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“Vonnegut en calle Salta”.
Sobre la película Desayuno de campeones, basada en la novela de Kurt Vonnegut.

Por Martín Prieto
Publicada en revista Grandes Líneas, Rosario, 16 de abril de 2000




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Cada vez que quiero encontrarme con Vonnegut me largo a la calle Salta. Allí, a la altura del 2800, en la librería la Cueva, encontré Dios le bendiga, Mr. Rosewater, en una edición de 1977; allí también un montón de ejemplares de Buena puntería, de Emecé; allí la impresionante Madre noche, La pianola, Hocus Pocus, que no es tan buena pero que sin embargo empieza con un epígrafe que absuelve todos los errores de la novela y que dice: "Mientras exista una clase inferior, perteneceré a ella. Mientras haya un elemento criminal, estaré hecho de él. Mientras permanezca un alma en prisión, no seré libre". Allí también y mientras alguno de mis hijos se cortaba el pelo en la peluquería que funciona como un vonnegutiano anexo de la librería, encontré Pájaro de celda y Barbazul. Allá fui entonces un sábado con la noche cayéndonos encima. Pero esta vez, Vonnegut no parecía estar en calle Salta. Morris West, Stephen King, Rinconete y Cortadillo, del maestro Cervantes, y hasta un impensado ejemplar de Las carnes se asan al aire libre, de Oscar Taborda: pero no Vonnegut, nada. Y sin embargo, algo, un aire de esos encuentros casuales en cuanto a él y provocados en cuanto a mí, se disolvía en la atmósfera pesada del comienzo del otoño. Volví a revisar: Víctor Massuh, Canetti, la primera novela de Alan Pauls, pero no, ni siquiera un Buena puntería. Decepcionado, crucé Salta bajo una lluvia infinita que caía desde hacía por lo menos cinco días; dudé entre convertirme y no en uno de las parroquianos de El Muñeco que seguían las alternativas de Unión-Independiente por televisión, decidí que no y me zambullí en Ver Videos. Ahora necesitaba, como de una droga, un estreno. Pero es sábado, son las nueve de la noche, llueve, y los modernos avisados ya se llevaron Corre Lola, corre, los nostálgicos de cuarenta ya metieron en la bolsa Melody y Asterix, los porfiados que todavía no se dieron cuenta de que "cine argentino" es un oxímoron ya hicieron desaparecer Mundo grúa... y ya no hay más cajitas que tengan pegada la inquietante etiqueta verde: "estreno". O sí, una, allá. Creo leer lo que estoy leyendo, pero no quiero creerlo del todo, porque en caso de que no sea así, la decepción va a tener el tamaño de mi esperanza. Pero sí, leo bien: Desayuno de campeones.

¿Qué es Desayuno de campeones? Es una película que hizo el año pasado Alan Rudolph basada en una novela de Kurt Vonnegut que se llama igual. ¿Quiénes actúan en Desayuno de campeones? Bruce Willis, en el papel de Dwayne Hoover, un exitoso vendedor de autos de Midland City; Nick Nolte como su extraño gerente de ventas y Albert Finney como Kilgore Trout, un escritor marginal y maldito que se dirige rumbo a Midland para participar en un festival de arte, auspiciado por Eliot Rosewater, un excéntrico magnate del lugar. Suena bien, ¿no es cierto? ¿Por qué, sin embargo, casi ninguno de ustedes oyó hablar de esta película? Sencillamente porque se publicó directamente en video sin pasar previamente por las salas comerciales. ¿Y eso por qué? Bueno, podríamos arriesgar razones industriales, pero yo prefiero una que es de orden estético e inmediatamente industrial: porque la película es muy buena. Es verdad que hay películas muy buenas que habitualmente se ven en las salas comerciales. Pero se trata de películas muy buenas en relación a un parámetro conocido y estable: La momia es una muy buena película de aventuras en Egipto. Goldeneye, es una muy buena película de James Bond y casi todas las de Kiarostami son muy buenas películas de Kiarostami. El problema es cuando aparecen películas muy buenas, pero inestables; esto es que no se apoyan en un paradigma reconocible. Algo así le pasó el año pasado a Aprile, de Nanni Moretti. Pero esa vez los distribuidores adormilados la dejaron pasar. Algo así pasa en Desayuno de campeones, donde las tribulaciones de Dwayne Hoover en una ciudad en la que los habitantes sólo saben lo que aprendieron en la televisión —su mujer, de hecho, sólo mira televisión y su conversación es un montaje de slogans publicitarios—, el tormento de Harry Le Sabre porque cree que finalmente todos van a saber que en su vida íntima se viste de mujer y el resentimiento de Kilgore Trout porque ha publicado 200 novelas y 2.000 cuentos por los que no ha recibido un solo dólar, en una película en la que, sin embargo, ninguno de los tres es el personaje principal porque, como en toda obra de inspiración vonnegutiana, el personaje principal es "una cantidad de dinero", conforman un producto por lo menos singular y por lo tanto inestable, y entonces irreconocible en los modelos con los que cuenta el perezoso espectador de cine contemporáneo.

¿Y cómo es la cosa? Dwayne Hoover tiene mucho dinero, mucho prestigio y cuenta con todo el reconocimiento que puede brindarle su ciudad. Sin embargo, no es feliz. ¿Por qué? Porque su mujer es una suicida potencial que se la pasa mirando televisión, su hijo un freak que toca el piano al estilo Liberace y su amante-secretaria cuando se encierra a hacer el amor con él, también enciende el televisor porque le ayuda a relajarse. Una tarde, en un hotel, Hoover le dice a su amante que necesita que venga alguien de otro planeta a decirle algo que nunca escuchó. Y la mujer que, por supuesto, está mirando televisión, donde pasan un comercial del festival de arte, le recomienda: "¿Y por qué no uno de los escritores o artistas que vendrán a Midland?"

Kilgore Trout, por su parte, es un prolífico escritor que publicó casi toda su obra en revistas pornográficas. Un viejo que no tiene plata, prestigio ni reconocimiento y que un buen día es invitado a participar en un festival de arte de una ciudad cualquiera. Sucede que Eliot Rosewater, el auspiciante del festival, es un admirador suyo y puso como condición para financiar el festival que Trout sea su estrella. Es más: para convencerlo a Trout de realizar el viaje, Rosewater le envía un cheque de 1.000 dólares, del que a Trout lo despojan casi antes de salir. Igual va Trout, anticipando al personaje de Una historia sencilla, la película de David Lynch, atravesando a pie una Norteamérica horrible. En algún momento, una llanura blanca, nevada, un poco sucia, parece una cita lejana de un fotograma de Extraños como el paraíso de Jim Jarmusch. El encuentro entre Hoover y Trout parece entonces inevitable pero armado por el narrador con extrema paciencia, paciencia que funciona a contrapelo del ritmo vertiginoso y delirante con el que está narrada la historia.

Kilgore Trout finalmente llega a Midland, descalzo y atravesando un arroyo pestilente, y en un negativo de una novela balzaciana, mira a Midland y le dice: "Trátame como a una cucaracha. Deléitate mirando a tu miserable creador. Me has dado una vida que no vale la pena vivir. Pero mi espíritu prevalecerá".

En unos minutos, el encuentro de Hoover y Trout se producirá y llenará de sentido algunas proyecciones narrativas que hasta aquí podían parecer arbitrarias, o apenas delirantes.

Dejo al lector que se tome el trabajo que será un placer, de ver cómo se resuelve el enigma de la película.

Antes de despedirme, me gustaría decir, sin embargo, dos cosas más. Una: nunca encontré en La Cueva un ejemplar de Desayuno de campeones, por lo que no sé si es ésta una versión fiel o infiel de la novela. Tampoco me importa. Si; en cambio, me importa que el espíritu Vonnegut es omnipresente en la película y que borra cualquier atisbo de espíritu Alan Rudolph que pudiera haber. Dos: en un momento dado de la película el escritor Trout cree encontrarse con El Creador, y le dice: "Dame el premio Nobel, o un editor respetable". Premio Nobel, Trout, se da uno por año. Pero editor respetable no hay.

 

 


 



 

 

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