“Para mí los escritores eran máquinas hechas en otro planeta”
Por Guillermo Martínez
Clarín. Buenos Aires, 28 de Octubre de 2012
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Conocí a Valeria Tentoni a partir de una antología de Ediciones Outsider que reunió a escritores de distintas generaciones, con la idea siempre feliz de incluir autores jóvenes e inéditos. El cuento que publicó allí, “La culebrilla”, era una carta de presentación poderosa, imposible de pasar por alto. Ahora acaba de aparecer su primer libro de relatos, El sistema del silencio, que revela a una escritora ya constituida, con un mundo propio perturbador y una escritura original y arrebatadora. Una escritora verdaderamente joven que, por suerte, no reniega de las lecturas ni del bagaje intelectual.
–Escribiste durante mucho tiempo poesía. ¿Cómo fue la transición a escribir en prosa?
–No puedo decir que me pasé a la narrativa; el orden de las publicaciones parece mostrar ese recorrido, pero siempre estoy con algún proyecto de poesía y otro de narrativa, en paralelo. Empecé escribiendo cuentos, de chica, como un juego. Mi mamá nos leía todas las noches a mi hermano y a mí. A la hora de la siesta yo me sentaba frente a la máquina de escribir del estudio de mi papá, que estaba en el garage de casa, y tipeaba. Dejaba espacios en blanco entre párrafo y párrafo para que mi hermano ilustrara las historias con crayón. Poesía empecé a escribir en la adolescencia, pero fue lo primero que se publicó.
– ¿Qué llevás y qué abandonás en el pasaje a la narrativa?
–Las preocupaciones son distintas. En narrativa tengo que estar atenta para no entorpecer el curso de la historia con eso que Clarice Lispector llamaba “el goce de las palabras de las cosas”. De todas maneras, me interesa que ese límite esté borroneado, siempre y cuando el texto siga funcionando.
–En tus cuentos aparece con recurrencia el tema familiar con sus conflictos y oscuridades y también una aguda conciencia de los personajes sobre lo corporal. ¿Hay núcleos temáticos deliberados?
–Me interesaba trabajar el cuerpo como primer escenario de las historias, que la voz estuviese más ahí que en cualquier otro lado. Intenté que tuviesen su sexualidad expuesta, creo que higienizar en ese punto resta densidad a los personajes. La familia me interesa como núcleo de tensión, con sus pequeñísimas fuerzas centrípetas. Quise apuntar a las agresiones diminutas que se hacen y se toleran las personas, los ataques silenciosos. Si lo dijese con un título tuyo, los “crímenes imperceptibles”.
–Clarice Lispector es una influencia reconocible en tus cuentos, muy bien asimilada. ¿Cuáles otros autores fueron importantes?
–Creo que fue Kafka el que dijo algo así como que hay que merecer las influencias. En este sentido, me resulta un poco difícil nombrar autores. Sí puedo decir que Lispector me dislocó cuando la empecé a leer. Admiro la potencia, la topadora en la que se convierten sus libros, la confección de sus personajes. Me gusta mucho Juan José Saer, su manera, sus operaciones sobre el tiempo y la luz. Liliana Díaz Mindurry es otra autora que me interesa, especialmente en su fijación sobre lo indecible y la búsqueda de perturbación. Encuentro un forcejeo con el lenguaje, en ellos, que me atrae como procedimiento. También está Alberto Laiseca, a quien quiero mucho y admiro; algunos de estos relatos empezaron a escribirse en su taller. Y Juan Filloy, ese desaforado exquisito que me hubiese encantado conocer en persona. De los escritores recientes, me encanta lo que está haciendo Fernanda García Lao, sus libros me parecen selvas poderosas. También Mariana Enríquez y Daniela Tarazona, con su novela El animal sobre la piedra. Hay dos autoras de las que me cuesta mucho conseguir obra pero que me enloquecen; Yumiko Kurahashi y Jamaica Kincaid.
–Naciste en Bahía Blanca pero estudiaste Abogacía en Buenos Aires. ¿Algo de esta transición entre ciudades pesó en tu manera de escribir o de pensar la literatura?
–Sí, me fui de Bahía Blanca a los dieciocho y hasta ese momento no pensaba que la literatura podía llegar a ser un lugar para mí. Escribía todo el tiempo, pero no hacía nada con eso. Para mí los escritores eran máquinas hechas en otro planeta. Así que me inscribí en Abogacía. Alguien me recomendó que me anotara en Teatro. En esas clases aprendí cosas que uso para escribir ahora, hay muchas herramientas de lo actoral que me sirven para pensar los personajes. Un día se nos ocurrió con una amiga buscar algún café literario y terminamos en un ciclo que aún se hace, Alejandría, en una mesa con chicos unos años más grandes que nosotras, demasiado jóvenes para lo que yo tenía como representación de un escritor, que estaban publicando sus primeros trabajos. Ricardo Romero, Ignacio Molina, Lucas Oliveira, Natalia Moret, Juan José Burzi, por nombrar algunos. Eso me noqueó; conocerlos habilitó en mí, de alguna manera, la posibilidad de intentarlo también. Ahora estoy viviendo de nuevo en Bahía Blanca, donde hay mucho movimiento, buenas cosas sucediendo a nivel creativo. Luis Sagasti y Mario Ortíz, por ejemplo, son dos autores que me fascinan y viven ahí. De todas maneras, vengo mucho a Buenos Aires. Nunca me siento en casa hasta que acomodo la biblioteca. Donde están mis libros está mi casa. Ahora están en Bahía.
–Pude leer tus artículos sobre Literatura y Derecho en el blog de Eterna Cadencia, con la discusión de varios escritores que fueron también abogados. ¿Percibís alguna influencia de las formas de pensar y de escribir en el Derecho en tu propia escritura?
–Tuve un profesor extraordinario que me acercó lecturas en este sentido, Claudio Martyniuk. Vengo haciendo, desde hace un tiempo, marcas en todo lo que leo, cuando ubico algún punto de contacto entre el Derecho y la Literatura. Mi idea es ir desde la Literatura hacia el Derecho y no a la inversa. Está en lo que escribo, aunque no siempre de manera consciente.
El sistema del silencio es un título que le robé al Derecho.
–¿A qué remite?
–Lo saqué de una nota al pie en un tratado de Derecho Administrativo. Es un sistema de presunciones que opera a partir de la inacción o la falta de respuesta del Estado ante un reclamo. Me atrajo esa idea de la omisión que echa a andar un aparato de efectos. La idea de ficción jurídica, que habilita el avance de los procesos, de las historias. Tengo otro libro de poesía con título jurídico, Ne bis in idem. Un poco me divierte la idea de que alguien lea los títulos y, esperando obras de Derecho, se encuentre con relatos y poemas.
–¿Cuál es el próximo libro en el que estás trabajando?
–Una novela en la que también hay algo del Derecho Romano. Es una historia que tiene como escenario predominante la ruta, y la música que el personaje principal escucha mientras maneja. Quisiera trabajar un poco las ideas de simetría y duplicación. Está en proceso, todavía.