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Muecas del padre joven

Por Vicente Montañés

Publicado en Las Últimas Noticias, 15 de mayo de 2021



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Un día muy lejano, en Londres, mi padre manejaba —por la izquierda— una moto ya mítica en mi imaginario. Ignoro la marca. En una esquina ocurrió alguna desinteligencia con un conductor cuyo automóvil disputaba el cruce. ¿Obstrucción involuntaria y brusco frenazo? Ni idea. El otro, aferrando su volante a la derecha, dedicó a mi padre joven una mirada chispafuegos, plena de irritación no flemática, aunque si británica.

En Londres, creo, se tomaba el té sin azúcar por las restricciones de posguerra. Corría 1955, año de enorme relevancia en la historia del mundo. Tal vez mi padre no haya incurrido en una mala maniobra, y la furia del conductor inglés se debiera —la hipótesis es interesada— a esa falta de glucosa en las venas: mal genio y mareos, ya se sabe. Si, mera especulación.

En los viajes por la campiña inglesa, o bien al otro lado del Canal de la Mancha, en el famoso continente del que hoy, por desgracia, se ha desvinculado el Reino Unido, yo enfrentaba el viento en brazos de mi madre. Parapetados ambos, con gorros y bufandas, en un sidecar, rodante cubículo de época adosado a la moto. Hoy descontinuado: no se lo ve ya circular. Y tampoco a los motorizados bipersonales marca Isetta o Messerschmitt, que en las calles de Santiago —unos años más tarde— merecerían apodos infamantes que no revelaré.

Volvamos al aspecto humano. En esa esquina, el conductor del auto comenzó a increpar de viva voz a mi padre joven. Gritaba en el interior de su cabina. No sé si mi padre oía sus palabras. Puede que no. O quizá no entendía bien el inglés. Mas no se amilanó: comenzó a mover los labios sin emitir sonido alguno. ¿Fue un arranque de dignidad latinoamericana? ¿Aprovechó un hermoso momento de semiótica experimental que el destino le deparaba? ¿O sólo acudió por instinto, con economía de medios, a las posibilidades contestatarias de su anatomía facial?

Muecas silenciosas, virtualmente idiomáticas, que respondían a los improperios sonoros del otro. Éste, al ver que mi padre accionaba tan ostensiblemente su boca, se iba enfureciendo cada vez más. Es probable que proyectase en el de la moto una vasta imaginación léxica. Seamos sinceros: ¿quién no, en esas circunstancias?

Se le acaloraba el cutis. Contraíanse sus sienes. Se erizaban sus pelos y él vociferaba, ofendido hasta la jaqueca. ¡Y soltaba el volante (manubrio, decía yo de niño)! Su exasperación, intuyo tras reflexionar, no se debía ya a una torpe maniobra de aquel estudiante extranjero. Insondables son los pruritos del alma humana.

Mi padre murió hace unos días. Para ilustrar rasgos fundamentales de su carácter, narré este delicado episodio en el funeral. Con poca gracia, sin duda, pues no vi a nadie esbozar una sonrisa. Se me señaló, luego, que mi legítima decepción podía deberse a que todos portaban la mascarilla profiláctica. Sí, la mascarilla, elemento ya imprescindible que, sea en las veredas o en los parques fúnebres, nos vuelve a todos potencialmente bellos y bellas, a la vez que fácticamente inexpresivos.

 



 

 

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Muecas del padre joven
Por Vicente Montañés
Publicado en Las Últimas Noticias, 15 de mayo de 2021