría.

En ellos casi nada calza, tal como señaló a otro respecto Patricio Bañados, hablando en la legendaria franja del No, plebiscito de 1988. "Algo no cuadra", decía ese maestro de la dicción al ver que la efigie del autoinvestido Capitán General se descomponía en la pantalla como un rompecabezas incongruente. Y así quieren, también, que creamos que hace dos milenios un crucificado le dijo en voz alta a su padre etéreo: "¿Por qué me has abandonado?".

Volviendo a mis perras, verdaderas diosas de la infancia animista, detecto con horror que sus nombres sumados coinciden con el de una saga cinematográfica de autos a toda velocidad. Maldita sea.

No hablaré de la morfología o los ladridos de Furia y Rápida. Sí de incongruencias nominativas: al interactuar con Furia sobre el pasto que me teñía la polera, no pronunciaba yo su nombre mitológico —tragedia: ambos canes-hembra se extraviaron y lloré muchísimo—, sino que yo la llamaba voceando: "¡Yiu-yiu!". Exclamación operativa o nombre sustituto, de esa distinción dependerá la mayúscula. La memoria es truhana: ahora creo que Yiu era nuestra manera (mi hermano y yo) de llamar a Rápida, no a Furia. Y el afectuoso vocativo de esta era otro: Piyira. O sea, Furia = Piyira, y Rápida = Yiu. Lo único claro es la hegemonía de la "ye" como consonante enternecedora.

En novelas y películas, otros animales se civilizan y, vista la opción, esclavizan a los humanos. Primer candidato, el chimpancé. El próximo año, me tinca, los bonobos harán su ingreso orgásmico en la literatura. Atención: ya la novela Ciudad, de Clifford Simak, describió una civilización de perros: para ellos, éramos antediluvianos.

Jonathan Swift imaginó a unos caballos nada burros que nos daban waraka intelectual. No sé si ese relato es o era o fue ciencia-ficción. Sí lo son aquellos innumerables que desde hace mucho rato juegan con inteligencias artificiales que ya no son ficción.

El cuerpo humano corre hacia su extinción envenenando la naturaleza. El cerebro humano maquina su extinción ideando robotizaciones. Cuerpo y mente sabemos que son lo mismo. El intestino maneja no sé cuántas neuronas y ahora dicen que el corazón tiene su propio cerebro, literalmente. Serán esas las razones de la sinrazón de la vuestra fermosura y no sé qué otras sinapsis que animaban al Caballero de la Triste Figura.

"Yiu-yiu", digo en sueños y vuelvo a ver a la ágil —y en externo rápida— cocker spaniel de pelaje negro que corría en incansable circuito por un amplio patio de Ñuñoa. Ni imaginábamos el golpe del 73. Años después, en aquel mismo 1988, iba a nacer mi hija y moriría Enrique Lihn. Hoy nos aguarda a vuelta de mes otro plebiscito: ¿romperemos por fin un cascarón o todo será un eterno retomo?

 



 



 

 

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Perras románticas
Por Vicente Montañés
Publicado en Las Últimas Noticias. 6 de agosto de 2022