PÁJARO EN EL PALO
Breve entrevista y selección de poemas de Horacio Fiebelkorn
Por Valeria Tentoni
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Horacio Fiebelkorn nació en La Plata en 1958, pero actualmente reside en Buenos Aires. Su último libro, Pájaro en palo –una antología personal en la que rescata poemas de libros anteriores y los conjuga con una serie de inéditos– acaba de publicarse en Maldonado, Uruguay, por la editorial Civiles iletrados.
Cuando Fiebelkorn recita sus textos lo hace casi susurrando. Como si el volumen pudiese lastimar los silencios del poema. Como si el poema fuese algo que está ahí de a poquito; una pluma que cae sin el apuro de la gravedad.
Esa misma delicadeza aparece en la selección de este ejemplar. Tan solo un puñado de poemas de libros enteros volvieron al papel con Pájaro en el palo. «Por lo pronto, necesito admitir algo: al día de hoy, no me gusta todo lo que hice», confiesa.
Y sigue: «Empecé a darme a conocer en los primeros 80, pero no me sentía cómodo en el rol de ‘poeta joven’. O sea, las lecturas en la SADE [Sociedad Argentina de Escritores] local, las palmaditas en la espalda, el boletín de calificaciones, ¿no? ‘Continuá así, tenés condiciones’, y toda esa mierda que me enfurecía, a punto tal que permanecí inédito durante mucho tiempo, una rebelión implosiva que incluyó períodos largos en que no escribí nada. Cuando releo poemas de los primeros libros –y empecé a publicar ya de grande, a los 39– encuentro una violencia verbal que de algún modo se hacía cargo de lo que era mi vida en los años 90, que no fueron muy gratos. Pero esa violencia venía de una cuestión existencial directa, no de un programa estético, que no lo tengo ni tendré. Además, venía como muy peleado con una zona de la tradición poética platense, muy ñoña y sentimental. Así las cosas, me sucedía a menudo que la voz atropellaba a la escritura, y el resultado eran poemas que en un primer momento podían parecer muy potentes, de alto volumen, que llamaban la atención en las lecturas con micrófono, pero simplemente eran intensos y gritones y se caían a pedazos. Con idas y vueltas, terminé de saldar ese asunto a solas, o con la lectura atenta y sin concesiones de algunos amigos, y con el diálogo continuo con la obra de autores que me interesan. Pájaro en el palo, que surgió a raíz de la propuesta generosa del poeta y editor uruguayo Luis Pereira, que además es un gran amigo, es una mirada actual sobre todo lo anterior, un recorte depurado. Rescaté, de mis dos desparejos primeros libros, aquellos textos que todavía aguantan una segunda lectura. Del tercero, Elegías, incluí aquellos que funcionan por sí solos fuera del libro».
La música que ahora tanto cuida en sus poemas, como un padre amoroso y paciente, tuvo también mucho que ver con sus inicios en la poesía: «Uno empieza a escribir a la edad en que aprenden todos. Solo que el resto deja de escribir, y uno sigue escribiendo. Como a muchos de mi edad, y sobre todo los que no venimos de hogares de intelectuales o gente con bibliotecas en casa, el veneno inicial fue inoculado por Luis Alberto Spinetta en su etapa de Almendra, siguió con Pescado Rabioso e Invisible, y a través de él llegué a Rimbaud, y salté a los beatniks, a César Vallejo y una caravana de autores que continúa al día de hoy».
«A mis 20 tenía más deseos que herramientas, más pretensiones que experiencia, y una lectura desordenada y emocional. Podía quedar pegado por igual a un poema de Dylan Thomas que a uno de Gelman, Olivari, Urondo, Juana Bignozzi, Drummond, Desnos u Osvaldo Lamborghini, pero no tenía manera de procesar toda esa información y entender dónde estaba parado y hacia dónde quería ir. En ese momento, año 82, por ahí, fue muy importante para mí el contacto con el primer poeta platense de los buenos que conocí, que es Néstor Mux. Una gran persona, además. Los poemas de su libro Perros atados fueron una invitación a bajar a tierra y considerar el oficio desde otra perspectiva. Mucho después tomé contacto con otro gran poeta de La Plata, aunque nacido en Ensenada, Horacio Castillo, con quien trabé una relación muy amistosa y cordial en sus últimos años. Y aprecio igualmente la poesía de otro autor platense, ya mayor, que es Horacio Preler. Paralelamente a todo eso, a principios de los 90 me crucé con el equipo que editaba en Buenos Aires la revista 18 whiskies, y a través de ellos, con la obra de Leónidas Lamborghini, Manrique Fernández Moreno y Ricardo Zelarrayán, por mencionar algunos. Y en La Plata mantenía un diálogo permanente con Mario Arteca, Carlos Ríos, Anahí Mallol, Carlos Martín Eguía y Gustavo Caso Rosendi. Al mudarme a Buenos Aires, hace diez años, se agregaron Martín Rodríguez, Alejandro Rubio, Rodolfo Edwards, Juan Desiderio y Sebastián Morfes, entre otros. Mi idea de lo que serían ‘mis contemporáneos’ es un poco diferente de la que se empezó a manejar en los 90. O sea; algunos piensan como ‘sus contemporáneos’ a sus compañeros de cursada, ponele, y es a esos ‘contemporáneos’ a quienes tendría que interpelar tu poesía. O al menos intentarlo. Pero mis contemporáneos son todos los que mencioné hasta el momento, y muchos más, y hasta podría incluir a Arnaldo Calveyra, Apollinaire o César Moro. Lo que quiero decir es que cualquier texto que leas, cualquier poema, sea de la época que sea, se convierte en ‘tu contemporáneo’ en el momento en que le entrás y de algún modo lo reconstruís, lo completás, desde las coordenadas de tu tiempo, con la información de tu tiempo. Por lo demás, descreo de las ‘misiones’ que se quieren adosar a la escritura de poesía. No tengo misión, ni mandato ni programa», agrega.
El autor de Caballo en la catedral refiere que para que un texto se convierta en poema, debe tener «una energía que debe impregnarte a medida que lo vas escribiendo, en tu doble carácter de autor y lector. El proceso es ir lidiando con esa energía, hasta despegarte de ella y transferírsela finalmente al texto».
Para esta nota, se le pidió a Fiebelkorn que seleccionara un poema de algún autor que sintiera contemporáneo. En este caso, trajo uno del uruguayo Robeto Apprato: «Lo elijo por la forma en que trabaja la obsesión frente al tiempo, con imágenes y musicalidad».
durante
durante las primeras horas del día
durante las segundas horas del día
durante las últimas horas del día
como un caballo en su propia duración
por encima de los hechos del campo
a velocidad constante en el pasaje de la luz
a la noche durante
así el sentido por el cuerpo
durante las cosas del día
brilla
y aparece el silencio de la acción
así toda la vida el corazón
pone sobre la mesa la palabra tiempo
en la corriente blanca de las letras
todas las historias durante
Presentamos ahora una breve selección de poemas de Pájaro en el palo, así como un último poema, adelanto de El sueño de las antenas, a publicarse por editorial VOX de Bahía Blanca.
De Pájaro en el palo (Civiles iletrados)
Cinco sobre el 75
V
Congelado el rumor en un resto de voces,
trata de huir por las ramas de un árbol cualquiera.
Horas y horas entregadas al diablo.
Las ruedas ciegas aplastan los sentidos.
El corazón es una bolsa que pierde
su carga de arena.
Algo que nadie cantará
y no merece un relato mejor.
El submarino
Y no veo nada, no sé
si esta es la letra O,
un agujero en el aire,
o el túnel que huye todo el tiempo.
El caso es que no veo
lo que sale de mí
lo que ya se va.
Escribo y digo en lo oscuro
y lo que queda de mí ya se fue,
ya sube en la burbuja que
estallará en esas manos.
Todo aquí abajo se llamará a silencio,
no podré responder.
Estaré hinchado y blanco pero muy fresco.
Seré parte del origen y el fin.
Debería afeitarme para un momento como ése,
rasurarme a oscuras, tajearme la cara.
La dama pálida llevará mis cartas
brindará con aguardiente
cuando me trague la oscuridad
y el agua me tape.
El temporal levantó los techos
El temporal levantó los techos,
cambió los ruidos de lugar,
barajó caras, pasos, nadie
levantó la mano. Pronto llegará el frío,
más vale reunir hojas para el fuego
antes de acariciar los bloques húmedos
o dibujar una cara en la arena de la plaza.
A la hora del fastidio y los despertadores
la noche guardará su música para el cuadro siguiente.
Nada más que el agua bajo los pies que me llevan
a ninguna parte.
Un pájaro pega en el palo
Un pájaro pega en el palo.
En las avenidas, bajo los árboles,
en los caminos de cintura,
quieren saber qué pasa con el cruce
de un pájaro y un palo,
qué fue del pájaro después del palo,
qué quedó del vuelo, dónde
cayó lo que volaba, qué marca en el palo
dejó aquello que venía y sacudió el aire,
quién puso ahí ese palo, cómo fue,
de dónde vino lo que se estrelló.
Nadie vio nada, nunca se sabe
qué música suena
en el cuerpo de un pájaro
que pega en el palo.
Un adiós y una bienvenida
1
Vendrá la nieve y cada cosa
Tendrá su pequeña muerte.
Todo quedará suspendido
en lo más oscuro.
Con señales que apuntan
al nicho de gestos y palabras,
hace bajar sábanas negras,
apura el paso de quienes le temen.
Amiga de la noche, juntas aniquilan
el corazón de la música.
Su belleza es terror.
Su esplendor, mortaja.
Adelanto de El sueño de las antenas (VOX)
Las cosas
Ahí viene otra vez, de nuevo. Viene
otra vez pero no es, no es la misma,
no la misma cosa blanca, la que recién
cayó, la cosa blanca de la canción
que viene a callar el ruido de mi bote
cruzado por la música de la cuadrilla
que desarma estaños, parte maderas.
Se llevaron la escenografía, los actores
no vinieron, el director no existe y yo
escucho una y otra vez la caída de la
cosa blanca. La verdad es que no sé,
no sé si llueve, no sé qué cae de allá,
no sé qué son estas cosas blancas que
no paran de bajar desde hace horas.
No tienen una sola letra para mí,
son nada más que cosas blancas.