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Voces de mi voz
, de Jean Jacques Pierre-Paul
Editorial Anagénesis, San Antonio, 2 edición, 2022, 95 páginas

Por Damaris Calderón Campos
Publicado en LA ANTORCHA MAGACIN, 24 de octubre 2023


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“No puedo hablar con mi voz sino con mis voces”, escribió Alejandra Pizarnik, poeta argentina, y también Jean Jacques Pierre-Paul, poeta haitiano, asume el río de la polifonía poética, existencial.  Esta parte desde las citas iniciales que encabezan el libro, provenientes de cuatro autores: una de Marco Fonz, México; otra, de Carlos Drummond de Andrade, Brasil; otra, de Xavier Oquendo, Ecuador; y otra, de Olga Orozco, Argentina. Lo que ya da, de entrada, una acogida tanto a la multiplicidad de voces como a los puntos geográficos diversos. En esta edición, que da cuenta de un viaje, de un desplazamiento humano, no puedo dejar de señalar la importancia y la eficacia de la trama entre poesía y gráfica, desde un mapa inicial donde aparecen el Caribe y Centro América, hasta la América del Sur, donde se desplazará el autor. También los mapas de Jacmel y Valparaíso, hasta el logro de la portada con el rostro de Jean Jacques en una escala de diagramación, conformado por montañas y paisajes, que sugieren tanto a un sujeto en construcción como a un cartel de un hombre que se busca.

Alrededor de este mapa inicial, ladeado, desplazado de su configuración original, están diseminadas las citas. En ellas, resumo, están: recoger el grito, aceptar el poema caído, amar hasta que el amor se haga filosofía o religión, sabiendo que estamos hechos de la misma sustancia del abismo.

Las primeras interlocuciones, pues, son con estas voces y estas citas. Ladear la geografía, desplazar el lenguaje de su sentido habitual. El poemario “comienza” con una presunta escena vacía y una puesta en escena, una dramatización, de la persona a la máscara trágica, cuestionando así la identidad en tanto máscara. Más atrás y sostenido en la voz del poeta, puede escucharse el dilatado grito del hombre negro, desde la colonización de África hasta hoy. Grito que Jean Jacques no sólo expresa y acoge sino que transmuta poéticamente y trata de encarnarlo, por sobre la barbarie, en la utopía concreta de la poesía.

“Ser poeta, en nuestros días, es querer con todas sus fuerzas (…) que ninguna faceta de la realidad humana se vea empujada bajo el silencio de la Historia. He nacido para contar esa parte de la Historia que lleva cuatro siglos sin comer”, ha escrito el poeta africano Sony Labou Tansi.

Jean Jacques, que “nació en Jacmel/ (…) donde los humanos nacen poetas/ y mueren exiliados o errantes”, y de Haití viajó primero a Cuba, y luego a Chile, ha asumido la errancia y la extranjería como una forma de abrirse al humano universal, más allá de discriminaciones raciales y fronteras, tendiendo puentes (la poesía como punto de encuentro) y colocando nombres que devasten las bombas de las guerras. El hombre negro, de cuya raza forma parte Jean Jacques, ha sufrido, con la colonización del Otro, el despojo de sus tierras, sus patrias, su identidad, la violencia, de cuyas formas parte el mirarlo como objetos, no como sujetos, sometidos. 

Ese hombre ha cantado su poesía, acompañado del látigo y también de la rebeldía. Viniendo de Haití, donde se produjo la primera revolución de esclavos y la creación de un Estado Independiente; de Haití que, contemporáneamente, nos dice Jean Jacques en su poema “La muerte de un país”, ha muerto y él también, pero no se puede salir de rodillas. Viviendo hace más de una década en Chile, el poemario atraviesa tanto el abismo de la extranjería en el país del Otro, como el de la propia frontera, intentando ser un “simple relato”, allí donde prima la suspicacia y la desconfianza ante el ajeno, desconocido. Su escritura es la de un extranjero (“llámame extranjero” repite en uno de sus poemas) que entiende la extranjería como una de las formas de los amores más difíciles y desafiantes.

Este extranjero, que resulta ante las miradas ajenas sospechoso, asume, dentro de la extranjería, la rebelión, la cual comienza por lo primero: el lenguaje: descolonizarlo y defender la territorialidad del propio cuerpo como espacio. En el poema “Notas para justificar una escena vacía” lo deja muy claro:

“Mi primera intención
ha sido dislocar mi viejo abismo
derrotar mi propio lenguaje”
(en tanto monológico y cerrado)


Creándose uno propio y cósmico, singular y universal, que no esté signado por ninguna de las condiciones geográficas donde ha vivido o vive, condicionado por ninguna patria ni lengua que someta:


“No seré poeta haitiano ni chileno
ni en lengua francesa ni española
No seré ni clásico ni moderno
sino múltiple y único (…)”


Ni haitiano ni chileno, ni en francés ni en español, y ya ese mismo pasar de una lengua a otra, ese trasvasije, es ya un flujo, una fuga, una búsqueda de libertad; no sólo una errancia verbal sino una apertura a las muchas lenguas; no a la restricción mordaza idiomática; no a la hegemonía sino a los vasos comunicantes del expresarse y del decir, que son una manera del ser.

Un extranjero que, a diferencia del de Camus, no se ciega por el mucho sol y termina matando; la rebelión de este extranjero es amar, amar al otro, amar a Chile, amar a los países por donde se transita. El poemario atraviesa temas como la migración y la raza; la revisión de los megarrelatos históricos; la construcción de las naciones; las patrias, que pueden ser palabras huecas si se llenan de héroes muertos, silenciados. Pasa por el lenguaje coloquial, por el lirismo, por lo anecdótico; recoge el lenguaje del abuelo, del padre, de la madre y el canto de sus ríos (la memoria); crea versos sencillos, diáfanos, que buscan la belleza al tiempo que la eficacia de la comunicación. Aprende que caminar y errar es el único destino. Y el ejercicio de la palabra poética como una resistencia. Y la rebelión del amor, como arma:


“Buenos días, Chile
vengo a contarte todo
vengo a amarte
y contra eso no podrás hacer nada
absolutamente nada”


Genera así, del abuso recibido, dicción, palabra, voz defensiva que se utiliza a manera de escudo, donde lo colectivo hace la luz reivindicativa:


“Tengo la boca llena de islas abusadas (…)
Perdí la mitad de mi vida
esquivando flechas
hasta que me di cuenta
que mi voz
tenía la forma de un escudo (…)
Hay tantas voces en mi voz
que no las puedo callar
No existe luz propia
todas las luces provienen
de algo o alguien”


Y si hay poetas escépticos, hay que decir que la poesía de Jean Jacques está llena aún de esperanzas y de sueños, de confianza en la belleza, en la palabra y en la poesía: por eso, la voz más hermosa es la “Voz compartida”, aquella que sabe que:


“(…) lo que no soluciona el pan
el poema lo reconoce
y lo vuelve a poner en la mesa”


Poeta isla que camina y que sabe que el caminar es colectivo, que morir es un acto colectivo y vivir también, ingresa “en el país del otro” para amarlo, derribando fronteras. Jacmel, símbolo, metáfora, es imán, es remembranza, sitio nutricio de la madre y del padre, de la infancia, impulso para el camino que sigue el hombre cósmico, ese que no quiere la perfección ni la impasibilidad de las piedras, ese que también es un abismo y grito negro y beso negro, haitiano. Quien habla en este libro “es la voz de una herida/ que obligaron a cerrar”. Libro anticolonialista que apuesta por el amor y la belleza, por la fraternidad humana sobre las razas y fronteras.

Voces de mi voz muestra a un autor que conoce lo que todo verdadero poeta sabe: que no se puede hablar sólo con su voz sino con las voces y que, cuando escribe, lo hace con la aspiración de convertirse “en un pedazo de cosmos”.


 

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"Voces de mi voz", de Jean Jacques Pierre-Paul
Editorial Anagénesis, San Antonio, 2 edición, 2022, 95 páginas
Por Damaris Calderón Campos
Publicado en LA ANTORCHA MAGACIN, 24 de octubre 2023