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RESURRECCIÓN DEL HUMOR

Por Vicente Undurraga
Publicada en Qué Pasa el viernes 30 de marzo 2018


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Los nacimientos y las muertes, punta y cabo de la vida, relativizan todo lo que media entre ellos: la existencia entera. Cuando nace un hijo o el hijo de alguien cercano, la impronta de la vida es tal que todo se reordena, las jerarquías se recalibran, las urgencias se ponen en cuestión. En el otro extremo, cuando muere alguien querido, en especial si es temprana o brutalmente, todo pierde por un tiempo su importancia, lo supuestamente relevante pasa a valer tres cocos y lo postergado (por ejemplo, el encuentro con amistades descuidadas) se vuelve central. De esa relativización del todo y sus partes surge o puede surgir, no altiro pero sí en el mediano plazo, la apertura de mente y el humor. Humor entendido como la posibilidad humana de tomar distancia, dudar o incluso rechazar algo, o todo, sin caer en la desesperación, la amargura ni mucho menos la violencia.

Y ya que a todos les nacen y se les mueren seres queridos, el humor debiera dominar el horizonte. Pero como hoy medio mundo tiende a olvidar que ha nacido y sobre todo que un día morirá, o sea como desatiende olímpicamente el hecho esencial de que viene y va hacia la nada, el humor va quedando postergado para el nunca jamás. Surgen entonces la seriedad y la gravedad, conformando una actitud vital espantosa, una patológica hipertrofia de la civilización. No quiere decir esto que sus contrarios, la irresponsabilidad y el chanterío, sean deseables. Pero la seriedad elevada a la categoría de valor absoluto, de principio rector, es una tontera más soberana que el príncipe Carlos. La seriedad está bien en ciertos planos de la vida, no aplanando la vida entera.

Apollinaire cuenta en un poema la noche en que conoció a su mejor amigo: estaban emborrachándose “sin saber aún reír”, dice, hasta que “la mesa y los vasos se transformaron en un moribundo que nos lanzó la última mirada de Orfeo / los vasos cayeron se rompieron / y aprendimos a reír”. Desde entonces abandonaron la pomposidad y vivieron como “peregrinos de la perdición”. Y si todos somos peregrinos de la perdición, puesto que todos moriremos, la gravedad será mejor que quede sólo para lo irremediablemente grave.

Ahora bien, tan enemigo del humor como el tonto grave puede serlo el tallero descriteriado. La payasería 24/7, los bromistas full time, aquellos que creen que todo es susceptible de chacota, los que se sienten impelidos a tirar la talla en toda ocasión, a ser ingeniosillos hasta con la pena ajena, pasando por encima de fragilidades como quien adelanta por la berma, desconociendo que hay dramas irreductibles, le hacen al humor un esquelético favor. No es tanto que lo desacrediten, sino que lo atontan, dándole ventaja a los serios, a los vigilantes de la corrección. Y si consideramos que, como dicen en el campo, “todos los días nace un huevón”, mejor será cultivar la risa y la incerteza que el humor abona y que la seriedad y la tontera, en cambio, alambran, minan y devastan.

Pienso esto en tiempos donde el humor y su poder liberador se ven un poquito arrinconados. Los machitos boludos que confunden diversión con denigración y que se desenvuelven en la vida como si siguieran en el patio del colegio, los hombres y las mujeres dogmáticas que en vez de abrir el mundo pretenden estrecharlo, los autosuficientes, los que abrazan causas como no abrazan ni a sus seres más queridos, todo ese tipo de gente militante que arrastra identidades y seguridades invariables es peligrosa porque reduce el mundo, lo achata, como todo sectario, como Antares de la Luz, Osho o José Antonio Kast.  

Habría que rescatar para la vida nacional el humor corrosivo de un Raúl Ruiz, que supo tomarle el pelo hasta a los exiliados en 1974 sin ser despreciativo del dolor de la izquierda, o el de una Violeta Parra escribiendo “El Albertío” para burlar al amante ingrato. La risa puede desbaratar la tontera y lo dañino más eficazmente que cualquier agresión. Le dan en el gusto a Kast cuando lo toman en serio. Al agredirlo, esos universitarios ultrones son agentes activos de la imbecilidad porque le regalan a Kast un empate que le permite avanzar con su perorata, la cual por la vía humorística sería fácilmente desacreditable. No hay que pegarle sino desarticular su discurso, exponiendo con sorna su ridiculez y su anacronismo, desmontando con sarcasmo su violencia, su apabullante debilidad reflexiva, su condición de momia lesa.  

“Ríe cuando todos estén tristes”, pedía el Japenning con Ja y había algo levemente sórdido con eso en tiempos ominosos. Hoy, en cambio, cuando todos están indignados, el que ríe último estará riendo tarde nomás. “La verdadera seriedad es cómica”, escribió Nicanor Parra y está por verse si sabremos vivir a la altura de su pensamiento. Habría que empezar por reírse de uno mismo. La semana pasada escribí una columna sobre lo caro y lo desregulado que está Chile en materia financiera y alguien me replicó en redes: “Queda la impresión de que, como economista, a usted la cosa se le haría aún más cara”.



 

 

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Publicada en Qué Pasa el viernes 30 de marzo 2018