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ESPUMANTE Y FILOSOFÍA
Por Vicente Undurraga
Publicado en La Tercera, 31 de Diciembre de 2018
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Lo amamos locamente, mucho más que la UDI que en el fondo lo odia, pero qué país tan obediente es este, tan ordenado en la fila, tan lingüística y culturalmente engominado. O quizás, más que un pulcro peinado a la gomina, Chile lo que tenga en la cabeza sea una peluca rubia mal pegada que oculta a medias, risiblemente, una pelada no incipiente sino ancestral, calvos de rebeldía, lampiños de ironía: de otro modo no se explica lo rápido y sin chistar que reemplazamos la palabra champaña –o champán, o champagne– por espumante.
Ya sé que por denominación de origen no se puede llamar champaña al vinacho efervescente que tomamos acá, sino sólo al que hacen en Francia. Pero eso es la ley, la norma comercial, y yo hablo del habla: cómo tanta sumisión. Espumante es una palabra fea y presuntuosa. Si es por eso, en vez de pisco sour digamos limonada etílica o en vez de confort, papel coludido.
El acatamiento, ese colegial modo de ser nuestro es cero creativo (¡por último dijéramos espumoso!) y nada filosofal: cómo nombrar las cosas es un problema filosófico; según algunos, es EL problema filosófico. Si filosofar consiste en cuestionar la cuestión, en descreer de lo supuesto, podemos decir que Chile se ha consolidado como un país a-filosófico (quizás por eso las recurrentes intentonas para eliminar su enseñanza en la escolaridad). Un país que no duda, que no sospecha, que no objeta, es un país empresa que ejecuta directrices con menos impronta personal que Siri.
¿Por qué entonces en tiempos donde, al fin, Chile se alza contra letras chicas y abusos, contra montajes y matonajes, por qué en medio de ese despertar seguimos como pánfilos cumpliendo bandos comerciales cual si se tratase de bandos militares o tablas celestiales? ¿Por qué resistimos a tanto por un lado si por otro lado deglutimos sin decir ni pío desde la promiscuidad invasivo-publicitaria de bancos y celulares hasta la muerte inexplicable de un dirigente sindical de Quintero, pasando por el agujero negro de las prexistencias médicas en los planes de salud o el rebautismo latero de la champaña?
Lo cierto es que hoy en Chile se tomará mucho espumante, que por las espumas se irá altiro a la cabeza, generando estragos velozmente, que es lo deseable en la despedida de un año cabrón. Antes se celebraba el cambio de año con champaña, ahora con espumante. Un poco de desacato, por favor: un toque de desobediencia civil en su dimensión primaria, en el habla, es lo único que nos va quedando en este país espumante de metimientos y sometimientos donde, dicho sea de paso, con impactante velocidad han proliferado últimamente las carpas de indigentes en los suelos y los helicópteros de magnates en los cielos.
Y ya que hablamos de filosofía y alcohol, quisiera terminar este año y esta columna de título relamido recomendando vaso en mano el pequeño y fabuloso libro Devaneo sobre la estupidez de Pablo Oyarzun (Mundana ediciones). Recoge ensayos y columnas donde, entre otros puntazos, se hace una fugaz pero duradera burla de las predicciones que se oyen cada año nuevo, distinciones de precisión criminalística entre estupidez e imbecilidad, hilarantes bagatelas de un yo irónico que se expone sin engaños y una crónica de la vida cultural en regiones que da la nota del mejor Raúl Ruiz. O sea, Oyarzun hace gala, o galantería, de su mejor escritura, la ensayística, esa en la que el filósofo perspicaz comparte pista con el estilista que devanea y con el humorista que ha bebido de Swift, de Lichtenberg y de la botella, porque Oyarzun ha tomado lo suyo (quién no) y, mejor aún, ha escrito tomado. Lo confiesa él mismo en su “Perorata del vino”, donde logra girar la tuerca vitivinícola para mostrar cuán estrechamente ligados están el tomar y el pensar, imbricando risa y pensamiento como quien mezcla espumante y filosofía: “Es posible que la pasión filosófica haya sido despertada primeramente en los seres humanos por el libre consumo alcohólico. A ninguna persona sobria se le ocurriría disipar las consistencias materiales en vaho sublime. Pensar es la borrachera más inveterada”.